– ¡Claro! -dijo el enano riendo-. El pasado, al revés de lo que la gente cree, es lo más fácil de cambiar. Si no lo consigues, si no convences, siempre queda el recurso de confundir, y cuando a algo tan esencialmente confuso como el pasado le añades confusión, el éxito está garantizado. -Se hizo un silencio expectante-. La última vez que vi al Caballero, cuando aún se podía hablar con él, se lo dije. Ofiuco no era zodiacal cuando la Polar era la Alfa del Dragón, sino que lo era el Escorpión, en los tiempos en que la Cruz del Sur era visible desde buena parte del Hemisferio Norte. La precesión no tan sólo modifica los Polos y, por supuesto, la posición relativa del sol respecto de las estaciones, sino también la eclíptica, eso es de geometría elemental. Este, y no la victoria de aristotélicos sobre platónicos, es el sentido que tiene la caída del Águila, que como constelación nunca será, ciertamente, zodiacal, y en cualquier caso nunca lo sería en detrimento del Escorpión, sino del Sagitario. Le dije que quien había intentado convencerle de eso, por fuerza tenía que intentar justificarlo en un terreno diferente al de la astronomía, donde era insostenible. Sí, pero, me dijo, ¿en cuál? Le dije, atención Caballero, que los contrarios no resuelven el mundo, la lógica del contraelemento complementario no excluye en la realidad al resto del mundo tan bien como lo hace sobre el papel; ni hoy en día se identifica comúnmente hermético con egipcíaco, ni lo contrario de Egopatía es Ludopatía, y porque os mantengáis en tan malsano abrevaje de las incertidumbres de la personalidad en la complacencia en el azar que se extrae de los Juegos, no podréis justificaros ante nadie como hebefrénico, y aún menos ante vos mismo. Acusó de corruptos y traidores no queráis saber a quién, y le dije que Sadó no se había enamorado de nadie más que de Fei, y despechada por su rechazo se empleó a fondo para desbancarla del corazón de la Conti para empezar, que se volcaba en Fei más que en nadie, y cuando vio que no lo conseguía, atacó corazones más débiles, o por lo menos más arrepentidos y asequibles. Le dije, el odio es en vos más fuerte que el amor, porque si no, habríais salvado a Fei.
El silencio unificaba expectaciones.
– ¿Y qué os dijo?
– Creo que conseguí que sintiera más allá de sí mismo, pero cuando se dio cuenta de que por ese lado podía reacceder al Laberinto, lo encaminó todo en esa dirección, y ya no lo pude sacar de ahí.
– ¿Qué hicisteis? -insistió Brosmana.
– ¿Qué podía hacer? Para él el Laberinto es la estrella de los reconocimientos, como lo era para los Yrénidas, pero de forma más palpable, es decir, más peligrosa. Las ciudades se hunden, Bracaberbría casi no existe ya, el Hegémono Marterni se ha aprovechado de las desavenencias entre los Príncipes para hacerse con un poder formidable, ¡pero qué es todo eso para alguien que tan sólo respira geometría moral!
– No acabo de entender -dijo Torli- cómo pretende reacceder al Laberinto. O se ha vuelto loco, o habla metafóricamente.
– Sobre eso -dijo Cotom-, mis conocimientos no me permiten dictaminar. No he estado dentro de su Laberinto. -Los demás rieron, pero el enano mantenía una gravedad inusual-. ¿Si habla metafóricamente…? ¡Yo qué sé! Él cree que el verdadero Laberinto aún está intacto, incluso me enseñó unos esquemas sobre la predilección verdadera de la Reina, creo que lo llamó, y creed que me costó saber de qué me hablaba, pero por nada del mundo se me hubiera ocurrido tomármelo a la ligera. Eso lo llevó en una dirección equivocada, aunque sólo a él, porque Hydene sabía muy bien lo que quería, que no tenía nada que ver con la conquista de un Laberinto que le daba igual, y ahí queda para cada cual el grado de metáfora necesario para decidir si el Caballero está dentro del Laberinto o fuera, y el carácter lógico de tal Laberinto, si tiene explicación en términos aceptables del lenguaje corriente y de los números, o bien, más allá de todo eso, si la propia Ley del Laberinto corresponde a una realidad o es un absurdo inventado para distraer a los incautos. Él cree que el error principal fue ignorar que la solución era dinámica, es decir, irracional en el sentido matemático de la palabra, y que el tiempo tiene un crecimiento gnomónico. Y, claro, eso lo hace indiferente a los apoyos que se le puedan proporcionar.
