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Concilio Vaticano II

LA REALIDAD DEL INFIERNO

SE CONFIRMO POR MAYORÍA

LA VOTACIÓN FUE UNÁNIME

Crónica De Un Iniciado pic_3.jpg

Borges escribió algo parecido a eso, Villiers también. Pero su mirada igual es alarmante. Inés tenía un pequeño libro en la mano. Todos junto a la mesita de campaña del fraile Aldao. Verónica me presentó al cazador. Lalo, dijo simplemente. No tomes en serio ni la mitad de lo que dice. Él me pidió disculpas por sentirse mal ante los seres profundos y patéticos que usaba Verónica. Soy nacionalmente frívolo, dijo, y explicó que todos los argentinos éramos frívolos. Frívolos como mariposas. Éramos unas locas. Lo cual, para Lalo, explicaba que nos muriésemos por tener pasado. Como las locas. Tener historia nacional y personal, cualquiera, pero venir de lejos, de la Independencia o si es posible de la Conquista.

No importa que tu abuelo fuera analfabeto y chanchero en España, o que uno de los míos, el fraile dueño de esta mesita, haya sido un arquetipo de Lombroso, vos conseguite un apellido y en vez de farmacia decí botica y te entierran envuelto en la bandera. Te aclaro que no me río del pasado, me río del presente. Aquellos bestias no querían descender de nadie, querían ser, descender es lo mismo que bajar. Yo no tengo gran simpatía por Bartolomé Mitre, aunque tuvo un lindo tapage noctuine con mi tía abuela, pero ¡qué diferencia con ahora! Vos te imaginas a un general de éstos traduciendo La Divina Comedia , qué digo traduciendo, te los imaginas leyéndola, qué digo leyéndola. ¿Te imaginas algo cuando pensás en un general? Encienden un pucho en el puesto número uno de Campo de Mayo, ven el resplandor y gritan: Guerra, arriba el escuadrón, atentado peronista. Perón, en el fondo, nos había hecho un favor. Nos hizo sentir históricos. La Segunda Tiranía, caramba. No habremos tenido doce Césares pero tuvimos dos tiranos. Hitler casi borró a Europa del mapa pero era uno solo. Ya no seremos el granero del mundo pero nos dimos el gusto de bombardear nuestra propia Plaza de Mayo. Para Lalo, éramos al mundo como los rosarinos a los porteños, éramos los rosarinos del mundo. Después dijo que lo perdonáramos pero que no asistiría al cierre del interesante acto académico en la Universidad. Medía un metro ochenta y cinco y era un hermoso ejemplar de animal macho. Cualidad, para Lalo, que no existía al estado puro, sin el aporte de lo femenino. E hizo el gesto insólito y amaneradísimo de cazar una mariposa en la frente de Inés tomándole las alas con la punta de los dedos. No iría a la Universidad, repitió, porque estaba hasta los bolorcios de esta manía que nos había dado ahora de querer ser argentinos y tener Weltanschauung e indagar el ser nacional. Pero decime un poco, le preguntó a Verónica, en qué se parece tu salvaje aborigen de Jujuy, pongo por caso, al agrónomo de tu santo marido. Y yo creí sorprender una mirada equívoca de Verónica o acaso sólo recordé una mirada similar de la noche anterior y el gesto duro e impenetrable de Santiago. O el joven literato de ningún apellido, dijo señalándome, al tío Patricio o al repelente Bastían o al resto de la colección de la que te dije.

– No rimamos, m'hija. En el Yukón he visto mexicanos, y en Borneo peruanos. He visto alemanes e ingleses en Zanzíbar y en Ordo. Pero argentinos, en ninguna parte, ni acá.

