– Por supuesto-rechaza el postre, pide café, saca un frasquito de sacarina, echa dos pastillas, apura la taza de un trago, enciende un cigarrillo el general Victoria-.

Y si se considera indispensable para la salud biológica y psicológica de la tropa que exista ese Servicio, habrá que aumentar cada mes el número de prestaciones. Porque, lo sabes de sobra, Tigre, la función hace al órgano. En este caso, la demanda irá siempre por delante de la oferta.

– Así es, mi general-pide la cuenta, intenta sacar su cartera, oye está usted loco, hoy son invitados del Tigre el coronel López López-.- Queriendo tapar un hueco, hemos abierto una coladera y por ahí se va a desaguar todo el presupuesto de Intendencia.

– Y toda la energía de nuestros soldados-se traslada en misión especial a Lima, visita a políticos, pide audiencias, aconseja, intriga, amarra, retorna a Iquitos el general Scavino.

– A este hambre de visitadoras que se ha despertado en la selva no lo para ni Cristo, Tigre-abre la puerta del auto, pasa primero, dice lástima no poder echar una siestecita después de este almuerzo, ordena de vuelta al Ministerio el general Victoria-. O, para estar a la moda, ni el niño mártir. A propósito, ¿saben que la devoción ya llegó a Lima? Ayer descubrí que mi nuera tenía un

altarcito con estampas del niño mártir.

– Podríamos comenzar con un equipo seleccionado de diez visitadoras para oficiales, mi general-habla solo por la calle, se queda dormido en su escritorio, fantasea, aterra a la señora Leonor con su flacura el capitán Pantoja-. Las reclutaríamos en Lima, naturalmente, para garantizar una alta categoría. ¿Le gustan las siglas SPO del SVGPFA? Sección para Oficiales del Servicio de Visitadoras. Le enviaré un proyecto en detalle.

– Caracho, creo que tienen razón-entra a su despacho, cavila, abre la correspondencia, se muerde una uña el Tigre Collazos-. Esta cojudez se está poniendo tenebrosa.

Número especial del diario El Oriente (Iquitos, 5 de enero de 1959), dedicado a los graves acontecimientos de Nauta.

Reportaje extraordinario de toda la redacción de El Oriente, movilizada bajo la guía intelectual de su director, Joaquín Andoa, para llevar a los lectores del departamento de Loreto la versión más ágil, pormenorizada y fiel del trágico caso de la hermosa Brasileña, desde el asalto de Nauta hasta el entierro en Iquitos, con los sucesos que han electrizado la atención de la ciudadanía.

Llanto y sorpresas despidieron restos de bella asesinada.

Ayer en la mañana, a las 11 horas aproximadamente, los restos mortales de la que fuera Olga Arellano Rosaura, conocida en el mundo del malvivir por el apodo de Brasileña, debido a sus años de residencia en la ciudad de Manaos (véase su biografía en la página 2, columnas 4 y 5), fueron enterrados en el histórico cementerio general de esta ciudad entre escenas de pesar y aflicción de compañeros de trabajo y amistades, que conmovieron a la numerosa concurrencia. Poco antes rindió honores militares a la finada una escolta de Infantería del campamento militar Vargas Guerra, en gesto insólito que no dejó de provocar considerable sorpresa, aún entre las personas más apenadas por la forma trágica en que perdió la vida esta joven y descarriada belleza loretana, a quien el capitán Pantaleón Pantoja llamó, en su perorata fúnebre, "desdichada mártir del cumplimiento del deber y víctima de la sociedad y villanía del hombre" (léase la perorata integra en la página 3, columna 1).

Sabedores de que el sepelio de la infortunada joven, iba a celebrarse ayer en la mañana, desde tempranas horas se habían congregado en las inmediaciones del cementerio (calles Alfonso Ugarte y Ramón Castilla), muchos curiosos que pronto bloquearon la entrada principal y el contorno del Monumento a los Caídos por la Patria. A las diez y treinta, más o menos, los presentes pudieron percatarse de la llegada de un camión del campamento militar Vargas Guerra, del que descendió una escolta de doce soldados, con casco, correaje y fusil, al mando del teniente de Infantería Luis Bacacorzo, el mismo que apostó a sus hombres a ambos lados de la puerta de ingreso al cementerio. Esta operación desató la curiosidad de las personas presentes, quienes no podían adivinar la razón de la comparecencia de una escolta del Ejército en esa hora, sitio y circunstancia. El enigma quedaría aclarado momentos después. En vista de que la aglomeración de curiosos y público en general obstruía por completo el acceso al cementerio, el teniente Bacacorzo ordenó a los soldados despejar la puerta, lo que éstos hicieron de inmediato sin contemplaciones.

