– ¡Corta el rollo cara bollo!

Interrumpió zafiamente el ministro en trance de apretarse las sienes mientras pedía un gelocatil. Luego se dirigió a Carvalho.

– Bueno, concedamos que sea orteguiana. Queda bajo su custodia, pero en el momento en que se demuestre que además de ser serbia no es orteguiana, a usted le va a caer un paquete y a ella la ley de extranjería.

Por fin atendieron médicamente a la culturista y Carvalho ofreció un Romeo y Julieta «Winston Churchill» a un celador del hospital, un joven príncipe hijo de príncipe miembro del COI que empezaba desde abajo su carrera de príncipe. Aparte del puro, Carvalho le metió un billete de cinco mil pesetas en el bolsillo.

– Toma, para tus gastos… Que los jóvenes príncipes siempre vais cortos de dinero. Salís con chicas que os cuestan muy caras. ¿Qué ha pasado con los objetos voladores?

Receloso, el príncipe, tras asegurarse de que nadie le veía guardarse el billete de cinco mil pesetas ni se oía lo que iba a decir en ninguno de los seis posibles puntos cardinales, puesto que también miró bajo sus pies y sobre su cabeza, acercó los labios a la oreja más próxima de Carvalho.

– Es un secreto. Se ha descubierto que alguien ha trucado el utillaje olímpico. Los objetos de lanzamiento: jabalinas, martillos, discos… algunos han aparecido con motores miniatura de propulsión… las jabalinas con artefactos vibratorios microscópicos… las pelotas con cerebros y memorias que teledirigen sus recorridos… Diabólico. Papá dice que es diabólico. Se nos había ocurrido el control antidoping de los deportistas, pero ¿y el de los objetos?

– ¿Hasta ahí están dispuestos a llegar con tal de ganar?

– No. No se deje llevar por una mala impresión. Se trata de una fase más del sabotaje implacable. Han sido otros los que han trucado el utillaje oficial y se sospecha de las marcas rechazadas, decididamente dispuestas a desacreditar el olimpismo. Pero todas las pistas llevan a Andreotti, un político italiano que es el jefe del holding de sociedades secretas del Universo.

– Y el COI, ¿qué dice?

– Que hablando se entiende la gente, pero que nadie violará la virginidad del COI por la puerta trasera.

Un enfermero reclamó la presencia de Carvalho y le condujo sigilosamente hasta la cama donde yacía Vera después de la intervención.

– Noche de confidencias. -El enfermero bajó la voz-. Sé que puedo hablarte con confianza, camarada. Esta mujer en su delirio recita versos de la Internacional y habla de la lucha final… Te lo digo para tu administración… Es de los nuestros…

Guiñó un ojo, cerró un puño y se fue por donde había venido. El mundo, o quizá sólo se tratara de Barcelona, volvía a llenarse de exiliados interiores.

Carvalho dejó a la culturista serbia en el hospital, curándose de la herida y cantando la Internacional en sus momentos de delirios febriles, y se trasladó a la central del Alto Mando de Emergencia del COI. Su desidia olímpica de las primeras horas debía compensarla y se hizo pasar los vídeos de todo lo ocurrido hasta el momento en que las fuerzas del nuevo orden internacional derribaron la puerta de su casa. Allí estaba la ceremonia inaugural que tanta autocomplacencia había dejado entre los catalanes en general y los barceloneses en particular hasta el punto de haberse producido un movimiento sísmico psicosomático que había elevado en más de veinte centímetros la altura de Barcelona sobre el nivel del mar. El resto de España había acogido con desiguales opiniones la brillantez de la ceremonia, especialmente molestos algunos sectores de la capital de España porque los reyes fueron introducidos en el estadio barcelonés a los acordes del himno nacional catalán. Al frente de la reacción anticatalanista figuraba el presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, dispuesto a vengar la afrenta en la primera jornada de la Liga 1992-1993 en la que se enfrentaban el Barcelona y el Real Madrid.

