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dad moribunda envuelta en una larga manta de animales muertos, negros, una española rubia, una diosa visigoda de ojos azules y melena amarilla como las arenas del coso taurino.

¿Qué le iban a decir los tres hombres?

¿Qué le podían decir?

Ninguna palabra. Sólo la visión de Basilio Baltazar como una doble flecha de placer y dolor de la vida, inseparables. Su amante sentido como un precio, el precio de trastocar el orden de la vida, eso era el amor, pensó Pilar Méndez viendo acercarse a los tres hombres.

Basilio cayó de rodillas y abrazó las de Pilar, repitiendo sin cesar mi amor mi amor ni amor mi coño mis tetas no me quites nada tesoro mío, Pilar te adoro…

– ¿Tú, Domingo Vidal, comunista, enemigo? -dijo Pilar para fortalecerse ante el dolor amatorio de Basilio Baltazar.

Vidal asintió con la cabera rapada, el gorro de miliciano entre las manos, como si Pilar fuese una virgen, La dolorosa.

– ¿Tú, Jorge Maura, señorito traidor, pasado a los rojos?

Jorge la abrazó y ella gritó como un animal capaz de repugnancia, pero Maura le dijo no te suelto, tienes que entender, estás condenada a muerte, ¿me entiendes?, te van a fusilar al amanecer, tu propio padre te ha mandado fusilar, tu padre el alcalde tu padre llamado Alvaro Méndez, él te va a matar a pesar de nuestras súplicas, a pesar de tu madre…

La carcajada de loca de Pilar Méndez puso de pie, horripilado, a Baltazar, ¿mi madre, se reía Pilar como un animal salvaje, una hiena hermosísima, una Medusa sin mirada propia, mi madre, hay alguien que desee mi muerte más que mi madre mal llamada Clemencia la guarra, ella que me hizo devota hasta la muerte, ella que me implantó la idea del pecado y el infierno?, esa mujer no desea mi vida, desea mi muerte de mártir, muerte de virgen cree la muy bruta, virgen, Basilio, la oyes, qué ganas de que Clemencia mi madre nos hubiera visto la tarde que me arrancaste el virgo, me lo comiste a mordiscazos, escupiste mi membrana sangrienta como si fuera un moco o una hostia podrida, Basilio, te acuerdas, y me penetraste como se penetran un lobo y una loba por detrás, por el culo, sin verme la cara, te acuerdas de eso, en la casa vieja y sin muebles donde yo misma te conduje, mi amor adorado, mi único hombre, te crees tú con derecho a salvarme cuando mi propia madre me desea muerta, mártir del Movimiento, santa que salve su propia con-

ciencia, Clemencia la bien nombrada, la madre que me odia porque no me casé como ella quería, me entregué a un chico pobre y de ideas sospechosas, mi bello, mi adorado Basilio Baltazar, qué vienes a hacer aquí, qué pretenden tú y tus amigos, se han vuelto locos, no sabéis que sois todos mis enemigos, no sabéis que yo estoy en contra de vosotros, que os mandaría fusilar a todos en nombre de España y Franco, que no quiero que crezcan espinas en los viejos senderos de la muerte española, que quiere limpiarlos con mi sangre…

Vidal, brutalmente, le tapó la boca como si cerrase una cloaca, Maura la obligó a cruzar los brazos, Baltazar volvió a hincarse a sus pies. Todos tuvieron sus palabras propias pero todos le dijeron lo mismo, te queremos salvar, ven con nosotros, mira las fogatas que aún no se apagan en el monte, allí obtendremos refugio, tu padre habrá cumplido con su deber, ha dado la orden de fusilarte al amanecer, nosotros vamos a faltar al nuestro, ven con nosotros, déjanos salvarte, Pilar, aunque el precio sea nuestra propia muerte.

– ¿Por qué, Jorge? -le preguntó Laura Díaz.

A pesar de la guerra. A pesar de la República. A pesar de la voluntad del padre. Mi hija debe morir en nombre de la justicia, dijo el alcalde de Santa Fe de Palencia. Debe ser salvada en nombre del amor, dijo Basilio Baltazar. Debe ser salvada a pesar de la razón política, dijo Domingo Vidal. Debe ser salvada en nombre del honor, dijo Jorge Maura.

