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– Perdón -dijo Espósito.

Iba a salir cuando Bastián lo detuvo.

– No, quédate.

Nos matamos, pensó Espósito casi con indiferencia. Nos enroñamos para toda la vida, en el lugar natural. Gran final sinfónico del viaje a Córdoba, pelea de borrachos en un excusado. Revolcarse y gritar.

Bastían, sin secarse la cara, lo tomó de las solapas.

– Oíme -murmuró.

– Bastián -dijo Espósito.

– Oíme -repitió Bastián.

Espósito alzó las manos muy lentamente, sin brusquedad, como si cualquier movimiento innecesario pudiera desencadenar esa fuerza que había presentido en el pasillo. El mal, pensó, lo que está sucediendo en este baño es el Mal. Muy despacio, sujetó a Bastián por las muñecas.

– Salgamos -dijo-. Conversemos afuera.

– Oíme -volvió a murmurar Bastián.

Tenían las caras casi juntas. Lo de Bastián era algo más que una borrachera. Irradiaba un odio y una violencia tan intensos que lastimaban a Espósito. Pero no era sólo violencia u odio, era otra cosa. Es como el dolor, pensó asombrado. La locura debe ser así. Bastián echó la cabeza hacia atrás y con la frente lo golpeó en la boca. Un gesto raro, atormentado, como si estuviera dándose la cabeza contra la pared, sin furia.

Espósito consiguió ladear un poco la cara.

– Bastián -dijo, apretándole las muñecas-. Ignacio.

– Tenés miedo -dijo Bastián.

Espósito se hizo un poco hacia atrás y vio en el espejo que tenía lastimada la boca. Soltó una de las muñecas de Bastián, abrió con lentitud la mano y se la llevó a los labios, para limpiarse la sangre. Lo demás sucedió sin su intervención: Bastián alzó bruscamente el antebrazo como si se defendiera de algo, y la mano de Espósito, obrando sola, salió disparada hacia adelante, de revés, y golpeó con toda su fuerza la cara de Bastián. Bastián tropezó y cayó sentado en el bidet. Hizo ademán de levantarse; pero se quedó quieto, con los ojos muy abiertos.

– Levántate, por favor -dijo Espósito. Bastían lo miraba, sin moverse.

– Tenés que irte de esta casa -susurró Bastían de pronto-. No te das cuenta, imbécil. Tenés que irte de esta casa.

– Sí -dijo Espósito-. Sí.

Y, sin saber lo que hacía, volvió a golpearlo como si no pudiera gobernar su mano, que fue y vino.

– No me obligues a levantarme -murmuró Bastían con helada ferocidad, y la mano de Espósito se quedó quieta-. Yo también me hago preguntas. Yo también me pregunto por qué somos así. Por qué estamos tan cansados, por qué habiendo sido tan intactos, tan puros, tan generosos, un día nos despertamos con el corazón corrompido.

– Estás borracho -dijo Espósito-. Levántate.

– Si me levanto puedo matarte -dijo sonriendo Bastían-. A mí también me gustaría saber por qué nos pasa lo que nos pasa. Yo creo que nadie lo sabe. Perdemos una ilusión y no buscamos otra. Y un día creemos descubrir que vivir no es bueno.

– De qué estás hablando, Bastían.

– No sé de qué estoy hablando.

– Levántate de ahí.

Espósito se acercó y lo tomó por los brazos mientras el cuerpo de Bastían, tirando hacia abajo, iba haciéndose un ovillo y las venas de su cuello y de su frente se marcaban como cuerdas bajo la piel. Los músculos de sus brazos parecían de mármol. Tiene una fuerza inmensa, pensó asombrado Espósito. Lo soltó.

Bastían aflojó el cuerpo y dejó las manos colgando a los costados del bidet. Sonreía.

– Hay algo malo en esta casa.

– Estás loco-dijo Espósito. Bastían cerró los ojos.

– Déjame, estoy bien -dijo-. Hay algo muy malo alrededor de todos nosotros. Desde hace uno o dos días, hay algo muy malo en Córdoba. -Abrió los ojos, se rio y lo miró fijamente. -A lo mejor sos vos.

