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Uruguay a gustar de los callos de hacha con un toque de limoncito v otro de salsa de chile chipotle gruesa, aromática y más padre que todas las madres de todas las mostazas. Yo pago, mamá, yo disparo.

Los perseguía la mirada de rencor de Dantón, los perseguía el paso arrastrado de las chanclas de Juan Francisco, a ella la tenía sin cuidado, la vida con Santiago era la vida sin más para Laura Díaz este año de 1941 cuando recuperó su hogar pero prolongó, a veces con sentimientos de culpa, su amor por Maura en el amor por Santiago, dándose cuenta de que éste, Santiago Segundo, era también la continuación de su amor por el primer Santiago, como si no hubiera poder en el cielo o en la tierra que la obligase a una pausa, a una soledad, culpable o redentora, era lo de menos. El hiato entre el hermano, el amante y el hijo fue imperceptible. Duró el tiempo de un par de atardeceres en un balcón mirando el bosque vibrante y los volcanes apagados.

– Voy a La Habana a rescatar a Raquel Mendes-Alemán. El Prinz Eugen no ha sido admitido en los Estados Unidos y los cubanos hacen lo que manden los americanos. O por lo menos lo que se imaginan que desean los americanos. El barco va a zarpar de regreso a Alemania. Esta vez, nadie saldrá vivo. Hitler le puso, una vez más. una trampa a las democracias. Les dijo, cómo no, vean ustedes, allí les mando un barco cargado de judíos, denles asilo. Ahora dirá, ya ven, ni ustedes los quieren, yo mucho menos, todos a la cámara de gases y se acabó el problema. Laura, si llego a tiempo, salvaré a Raquel.

¿Nunca haremos las paces, Juan Francisco?

¿Qué más quieres de mí? Te he recibido en mi casa. Le he pedido a nuestros hijos que te respeten.

¿No te das cuenta de que alguien más vive en esta casa con nosotros?

No. ¿Quién es ese fantasma?

Dos fantasmas. Tú y yo. Antes.

Ya no se me ocurre nada. Estáte sosiega, mujer. ¿Cómo va tu trabajo?

Bien. Los Rivera no saben manejar papeles, necesitan quien les conteste cartas, archive documentos, revise contratos.

Ta'bien. Te felicito. ¿No te quita mucho tiempo?

Tres veces por semana. Quiero dedicarme mucho a la casa.

El «ta'bien» de su marido quería decir «ya era hora», pero Laura lo pasó por alto. A veces pensaba que casarse con él fue como

darle la otra mejilla al destino. Convirtió en realidad cotidiana lo que era y quizás siempre debió ser un enigma, una lejanía: la vida verdadera de Juan Francisco López Greene. No iba a preguntarle en voz alta lo que tantas veces se preguntó a sí misma. ¿Qué hizo su marido? ¿Dónde falló? ¿Fue heroico y se cansó de serlo?

– Más tarde entenderás -decía él.

– Más tarde entenderé -repetía ella, hasta convencerse de que la frase era suya.

Laura. Estoy cansado, recibo buenos emolumentos de la CTM y del Congreso de la Unión. No falta nada en la casa. Si quieres ocuparte de Diego y Frida, es tu asunto. ¿Quieres que además vuelva a ser el héroe de 1908, de 1917, de la Casa del Obrero Mundial y los Batallones Rojos? Te puedo hacer una lista de los héroes de la Revolución. A todos se nos ha hecho justicia, salvo a los muertos.

No, quiero saberlo. ¿Tú fuiste de veras un héroe?

Juan Francisco empezó a reír en grande, con flemas y rugidos.

No hubo héroes, y si los hubo, los mataron rapidito y les levantaron sus estatuas. Bien feas, además, para que no se anden creyendo. En este país hasta la gloria es pinche. Todas las estatuas son de cobre, apenas les rascas lo doradito. ¿Qué esperas de mí? ¿Por qué no respetas lo que fui y ya, carajo?

Estoy haciendo un esfuerzo por entenderte, Juan Francisco. Ya que no me dices de dónde provienes, dime al menos qué eres hoy.

Un vigilante. Un guardián del orden. Un administrador de la estabilidad. Ganamos la Revolución. Nos costó mucho tener paz y un proceso de sucesión en el poder sin asonadas militares, distribuyendo tierras, educación, caminos… ¿Te parece poco? ¿Quieres que me oponga a eso? ¿Quieres que acabe como todos los insatisfechos, Serrano y Arnulfo Gómez, Escobar y Saturnino Cedillo, el filósofo Vasconcelos? Ni a héroes llegaron. Se quedaron en puritito ardido. ¿Qué quieres de mí, Laura?