– Mis dos amigos miraron y me entendieron. No tuve que explicarles. No nos basta reclamarnos del amor o de la justicia. Es el honor lo que nos daba la razón. ¿El honor por la justicia?, es el dilema que miré en la cara de Domingo Vidal. ¿La traición o la belleza?, es lo que me decían los ojos enamorados de Basilio Baltazar. Los miré a los tres, desposeídos de todo lo que no fuese la piel desnuda de la verdad, en el anochecer de aquella jornada fatal frente a los muros medievales y la puerta latina, rodeados de montes que se iban apagando, los tres, Pilar, Basilio, Domingo, vi a los tres como un grupo emblemático, Laura, la razón que nadie entendería sino yo entonces y ahora tú porque te la digo. Ésta es la razón. La necesidad de la belleza supera la necesidad de la justicia. El trío entrelazado de la mujer, el amante y el adversario no se resolvía en la justicia ni el amor; era un acto de belleza necesaria, fundado en el honor.

¿Cuál puede ser la duración de una escultura cuando la encarnan no estatuas, sino seres vivos amenazados de muerte?

La perfección escultórica -honor y belleza, triunfando sobre traición y justicia- se disolvió cuando Jorge le murmuró a la mujer, huye con nosotros a la montaña, sálvate, porque si no, los cuatro vamos a morir aquí juntos y ella respondió entre dientes apretados, soy humana, no he aprendido nada, aunque Basilio rogara, no se puede ganar nada sin compasión, ven con nosotros, huye, hay tiempo, y ella que soy como una perra de la muerte, que la huelo y la sigo hasta que me maten, que no les voy a dar gusto a ustedes, que puedo oler la muerte, que todas las tumbas de este país están abiertas, que ya no nos queda otro hogar más que el sepulcro.

– Tu padre y tu madre al menos, sálvate por ellos.

Pilar los miró a los tres con un asombro en llamas y comenzó a reír enloquecida.

– Pero vosotros no entendéis nada. ¿Creéis que muero sólo por fidelidad al Movimiento?

La risa la mantuvo separada varios segundos.

– Muero para que mi padre y mi madre se odien para siempre entre sí. Que nunca se perdonen.

(Tengo que hablarte de Pilar Méndez.)

– Yo creo que tú eres uno de esos hombres que sólo son leales a sí mismos si son leales a sus amigos -dijo Laura apoyando la cabeza sobre el hombro de Jorge.

– No -suspiró él con cansancio-, sólo soy un hombre enojado conmigo mismo porque no sé explicarte la verdad y evitar siempre la mentira.

– Quizás eres fuerte porque dudas, mi gachupín. Creo que eso sí lo saqué en claro esta noche.

Cruzaron Aquiles Serdán para pasar bajo el pórtico de mármol del Palacio de Bellas Artes.

– Lo acabo de decir en el café, mi amor, todos estamos condenados. Te confieso que odio a todos los sistemas, el mío y el de los demás.

VlDAL: ¿Ya ves? El triunfo no se va a obtener sin orden. Ganemos o perdamos ahora, victoriosos hoy o derrotados mañana, vamos a necesitar orden y unidad, jerarquías de mando y disciplina. Si no, ellos nos van a ganar siempre, porque ellos sí tienen orden, unidad, mando y disciplina.

Baltazar: Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la implacable disciplina de Hitler y la de Stalin?

VIDAL: Los fines, Basilio. Hitler quiere un mundo de esclavos. Stalin quiere un mundo de hombres libres. Aunque los medios sean igualmente violentos, los fines son totalmente distintos.

– Tiene razón Vidal -rió Laura-. Estás más cerca del anarquista que del comunista.

Jorge se detuvo abruptamente frente a uno de los carteles de Bellas Artes.

– Nadie desempeñó un papel esta tarde, Laura. Vidal es realmente comunista, Basilio es verdaderamente anarquista. No te dije la verdad. Pensé que los dos, tú y yo, podríamos obtener así cierta distancia frente al debate.

Se quedaron un rato en silencio mirando la oferta en papel amarillo y letras negras, mal pegado a un marco de madera indigno de los mármoles y bronces del Palacio. Jorge miró a Laura.

– Perdóname. Qué linda te ves.

Carlos Chávez iba a tocar con la Sinfónica Nacional su propia Sinfonía India y El amor de tres naranjas de Prokofiev, y el pianista Nikita Magalov interpretaría el concierto número uno de Chopin, el que ensayaba sin resultados la tía Hilda en Catemaco.