Echó la cabeza hacia adelante y le escupió la cara.

Espósito salió del baño y cerró la puerta. Durante unos minutos deambuló por los pasillos hasta desembocar en un alto corredor abovedado con las paredes cubiertas de cuadros. Ahora está en el piso superior, tiene una botella de whisky en el bolsillo del saco y se aprieta un pañuelo mojado contra el labio.

Alguien lo toma del brazo.

XVI

Corredor de la quinta de Verónica. Cuadros en las paredes. Se llega por una escalera algo imprevista, ya que no está donde se supone que debe estar una escalera. Al fondo, gran ventana; relámpagos. Lejano ruido de fiesta. Entran, del brazo, el astrólogo y Esteban.

ÉL

Y ahora, ¿cómo sigue? ¿Tengo que mostrarte a Helena de Troya, a París, al dormidito en su frasco?, ¿rompen a cantar los insectos del parque?, ¿bajamos a buscar a las Madres, esas diosas fatídicas?

ESTEBAN

No seas imbécil.

ÉL

(Suspirando.) Tengo la desgracia de que todos ustedes me insultan. En eso me parezco a Shylock. Y ahora que lo pienso, Shakespeare, no Marlowe sino Shakespeare debería haber escrito el Fausto. Y todos los que vinieron atrás se habrían dejado de joder conmigo. Con el respeto debido a éste, aquél y al de más allá. ¿Conversábamos de qué?, como dice tu otro custodio.

ESTEBAN

De mí, de lo que significa todo esto. Estoy borracho, o realmente…

ÉL

Más o menos realmente. Pero no empecemos otra vez; todo esto ya lo discutimos en el ómnibus.

ESTEBAN

Entonces es cierto.

ÉL

Sí y no. Es un poco complicado para un logos argentino, al menos por ahora. Se dice que mi idioma materno es el alemán y mi segunda lengua es el inglés. Esa gente gutural, ya se sabe, puede hacer con toda naturalidad que una cosa sea y no sea, acordate de Berkeley y de Kant. Ustedes, los de origen románico e hispánico, tienen la manía de lo absoluto.

ESTEBAN

(Irónico.) En el ómnibus no decían ustedes sino nosotros. ¿En qué quedamos?

ÉL

La nacionalización de lo demoníaco, pichón, es tu asunto, no el del paisano aquí presente. Yo he venido a embarullar, corromper e inducir, también podríamos llamarlo seducir. Te voy a dar una pista. Si yo fuera Esteban ya me estaría contestando que el idioma del diablo no es ni remotamente germánico o sajón. Es griego y latino. Una alocada y terrible traducción de un verso fenicio. ¡Oh tú, estrella de la mañana! y todo el chorro que sigue: ahí empezó esta historia que, en progresión decreciente, ha venido a parar al Cerro de las Rosas. Y espiritualmente la única lengua del todo apropiada al caso que nos ocupa es el venerable, simétrico, monumental y angélico latín de la Vulgata. O lo que es lo mismo, la lengua madre del diablo es católica y protocastellana. Todo eso argumentaría yo si fuera vos, y lo engalanaría con unos cuantos proverbios y coplas criollas. Pero veo que no te podes tener ni parado, cuantimenos polemizar.

ESTEBAN

Independientemente de mí, no te concedo ninguna existencia. Por lo tanto, todo lo que digas lo digo yo. Lo que ahora necesito saber es otra cosa.

ÉL

¿Y a quién vas a preguntárselo?

ESTEBAN

A vos.

ÉL

Pero si somos uno solo y el mismo yo no hace ninguna falta en este corredor. Mejor me voy con Custodio. (No se mueve.)

ESTEBAN

La naturaleza del castigo. Eso quiero conocer.

ÉL

No sé si entendí bien.

ESTEBAN

El castigo, animal. Cuál es el castigo.

ÉL

La palabra es infierno, ¿o me equivoco? La palabra es Gehenna, Orco, Tártaro. Hablamos del embudo bajo la ciudad de Jerusalén, de la gruta de Cumas. Hablamos de ayes, parrillas, fuego frío, caca, círculos, bolsones de maldad, resbalosas cornisas. En suma, decimos infierno. ¿Lo decirnos?