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– ¿Hablaron acerca de eso?

– Muy por encima, no me contó nada especialmente interesante sobre el trabajo que realizó una vez acabada la guerra, aunque siendo los tiempos más duros de la guerra fría y trabajando para quien trabajaba, es fácil suponer qué tipo de historias podría haber contado. No, de lo que me habló básicamente fue de nuestra guerra. Era muy ameno conversando, se notaba que en Estados Unidos no tenía muchas oportunidades de usar su lengua vernácula y quería desquitarse. Me proporcionó también una documentación muy interesante referente al batallón en el que combatió durante la contienda, pero le repito que sobre los hechos posteriores su mutismo fue casi absoluto.

– ¿En algún momento le vio inquieto o preocupado?

– Creo que no, pero no podría asegurárselo. Se le veía excitado, eso sí, pero me parecía completamente normal en alguien que vuelve a su tierra después de cincuenta años y que tiene, posiblemente por primera vez en mucho tiempo, la oportunidad de hablar en su idioma y sobre sus vivencias y recuerdos. Desde luego, si es lo que quiere saber, en ningún momento actuó como una persona que sabe que va a morir o que piensa que corre algún tipo de peligro.

– ¿Le dijo por qué había vuelto al País Vasco?

– Tan sólo que se había jubilado y que quería ver de nuevo su país antes de morir, pero esto último no lo dijo como si estuviera pensando en que su muerte era inminente, sino como un comentario nostálgico de alguien que ha entrado en la setentena.

– ¿Le comentó en algún momento si se había entrevistado con alguien más o si había realizado algún tipo de actividades que se salieran de lo habitual?

– Lo siento pero no. Quizá, hubo algo…

– ¿Sí?

– No sé qué importancia puede tener. En su momento no se la di porque convivo con ello, pero me dijo que le gustaría tener una conversación con algún compañero que se dedicara al periodismo de investigación.

– ¿Le dijo por qué?

– Simplemente que siempre había admirado el trabajo que hacía ese tipo de periodistas y como tenía la oportunidad de estar en una redacción, le apetecía charlar con alguno. Al principio sonaba raro en una persona que por su profesión seguramente había convivido con todo tipo de gente, periodistas incluidos, pero pensé que, por otra parte, la discreción que le imponía precisamente su trabajo le habría impedido intimar con alguno, así que intenté complacerle sin hacerme mayores disquisiciones. Desgraciadamente no pudo ser, ya que ninguno de los compañeros que se dedican a esos asuntos se encontraba en ese momento aquí. De todos modos le dije que podía volver cuando quisiera, pero no lo hizo. Ahora comprendo por qué.

– ¿No le insinuó en ningún momento si tenía alguna historia que contar?

– Eso mismo le pregunté yo, pero me dijo que no. Que era simple y llana curiosidad y, en ese momento, le creí.

– ¿Y ahora qué piensa?

– Está muerto. Puede ser casualidad o puede no serlo, pero no tengo nada que le pueda ayudar a decidir cuál de las hipótesis es la buena.

21

No fue fácil para Iñaki Artetxe conseguir una entrevista con la viuda de Andoni Ferrer, pero la mención de problemas con la compañía de seguros le abrió las puertas. No se podía dudar del sincero dolor que sentía Nekane Larrondo por la muerte de su marido, pero tenía también un hijo pequeño por el que luchar y además, pensaba sensatamente, si su marido había estado abonando una jugosa prima en concepto de seguro de vida, no lo había hecho para beneficio de la compañía, sino para que su familia se quedara en mejor posición económica tras su muerte.

Rojas no había podido acompañarle, ya que hubiera incurrido en las iras de su superior, con lo cual, además de poner en peligro su propio puesto y posición, tampoco podría proteger a Artetxe, pero eso no significaba que estuviera ausente de la entrevista. Un diminuto e incómodo micrófono instalado en la oreja derecha de Iñaki Artetxe le permitía estar al tanto de lo que se hablara así como transmitir al antiguo ertzaina sus impresiones e indicaciones.