– ¿Sabe que el Conde intercedió para que saliese del Hospital? -preguntó Torli.
– Sabe que cuando salió del Hospital era un indigente absoluto, y que cuando llegó aquí Gudemann acababa de morir -dijo Cotom-. Entonces empieza la desesperación. Pasa el tiempo y no pasa nada más que el tiempo. Cada día es más difícil que nada se mueva si no es para desaparecer, y las perspectivas de salir de ahí son poco consistentes. Se han terminado los tiempos de la nostalgia, nunca han existido las noches de impaciencia, deseo y placer. Como si en cualquier momento pudiera descubrir que es otro, como si el recuerdo no se alimentase de felicidad. Ya no duerme como antes, cada sueño es una batalla, y el alba le hace saber que una vez más la ha perdido. -Cotom se detuvo; le escuchaban en un silencio impresionante-. No le queda ni la certeza de saber a qué servicio ha estado, y cuál es la ganancia y cuál la pérdida.
– ¡Qué tiempos nos ha tocado vivir! -dijo Madame Enoldia-. ¡Una verdad contradice a otra verdad, y mirad en cambio cómo conviven las mentiras!
– Supongo que nadie le habrá contado los últimos nombramientos imperiales -dijo Brosmana.
– ¿Os referís a la Administración periférica? -preguntó Minteus, atento a signos de aprobación o de menosprecio-. Aumdi como Margrave de la Oybiria Superior, Cuimógino como Polar de Breia…
– La esencia de la cuestión -dijo Cotom- es si uno quiere saber o no quiere saber. Hasta qué punto, o a qué precio, se está dispuesto a conocer, a descubrirlo todo caiga quien caiga, y en eso, ahora que, además, al final la historia se afína hacia un monólogo entre uno mismo y el mundo y, por tanto, el Juego Diferencial se acerca asintóticamente a la suma cero, la repetición juega un papel fundamental. La repetición es el espíritu de todo reconocimiento, pero el precio sentimental puede ser tan alto que seque para siempre la capacidad de convivencia. -Miró a los silenciosos reunidos- ¿Estáis dispuestos a pagarlo?
– Escopofília vivencial -dijo Torli, y todos rieron.
– Más bien coprofília -gritó Brosmana por encima de las risas.
Tan sólo Cotom no reía.
– ¿Tenéis idea de lo que es -prosiguió- vivir siempre con falsas esperanzas? Va más allá de cualquier Fonotontina, es el Juego final de la inmovilidad. Todo Laberinto implica, en la resolución, movimiento; pero éste lo gana el último que se mueve, y recibe como premio la tristeza, el título, ciertamente efímero, de superviviente. ¿Podéis imaginar lo que es pasar por el mismo sitio de siempre, y encontrarlo cada vez más solitario y más en ruinas? ¿Y, al final, cuando ya no tienes forma de saber si has ganado o has perdido, y no quieres saber hasta qué punto te da igual, no atreverte a moverte, desesperarte por no poder hacer nada más que estarte quieto, a la espera de un reconocimiento que sabes que no llegará? ¿Qué ha sido de ese anhelo de racionalidad de quien aún cree que la vida le debe tantas cosas?
– Las falsas esperanzas acaban construyendo una forma de locura -dijo Brosmana con ligereza.
– Una apariencia de locura -precisó Cotom-. Siempre te quedará la duda, ¿no es eso? Si no tuvieras esa duda hace ya tiempo que te habrías quitado al Caballero de encima, ¿no es verdad, Condesa? -Dejó un silencio que no rompió ningún desmentido-. Bien, ya lo veis, los enigmas geométricos del tiempo son más intricados que nunca, y la esperanza no debe ser tan falsa si su sombra nos cubre a todos, aunque sea en medida tan ínfima como no sois capaces de reconocer.
– Os desconozco, amigo mío -dijo Brosmana-. Tal y como habláis, parece que consideréis la presencia de una carga más pesada de lo que cualquiera de nosotros parece admitir, y que vos incitáis a compartir. ¿Predicaréis con el ejemplo?