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– Muy amable por su parte -ironizó Artetxe.

– Le repito que deje de quedarse conmigo. Usted ha sido policía, así que tiene que saber que no todos somos tontos. Sé por qué se le acusó de colaboración con banda armada, conozco a fondo su caso y he sacado mis propias conclusiones; creo que hasta cierto punto puede ser una persona de confianza. Sé también que está trabajando como detective, pese a no estar autorizado para ello, y sinceramente le digo que esa falta de permiso, al menos para mí, no significa nada. Si yo no tomo en cuenta esos datos no sé por qué tiene que mencionarlos usted constantemente. Deje ya de hacerse la víctima y atiéndame durante unos minutos.

– De acuerdo, admito que me estoy pasando, pero sinceramente lo que me ha ocurrido no es como para echar cohetes. De todos modos le escucharé, aunque no sé exactamente a qué viene todo este rollo paternalista.

– Es muy sencillo: quiero ofrecerle la posibilidad de que colaboremos en beneficio mutuo.

– Últimamente voy de sorpresa en sorpresa. ¿He entendido bien, quiere que colaboremos nosotros dos? ¿Una persona que acaba de cumplir condena por ayudar a un terrorista huido y un policía?

– Eso es lo que he dicho. Ya le he comentado que he analizado su caso y creo que puedo confiar en que estoy haciendo lo correcto al darle un voto de confianza. Usted ha sido ertzaina y, según mis informes, no precisamente de los peores. En estos momentos está trabajando como detective pese a no tener autorización para ello y aunque, como ya le he dicho, sé que cuenta con la protección de uno de los bufetes más influyentes de Bilbao, no estaría de más que contara también con cierto tipo de protección policial.

– Me parece que poco a poco voy comprendiendo. Si usted me ofrece su protección, ¿qué debo hacer yo en contraprestación?

– Usted sabe que muchas veces, debido a las presiones y reglamentos a los que estamos sujetos, los policías no podemos llegar a todos los sitios que estimamos convenientes. Ahí sería donde usted podría ayudarme.

– Entiendo, necesita alguien que pueda hacerle los trabajos sucios.

– No más sucios que los que pueda encargarle el señor Uribe. ¿Qué me contesta?

– ¿Por qué no? Si vay a ganarme la vida con este oficio, no me vendrá nada mal tener un contacto con la policía.

– Es usted inteligente, señor Artetxe, y me alegra su decisión. Además, quiero comunicarle que nuestra colaboración empieza ahora mismo.

– Me lo estaba imaginando, ¿de qué se trata?

– Como usted ya sabe, estoy destinado en el Grupo de Homicidios. Recientemente me han retirado de un caso al que han considerado muerte por accidente. Un periodista que murió como consecuencia de inyectarse una dosis de caballo en mal estado.

– Sí, leí algo en los periódicos.

– Y ahora aparece muerta esta joven que, según todas las apariencias, ha fallecido también por sobredosis.

– Habrá que esperar el informe de la autopsia, pero creo que tiene razón. De todos modos, ¿adónde le lleva eso? Desgraciadamente, todos los años mueren jóvenes por ese motivo, sin que haya nada raro ni se produzca ninguna conexión entre unas muertes y otras.

– Lo sé, pero se me ha prohibido seguir con la anterior investigación y esto es lo más cercano que tengo. El periodista muerto, Andoni Ferrer, no era drogadicto. Esta joven, en cambio, por las marcas que tenía en el cuerpo, parece que sí, lo que los diferencia algo más todavía, pero pudiera haber ocurrido que les hubiera suministrado la droga la misma persona.

– Sí, podría haber ocurrido.

– En ese caso, ¿por qué ha habido sólo dos muertes en este plazo de tiempo? Se supone que el camello en cuestión tendrá más clientes, pero no sólo no ha habido más muertes, cosa que nadie desea, sino que ni siquiera ha habido gente en coma o que haya detectado algo extraño.

– No es normal, lo admito, pero ¿qué es lo que puedo hacer yo?

