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– Por Dios, lo está matando.

Corrió de nuevo hasta la puerta y la aporreó impotente. Unos momentos más tarde, como por arte de magia, la puerta se abrió silenciosamente. Vio a Roarke sentado ante el escritorio, fumando tranquilamente.

El corazón le dio un brinco al ver a Jess. Estaba pálido como un muerto, pero respiraba. De hecho, resoplaba como un termostato defectuoso.

– No tiene ni un rasguño -dijo Roarke cogiendo el coñac que acababa de servirse-. Y creo que ha empezado a comprender el error que ha cometido.

Eve examinó los ojos de Jess, que se encogió de miedo en la silla como un perro apaleado.

– ¿Qué demonios le has hecho?

Roarke dudaba que Eve o el DPSNY aprobara los trucos que había aprendido en su pasado.

– Mucho menos de lo que merecía.

Ella se irguió y miró a Roarke. Éste tenía el aspecto de alguien que se dispone a entretener a sus invitados o a presidir una importante reunión de negocios. Tenía el traje sin una arruga, el cabello perfectamente peinado y el pulso firme. Pero la mirada ligeramente extraviada.

– Por Dios, das miedo.

Roarke dejó a un lado el coñac.

– Nunca volveré a hacerte daño.

Ella contuvo sus deseos de acercarse a él y estrecharlo en sus brazos. Pero no era lo que pedían las circunstancias. O lo que él necesitaba.

– Roarke, no es un asunto personal.

– Lo es -repuso él, exhalando despacio el humo. Peabody entró con rostro inexpresivo.

– Los asistentes sanitarios ya están aquí, teniente. Con tu permiso, acompañaré al sospechoso al centro médico.

– Iré yo.

Peabody lanzó una mirada a Roarke, que aún no había apartado los ojos de Eve, y vio que tenía una expresión más que peligrosa.

– Si me disculpas, teniente, creo que tienes aquí asuntos más apremiantes. Puedo ocuparme yo. Todavía tenéis en casa muchos invitados, incluyendo la prensa. Estoy segura de que preferirás que el asunto no se difunda hasta nueva orden.

– Está bien. Llamaré desde aquí a la central y tomaré las medidas necesarias. Dispón la segunda parte del interrogatorio para mañana a las nueve.

– Estoy impaciente. -Peabody echó un vistazo a Jess y arqueó una ceja-. Debe de haberse golpeado la cabeza con mucha fuerza, porque sigue aturdido, y tiene la piel fría y húmeda. -Dedicó a Roarke una sonrisa y añadió-: Sé muy bien lo que es estar así.

Roarke rió, y sintió que la tensión lo abandonaba.

– No, Peabody. En este caso no creo que lo sepas.

Se acercó a ella y, sosteniéndole el rostro entre sus esbeltas manos, la besó.

– Eres un encanto -murmuró. Luego se volvió hacia Eve y añadió-: Me ocuparé del resto de nuestros invitados. Tómate tu tiempo.

Peabody se llevó los dedos a los labios mientras se dirigía a la puerta. Una oleada de placer la había recorrido de la cabeza a los pies.

– Caramba. Soy un encanto, Dallas.

– Estoy en deuda contigo, Peabody.

– Creo que acaban de saldarla. -Retrocedió hasta la puerta-. Aquí están los asistentes. Nos llevaremos a nuestro amigo. Dile a Mavis que estuvo absolutamente ultra.

– ¿Mavis? -Eve se frotó los ojos. ¿Cómo iba a explicárselo a Mavis?

– Yo de ti la dejaría brillar esta noche. Puedes contárselo más tarde. Lo entenderá.