A las 11 menos 15 minutos, la conocida carroza de lujo de la principal agencia funeraria de Iquitos, la "Modus Vivendi", hizo su aparición, totalmente recubierta de ofrendas florales, por la calle Alfonso Ugarte, seguida de gran número de taxis y vehículos particulares. El cortejo fúnebre, que avanzaba muy lento, había partido minutos antes del local del río Itaya llamado Servicio de Visitadoras, conocido generalmente con el sencillo mote de Pantilandia, donde había sido velada toda la noche anterior la malograda Olga Arellano Rosaura. Un impresionante silencio se extendió de inmediato por el barrio y la gente congregada abrió paso al cortejo por propia iniciativa a fin de que pudiera llegar hasta la misma entrada del camposanto.

Gran número de personas-un centenar a juicio de los observadores-acompañaban en su viaje a la última morada a la infeliz Olga vistiendo muchas de ellas de oscuro y dando muestras, sobre todo sus compañeras de trabajo, las visitadoras y lavanderas de Iquitos, de congoja en el rostro. Pudo notarse entre los componentes del cortejo fúnebre a la totalidad de mujeres que laboran en la mal afamada institución del río Itaya, siendo ellas, explicablemente, las que denotaban mayor dolor, vertiendo vivas lágrimas bajo los velos y mantillas negras. Puso una nota de emoción y dramatismo

el que entre las visitadoras presentes estuvieran, en primera fila, las seis mujeres que vivieron con la extinta Brasileña los graves acontecimientos de Nauta en los que aquélla perdió la vida, e incluso la propia Luisa Cánepa, (a) Pechuga, que, como nuestros lectores saben, recibió heridas y contusiones bastante serias por mano de los asaltantes durante el luctuoso suceso (véase en la página 4 una recapitulación en detalle de la emboscada de Nauta y su sangriento final). Pero la sorpresa mayor de la ciudadanía allí reunida fue ver descender de la carroza funeraria, vestido con uniforme de capitán del Ejército y con anteojos oscuros, al promotor jefe del llamado Servicio de Visitadoras, el muy conocido y poco apreciado señor Pantaleón Pantoja, del que hasta ahora nadie, al menos que este diario sepa, conocía su condición de oficial del Ejército.

Lo cual, naturalmente, originó comentarios diversos entre el público.

Al ser bajado de la carroza, se pudo advertir que el ataúd tenía forma de cruz, como es costumbre entre los difuntos que en vida pertenecieron a la Hermandad del Arca, lo que debió parecer asombroso a mucha gente, por existir la sospecha de que la muerte de la Brasileña se debió a cofrades de esa secta religiosa, conjetura que, de otra parte, ha sido enérgicamente desmentida por el profeta máximo del Arca (véase la "Epístola a los buenos sobre los malos" del Hermano Francisco, que publicamos en la página 3, columnas 3 y 4). El ataúd fue bajado de la carroza e ingresado en el camposanto en hombros del propio capitán Pantoja y de sus colaboradores del malquerido Servicio de Visitadoras, todos los cuales vestían riguroso luto, a saber: Porfirio Wong, conocido como el Chino en el barrio de Belén, el suboficial primero AP Carlos Rodríguez Saravia (quien comandaba el barco Eva al registrarse el asalto de Nauta), el suboficial FAP Alonso Pantinaya, (a) Loco, famoso ex- as de la acrobacia aérea, los reclutas Sinforoso Caiguas y Palomino Rioalto y el enfermero Virgilio Pacaya. Llevaron las cintas del ataúd, el mismo que lucía sobre la tapa una elegante y solitaria orquídea, la célebre Leonor Curinchila, (a) Chuchupe, y varias pupilas de ese centro de mal obrar del río Itaya, como ser Sandra, Viruca, Pichuza, Peludita y otras, y el popular Juan Rivera, (a) Chupito, quien exhibía los vendajes y huellas de las numerosas heridas que recibió al pretender rechazar, con típica gallardía loretana, la agresión de Nauta. Cogieron asimismo las cintas del ataúd, dos señoras de cierta edad y de origen humilde, notoriamente condolidas, que se negaron a dar sus nombres y a señalar su relación con la occisa, y a quienes algunos rumores sindicaban como familiares de Olga Arellano Rosaura, que preferían ocultar su identidad debido a las poco recomendables actividades a que se dedicó en vida la joven