– Usted fue contratado por el novio de la chica para encontrarla. Lo ha hecho, pero no tiene por qué dejar el caso. Siga en él e intente averiguar si hay alguna conexión.

– Para eso necesitaría que mi cliente quisiera proseguir las investigaciones.

– Por supuesto, pero confío en su capacidad de convicción.

– Además, es una mera hipótesis. Quizá no haya ninguna conexión, después de todo. Mientras el forense no emita su informe estaremos en blanco.

– De acuerdo, pero en el caso de que haya una posibilidad, por mínima que sea, de que ambos asuntos estén relacionados, ¿cuento con su ayuda?

– No tengo ninguna alternativa, ya le he dicho que colaboraré con usted, aunque no sé si soy muy prudente al aceptar su oferta.

– Tal vez no, pero es su oportunidad de volver a hacer un trabajo policial. ¿Tiene alguna idea de por dónde empezar?

– Supongo que lo primero de todo es redactar el informe para mi cliente y posteriormente intentaré conseguir su apoyo para continuar con las indagaciones.

19

Había sido duro, pero entraba en su salario. Acababa de dar a Carlos Arróniz la noticia de la muerte de su novia. Si ya la muerte en sí es una desgracia, la sordidez que la acompañaba en este caso hacía aún más difícil superar el trago.

– No lo entiendo, señor Artetxe. Es imposible que Begoña se drogara.

– Sobre ese aspecto no hay ninguna duda posible. No sólo murió como consecuencia de una dosis en mal estado, sino que había en sus brazos señales clarísimas de que lo hacía habitualmente.

– ¡Cómo he podido estar tan ciego! -se lamentó Arróniz.

– No se culpe -contestó Artetxe-. Estas cosas pasan y no hay que darles más vueltas. Es duro, pero es así.

– Le agradezco sus palabras, pero no conseguirá hacer que me sienta bien.

– Lo sé. Por desgracia tengo cierta experiencia y sé que lleva tiempo. El tiempo todo lo cura. Suena a tópico, pero es cierto.

– No se puede cambiar el pasado, señor Artetxe, lo sé de sobra yo también, pero me gustaría poder hacer algo, no sé, no quedarme aquí, llorando y gimoteando, sin hacer nada.

– Pero es que ya no se puede hacer nada.

– No estoy de acuerdo, señor Artetxe. Aunque su misión ha terminado, ¿querría seguir trabajando para mí?

– Depende de en qué esté usted pensando.

– Mire, aunque he resultado ser tan ciego que teniendo el problema junto a mí no me he percatado de su existencia, sí creo que los problemas no surgen de la nada. En algún momento empezaría a drogarse, alguien la pondría en contacto con un suministrador, alguien se lucraría al venderle ese veneno. Me gustaría que indagara por ahí. Quiero que encarcelen al hijo de puta que le proporcionaba la droga.

– Eso es más bien labor de la policía.

– ¡No me venga con hostias, Artetxe! -respondió Arróniz vehementemente-. No quiero denigrar a nuestra policía, pero todos sabemos que por el motivo que sea no es un prodigio de eficacia en estos asuntos.

– Hacen lo que pueden con unos medios muy limitados si los comparamos con los de los narcotraficantes.

– De acuerdo, no se lo discuto. Que la policía actúe por su cuenta, pero ¿por qué no podemos nosotros intentarlo por la nuestra?

– En primer lugar porque nuestra legislación no lo permite.

– ¿Cómo que no lo permite?

– Los detectives en España no pueden actuar ante delitos perseguibles de oficio, es decir, les está vedada la investigación de robos, asesinatos, secuestros, tráfico de estupefacientes, etc. Si eso es así con los detectives que poseen la correspondiente licencia, imagínese lo que podría ocurrir en mi caso.

– No creo que eso constituya ningún problema. El señor Uribe me ha explicado que aunque no le puedan conceder durante un tiempo el permiso, extraoficialmente le han asegurado que si actúa dentro de unos cauces de, digamos, colaboración con las autoridades no tendrá ningún problema. Y según parece algún inspector de la Jefatura Superior le ha puesto bajo su protección.