Es que busco una rendijita por dónde te pueda amar, Juan Francisco. Así de tonta.

Pues a buena coladera te arrimas. ¡Faltaba más!

Quiso explicarle a Santiago, mientras el muchacho pintaba, que le encantaba su ánimo artístico. Se lo dijo con las razones del padre muy frescas en su atención.

– Diego usa la palabra élan. Vivió mucho en Francia.

Santiago estaba pintando descarnadamente a un hombre y una mujer desnudos pero separados, de pie, mirándose, explorándose con la mirada. Tenían los brazos cruzados. Laura le dijo que quererse siempre era muy difícil porque el ánimo de dos personas casi nunca es igual, hay un momento de identificación total que nos apasiona, hay un equilibrio entre los dos que por desgracia es sólo el anuncio de que uno de los dos lo va a romper.

– Quiero que entiendas eso sobre tu padre y yo.

– Te le adelantaste nomás, mamá. Le hiciste saber que tú no ibas a ser la triste, ese papel se lo dejaste a él.

Santiago limpió sus pinceles y miró a su madre.

– Y el día que él se muera, ¿quién se le adelanta a quién?

Cómo pude abandonar a un hombre tan débil, se dijo Laura, antes de reaccionar con fuerza y pudor, no, lo que hay que cambiar son las reglas del juego, las reglas hechas por los hombres para los hombres y para las mujeres, porque sólo ellos legislan para ambos sexos, porque las reglas del hombre valen lo mismo para la vida fiel y doméstica de una mujer, que para su vida infiel y errante: ella siempre es culpable de sumisión en un caso, de rebeldía en otro: culpable de la fidelidad que deja pasar la vida recostada en una tumba fría con un hombre que no nos desea, o culpable de la infidelidad de buscar el placer con otro hombre igual que el marido lo busca con otra mujer, pecado para ella, adorno para él, él Don Juan, ella Doña Puta, por Dios, Juan Francisco, por qué no me engañaste en grande, con un gran amor, no nada más con la huilas de tu patrón el panzón Morones? ¿Por qué no tuviste un amor con una mujer tan grande, tan fuerte, tan valiente como Jorge Maura, mi propio amor?

Con Dantón tenía Juan Francisco la relación paralela a la de Laura con Santiago: dos partidos. El viejo -había cumplido cincuenta y nueve años, pero se veía de setenta- le perdonaba todas sus trapacerías al hijo menor, le daba el dinero y lo sentaba a que se vieran las caras, porque ninguno de los dos abría la boca, por lo menos enfrente de los rivales de la casa, Laura y Santiago. La madre, a pesar de todo, tenía una intuición de que Juan Francisco y Dantón se decían cosas. Lo confirmó la tiíta muda por volición, una tarde en que se repetía la ceremonia saludable del balcón, el rito unifica-dor de la familia. María de la O se sentó a la fuerza entre el padre y el hijo menor, los separó pero sin apartar la mirada de Laura. Sólo entonces, cuando la anciana mulata siempre vestida de negro tenía

fijada la atención de Laura, María de la O movió rápidamente los ojos, como si fuese una oscura águila de mirada partida por la mitad, capaz de ver simultáneamente en dos direcciones, miró de Juan Francisco a Dantón y del hijo al padre, varias veces, diciéndole a Laura algo que podría significar «se entienden», cosa que Laura ya sabía, o «son iguales», cosa que era difícil de concebir: el ágil, parrandero y desenfadado Dantón parecía todo lo contrario del parsimonioso, retraído y angustiado Juan Francisco. ¿Dónde está la relación? Las intuiciones de María de la O rara vez fallaban.

Una noche, cuando Santiago se quedó dormido junto a su recién adquirido caballete -un regalo de Diego Rivera-, Laura, que tenía permiso de verlo pintar, lo cubrió con una manta y le acomodó la cabeza lo mejor que pudo, acariciándole la frente despejada muy suavemente. Al salir, oyó risas y cuchicheos en la recámara matrimonial, entró sin tocar y encontró a Juan Francisco y Dantón sentados con las piernas cruzadas en el piso, escudriñando un desplegado mapa del estado de Tabasco.