Nekane Larrondo recibió a Artetxe sentada en la misma butaca en la que había encontrado fallecido a su marido y le invitó a tomar asiento.

– Antes de nada quiero agradecerle su amabilidad al atenderme -dijo Artetxe-. Sé que para usted será doloroso recordar la muerte de su marido y más cuando, como en el caso presente, tenemos que hablar de la cuantía de la indemnización, enelcasopresente,pero es algo que no nos queda más remedio que solucionar.

– Gracias. Comprendo su situación, pero me parece muy extraño que a estas alturas se empiece a remover de nuevo el asunto.

– Es la maldita burocracia, ya sabe, que hace que todo se atrase. La compañía está dispuesta a pagar, pero como usted tal vez desconozca, su sede está en Zurich y siempre que una posible indemnización excede de cinco millones de pesetas tenemos que enviar un informe lo más exhaustivo posible a las oficinas centrales. Ya se sabe lo puntillosos que son los suizos.

Nekane no sabía si los suizos eran más puntillosos que los keniatas, pero aceptó en silencio la explicación de Artetxe, con la esperanza de acabar la entrevista cuanto antes.

– Siempre que se produce una muerte extraña, y lamento la expresión pero no podemos andarnos con tapujos -continuó explicándose Artetxe-,las posibilidades se reducen a tres: accidente, suicidio o asesinato. En este caso el suicidio sería la hipótesis más desfavorable para usted, ya que la compañía no abonaría ninguna cantidad; en cambio, en caso de haber sido asesinado, su póliza tenía una cláusula según la cual la indemnización se duplicaría.

– Mi marido no se suicidó -respondió Nekane-. Fue un simple accidente, un desgraciado accidente. Quería probar la droga para sentir en su propio cuerpo las reacciones que producía y la dosis que se inyectó causó, por desconocimiento, un efecto letal. Eso es lo que ocurrió y lo que expliqué a la policía y en el Juzgado.

– Aunque es una de las hipótesis de trabajo, nosotros también hemos descartado por ahora el suicidio, pero nos gustaría explorar la posibilidad de un asesinato ¿Se mostró en algún momento preocupado, o tuvo algún tipo de amenazas?

– Lo siento, pero ya dije en su momento que eso me parecía absurdo. Fue un accidente y, la verdad, no tengo ninguna gana de hablar de nuevo sobre la cuestión.

– Lo comprendo, pero era necesario que hablara con usted para completar nuestros archivos. De todos modos, si no le importa, antes de finalizar nuestra entrevista me gustaría hacerle unas pocas preguntas más -añadió Artetxe después de que Rojas le susurrara, a través del micrófono, las preguntas que quería que hiciera.

– De acuerdo, pero vuelvo a rogarle que sea breve.

– Lo entiendo y le prometo que le robaré poco tiempo. En primer lugar me gustaría saber si le habló alguna vez su marido de una tal Begoña González Larrabide.

– No, no me suena ese nombre -respondió, titubeante, Nekane.

– Hemos tenido acceso a los informes policiales y parece ser que la misma remesa de droga que causó el fallecimiento de su marido fue también la causante de la muerte de la mujer que le hemos mencionado.

– Supongo que será una desgraciada coincidencia -comentó encogiéndose de hombros-. Me imagino que esa remesa se habrá vendido a muchos drogadictos.

– Quizá sí, pero sólo ha habido dos muertes.

– Es más que suficiente, ¿no cree? -replicó, con un deje de amargura en su voz, la viuda de Andoni Ferrer.

– Señora, me gustaría ser sincero con usted. Creemos que las dos muertes, la de su marido y la de la mujer, han sido producidas voluntariamente, pero sin su colaboración no va a ser posible llegar al fondo del asunto.

– Ya le he dicho que no creo en eso, pero aunque estuviera de acuerdo con usted no tengo nada que decirle. No entiendo el interés de una compañía de seguros por este asunto, sobre todo si, como me ha dicho al principio, eso significa que tendrían que doblar la indemnización. Por favor, no me considere una maleducada, pero le ruego que salga de mi casa, estoy muy cansada.