Tampoco los sevillanos se sintieron seducidos por la brillantez de la inauguración barcelonesa, bien porque temían que se minimizara el esplendor paralelo de la Exposición Internacional de Sevilla, bien porque el jefe de Gobierno, don Felipe González, sevillano, apenas si se dejó ver por los Juegos Olímpicos, fuera por la expresión de su natural reservado o porque no quería restar protagonismo a su majestad el rey o porque guardaba hacia los catalanes el agravio de un hombre del sur, receloso del norte prepotente. Aunque el éxito del espectáculo no podía ignorarse, no despertaba unanimidad de solidaridades anímicas. Esta conclusión le fue facilitada al COI por el servicio de Información de los Espías Satélites de la NASA y a la lista de todos los interesados en un posible sabotaje olímpico se añadió la de una sospechada sociedad secreta nominada España, Una y Grande, que consideraba los Juegos de Barcelona como la palanca lanzadora del separatismo catalán. Antes de que se incrementara el número de interesados en el sabotaje olímpico, convendría hacer un primer balance de evidentes agravios: los patrocinadores que no habían sido escogidos, el Ku Klux Klan dispuesto a disminuir los Juegos de Barcelona para realzar comparativamente los de Atlanta, las cadenas de TV norteamericanas, decididas a minimizar la función intermediaria del COI e imponer sus condiciones de cliente mediático hegemónico (esta capacidad de imposición se demostraba en los presentes Juegos Olímpicos por el concurso de los jugadores profesionales de baloncesto de la NBA que respondían al ideal olímpico casi tanto como los jugadores de mus o los campeones de Europa de masturbación), los movimientos terroristas residuales en España y los internacionales convencidos de que agudizar las contradicciones internas del olimpismo es ya la única posibilidad de agudizar las del capitalismo, Carolina de Mónaco que no sabe qué hacer para demostrar su tristeza y dolor de viuda, Andreotti, indignado contra el COI, la única sociedad internacional, pública o secreta que jamás le ha ofrecido la presidencia: las dos mafias, la Santa y la otra; el departamento de desestabilizaciones de la CIA, indispensable si quiere tener función el departamento de estabilizaciones de la CIA… Los madrileños como posible imaginario y los sevillanos ídem de ídem. A todas partes acudía la mirada recelosa de Samaranch, que parecía un presidente del COI enjaulado…

– Hace años, cuando el olimpismo sólo generaba deudas que debían cubrir las aportaciones de los Estados, nadie estaba dispuesto a hacerse cargo del invento de Coubertin, pero ahora, cuando yo lo he convertido en una multinacional de espectáculos deportivos rica y próspera, todos quieren apoderarse del pastel.

– ¿Y el Islam?

– En su mayor parte todavía hacen lo que ordenan los Estados Unidos. Tampoco me tranquiliza Bush. Últimamente tiene demasiados problemas políticos e igual me arma una guerra contra Irak durante los Juegos de Barcelona. ¿Se imagina usted un zafarrancho de combate en la Villa Olímpica entre iraquíes y norteamericanos?

Los iraquíes apenas eran un puñado de señores con aspecto decididamente antiolímpico, mientras los norteamericanos eran un ejército completo de norteños poseedores del secreto de las bombas inteligentes y dispuestos a medir la inteligencia de sus bombas en comparación con las de cualquier competidor. Pero la única batalla que se había armado hasta la fecha en la Villa Olímpica estaba destinada a conseguir preservativos, quién sabe si sólo por el propósito de secundar la propuesta del anuncio de Benetton en el que preservativos de diferentes colores evocaban los aros olímpicos, o si con el propósito deportivamente discutible de hacer el amor mientras el espíritu de Coubertin sobrevolaba los tejados de la Villa con una palmeta de advertencia y castigo en la mano. La excitación sexual de los Juegos de Barcelona podía ser acrecentada a causa de una información de prensa en la que se aseguraba que el rendimiento de las atletas mejora si han hecho el amor en las horas anteriores a la competición. En cambio, el de los hombres empeora, razón de más para que la ambición atlética femenina unida a la lucha de sexos pudiera llevar a una caza del hombre olímpico frente a la que poco podía hacer la organización. También se aseguraba que el rendimiento deportivo mejora si en el cuerpo humano, independientemente de su sexo, crecen las hormonas del embarazo, por lo que se sospechaba que muchos hombres quedaban preñados, metafóricamente, competían, mejoraban su esfuerzo y luego abortaban mediante procedimientos a todas luces secretos, celosamente guardados en los sótanos de la ética olímpica.