VII

La Historia Argentina, para Lalo, se reducía más o menos a una década. Empezaba hacia 1813 y terminaba en el invierno de 1821, cuando degollaron al abuelo Laureano en los pantanos del sur. Después era todavía hoy, un perfecto quilombo. Si quieren, les cuento cómo degollaron al abuelo, es una historia de amor, dijo Lalo, y la señorita Etelvina y las chicas reunidas junto a la mesita de campaña. del fraile Aldao dijeron que sí. Pero antes tengo que explicarles cómo eran los argentinos de antes. Esa gente, dijo Lalo, tenía ideas y propósitos formidables. Había que independizarse de España y crear un continente, y dentro de ese continente una Nación, qué te parece Cholito. El problema es que cada uno quería crearlo a su manera, más o menos como ahora, con la única diferencia, a favor de aquéllos, de que en ese tiempo nadie pensaba en negociados ni se llevaba la plata a Suiza. No te rías, Etelvina, que estoy hablando muy en serio. Por un lado armaban ejércitos libertadores para correr a los españoles, y por el otro juraban por Fernando Séptimo o querían traer al infante de Paula para proclamar un rey propio, casar a alguien con la de Braganza o coronar a un descendiente de los incas. Sólo que también querían una república centralista unitaria y una confederación democrática, y no es solamente que unos quisieran esto y otros aquello, sino que querían esto y aquello más o menos al mismo tiempo y más o menos los mismos próceres. Te pongo el ejemplo de Belgrano. "Ah, no", dijo la señorita Etelvina, "no te voy a permitir que te metas con Belgrano". Pero si ya sé que es el más grande y conmovedor tipo humano que dio este país, Ethel, y que hizo la bandera, dijo Lalo, además viene a ser antepasado político de la parte putativa de mi rama materna, sin contar que es de los pocos próceres a los que tengo cariño, por aquello de que daba órdenes espeluznantes con vocecita de seminarista pero, mal que mal, se mandó un campañón militar para el que se necesitaba tener los huevos del tamaño de un rancho, con perdón de las chicas y sobre todo de la nena del librito, que parece al borde de algo. Sabes lo que yo creo, Ethel, yo creo que esa parte de la historia argentina debió ser escrita en verso. Esos tipos como Belgrano que no ganaban nunca una batalla o cuando la ganaban volvían a perderla por dejar libres bajo palabra a los realistas, como nos pasó después de Salta, a mí no me digas que no están por encima de los historiadores nacionales. Vilcapugio, Ayohuma. Mira qué nombres. Uno dice Vilcapugio o Ayohuma y siente una cosa acá, después te enteras de que nos derrotaron pero la impresión no cambia. Te darás cuenta de que eso no es historia, es poesía. Pensá en la Ilíada. Héctor, Patroclo, mismo el iracundo Aquiles. Terminaron hechos bolsa, y por eso son interesantes. Agamenón o Menclao, en cambio, quién los conoce, salvo por el hecho de ser cornudos. "¿Y Ulises?", dijo una chica. No me interrumpas con pavadas, nena, dijo Lalo. De qué estaba hablando, de la gesta nacional y de la muerte del abuelo. Muy bien, por un lado los ejércitos libertadores cruzando los Andes, custodiando las fronteras, arrasando godos, y por el otro los caudillos, Artigas, Güemes, el abuelo, que en la mayoría de los casos pertenecían a estos mismos ejércitos. Galopando la patria para todas partes, degollando portugueses, peleándose entre ellos y tratando de no dejarse exterminar por Buenos Aires. Y en algún lugar, Buenos Aires, que mandaba a pelear a esos ejércitos o los llamaba para que invadieran las provincias y la protegieran de esos mismos caudillos. Todo esto, chicas, no eran muchas cosas distintas y contradictorias. Todo era una misma cosa. Por eso nadie entiende a los argentinos. Yo les juro que todos esos hombres, Belgrano, Artigas, Güemes, el abuelo y hasta el tirifilo demente de Rivadavia, más o menos hasta el año 21, pongamos hasta el 22 que fue cuando San Martín dijo adiós patria y se terminó todo, esos hombres querían exactamente lo mismo. Ser libres, independientes y estar unidos. Mira qué fácil.

– Contales de Aasta y el abuelo -dijo al pasar Verónica.

Lalo dijo que eso era precisamente lo que estaba haciendo, pero que necesitaba recrear el ámbito histórico, por llamarlo así, o nadie iba a entender nada, en esa casa todo el mundo tenía cara de existencialista francés y esto era un buen pedazo criollo de historia patria.

En resumen, que el abuelo Laureano Zamudio había sido comandante de frontera en Jujuy, vale decir, estanciero y caudillo, y había peleado con Güemes y a veces un poco contra Güemes, pero sobre todo había hecho toda la campaña del ejército del Alto Perú, el de Belgrano, hasta que un día pensó que Buenos Aires era más peligrosa para la Confederación que los españoles y armó un ejército propio y se vino desde Jujuy hasta Santa Fe para unirse con Estanislao López y con Ramírez, con la intención de llegar hasta Buenos Aires. El problema es que López ya había aceptado treinticinco mil vacas de los estancieros porteños y que la cabeza de Ramírez era exhibida en la plaza de Santa Fe, en una jaula. Cuando el abuelo quiso acordarse, estaba solo, meditando arriba de un mangrullo. Yo creo que en ese momento ocurrió uno de los hechos más hermosos de la historia argentina, pero ahora tengo que irme, dijo Lalo. Esta noche se los cuento, en la quinta del Cerro.