No, no hay rastros de ese loco.

– El balco es una cunita, yo soy Pochita, tú eles Gladycita-entona, se mece, mira la luna que cruza el ojo de buey y platea el extremo de la litera la Brasileña -. Qué bebita tan bonita. Yo le lasco cabecita, yo le doy besitos. ¿Quiele chupal su tetita?

– Ahora la tiene en la cabeza, ahí mismo, bah, se voló-empuja la puerta del Museo y Acuario Amazónico y cede el paso al capitán Pantoja el teniente Bacacorzo-.

¿Le llegó a picar? Creo que era una avispa.

– Más abajito, más despacito-cambia de ánimo, se aniña, se entibia, se endulza, se acurruca Pantita-. En la espaldita, en el cuellito, en la olejita. Insista en la puntita, señolita.

– Ah, la maté-manotea contra la pileta de La Vaca Marina o Manatí el teniente Bacacorzo-. Avispa no, una mosca parda. Son peligrosas, la gente dice que trasmiten la lepra.

– Debo tener la sangre ácida porque jamás me pican los bichos-pasa junto al Bufeo Loco, al Bufeo Cenizo al Bufeo Colorado, se detiene ante La Hormiga Curhuinse, lee "es nocturna, muy danina, en una noche puede arrasar una chacra, andan en cientos de miles, cuando adultas echan alas y se ponen barrigonas" el capitán Pantoja-. En cambio, mi pobre madre, es terrible, sale a la calle y la devoran.

– ¿Sabe que a esas hormigas aquí se las comen tostadas, con sal y plátano?-pasa el dedo por la cresta de una iguana disecada, por las plumas multicolores de un tucán el teniente Bacacorzo-. Tiene que cuidarse, está usted muy flaco. Debe haber bajado lo menos diez kilos en estos últimos meses. Qué pasa, mi capitán. ¿Trabajo, preocupaciones?

– Un poco de las dos cosas-se inclina y busca en vano los ocho ojos de la grande, saltarina y ponzoñosa Araña Viuda el capitán Pantoja-. Cuando todo el mundo me lo dice, debe ser cierto. Voy a ponerme en sobrealimentación, para recuperar los kilitos perdidos.

– Lo siento mucho, Tigre, pero he tenido que dar orden de que la tropa ayude a la Guardia Civil en la captura de los fanáticos-recibe peticiones, quejas, denuncias, investiga, vacila, consulta, toma una decisión, informa el general Scavino-. Cuatro clavados en seis meses es demasiado, estos locos están convirtiendo a la Amazonía en una tierra bárbara y ha llegado el momento de usar la mano dura.

– No le está usted sacando el jugo a la soltería-empuña la luna de aumento y agranda a la Avispa Huayranga, a la Campana Avispa y a la Avispa Shiroshiro el teniente Bacacorzo-. En vez de estar feliz y contento con la libertad recobrada, anda más triste que un murciélago.

– Es que a mí la soltería no me sirve de gran cosa-se adelanta a la esquina de los felinos y roza con su cuerpo al Tigre Negro, al Otorongo o Príncipe de la Selva, al Ocelote, al Puma y al moteado Tigrillo el capitán Pantoja-. Yo sé que la mayor parte de los hombres, después de un tiempo, se hartan de la monotonía familiar y dan cualquier cosa por zafarse de sus mujeres. A mí no me había pasado. La verdad, me apenó que Pocha se fuera. Y, sobre todo, llevándose a mi hijita.

– Ni decirlo tiene que lo apenó, se le ve en la cara-"los camaleones chiquitos viven en los árboles, los grandes en el agua" oye el teniente Bacacorzo-. En fin, son las cosas de la vida, mi capitán. ¿Ha tenido noticias de su esposa?

– Sí, me escribe todas las semanas. Está viviendo con su hermana Chichi, allá en Chiclayo-cuenta las culebras, la Yacumama o Madre del Agua, la Boa Negra, la Mantona, la Sachamama o Madre de la Selva el capitán Pantoja-. No estoy resentido con Pocha, la entiendo muy bien. Mi misión resultaba muy fregada para ella. Ninguna mujer decente lo hubiera aguantado. ¿De qué se ríe? No es ningún chiste, Bacacorzo.

– Perdone, pero es que no deja de ser gracioso-enciende un cigarrillo, sopla el humo entre los barrotes de la jaula del Paucar, lee "imita el cántico de las demás aves y ríe y llora como los niños" el teniente Bacacorzo-. Usted tan maniático, tan puntilloso en cuestiones morales. Y con la fama más negra que se pueda imaginar. Aquí en Iquitos todos lo creen un terrible forajido.

– Cómo no iba a tener razón para irse, señora, no se ciegue-entrega la madeja de lana a la señora Leonor, hace un ovillo, comienza a tejer Alicia-. Las mamás encierran a sus hijas con llave cuando ven pasar a su Pantita, se persignan y ponen contra. Sépalo de una vez y, más bien, compadézcase de Pocha.

– ¿Cree que no lo sé?-se entretiene dando de comer a los peces ornamentales, viendo fosforecer al tornasolado Neon Treta el capitán Pantoja-. El Ejército me hizo un flaco servicio confiándome este trabajo.

– Nadie se imaginaría que lo lamenta, al verlo trabajar en el Servicio de Visitadoras con tanto ímpetu-observa el transparente Blue Tetra, el escamoso Limpiavidrios y la carnívora Piraña el teniente Bacacorzo-. Si, ya sé, su sentido del deber.

– Regresaron las dos primeras patrullas, mi general -recibe a los expedicionarios en la puerta del cuartel, los felicita, les invita una cerveza, silencia a los prisioneros que gritan, los manda encerrar en la Prevención el coronel Peter Casahuanqui-. Traen media docena de fanáticos, uno de ellos con tercianas. Estuvieron en la clavada de la viejita, en Dos de Mayo. ¿Los guardo aquí, los entrego a la policía, los despacho a Iquitos?

– Oiga, todavía no me ha dicho para qué me citó en este Musco, Bacacorzo-mide con la vista al Paiche, el Pez Más Grande de Agua Dulce Que se Conoce en el Mundo el Capitán Pantoja.

– Para darle una mala noticia entre ofidios y arácnidos-echa un vistazo indiferente a la Anguila, a la Raya a las Charapas o Tortugas de agua el teniente Bacacorzo-. Scavino quiere verlo urgentemente. Lo espera en la Comandancia, a las diez. Tenga cuidado, le advierto que está echando chispas.

– Sólo los impotentes, los eunucos y los asexuados pueden pretender que-sube y baja entre arpegios, declama, se encabrita La Voz del Sinchi-los esforzados defensores de la Patria, que se sacrifican sirviendo allá, en las intrincadas fronteras, vivan en castidad viuda.

– Siempre está echando chispas, al menos conmigo -sale al balcón, mira el río destellando bajo el sol homicida, las motoras y balsas que llegan al puerto de Belén el capitán Pantoja-. ¿Sabe de qué es ahora la rabieta?

– Por la maldita emisión del Sinchi de ayer-no responde a su saludo, no lo invita a sentarse, coloca una cinta y enciende la grabadora el general Scavino-. El zamarro no hizo más que hablar de usted, le dedicó los treinta minutos del programa. ¿Le parece poca cosa, Pantoja?

– ¿Deben nuestros valientes soldados recurrir al debilitante onanismo?-duda, danza con los compases del vals " La Contamanina ", espera una respuesta, interroga de nuevo La Voz del Sinchi. ¿Regresar a la autogratificación infantil?

– ¿ La Voz del Sinchi?-oye crujir, tartamudear, estropearse a la grabadora, ve al general Scavino sacudirla, golpearla, probar todos los botones el capitán Pantoja-. ¿Está seguro, mi general? ¿Me atacó de nuevo?

– Lo defendió, lo defendió de nuevo-descubre que el enchufe se ha soltado, murmura qué estúpido, se agacha, conecta el aparato otra vez el general Scavino-. Y es mil veces peor que si lo atacara. ¿No comprende? Esto deja en ridículo y enloda al Ejército al mismo tiempo.

– Sí, las he cumplido al pie de la letra, mi general -conferencia con el alférez jefe de Intendencia, revisa el almacén de provisiones, compone menús con el sargento cocinero el coronel Máximo Dávila-. Sólo que ha surgido un grave problema de abastecimiento. Son cincuenta fanáticos detenidos y si los alimento tendría que racionar a la tropa. No sé qué hacer, mi general.

– Le tengo terminantemente prohibido que siquiera me nombre-ve encenderse una lucecita amarilla, girar los carretes, oye ruidos metálicos, ecos, se enfurece el capitán Pantoja-. No me lo explicó, le aseguro que…

– Cállese y escuche-ordena, cruza los brazos, las piernas, mira con odio la grabadora el general Scavino-. Es de dar náuseas.