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– Tiene solución. -Reeanna tamborileó los dedos de su mano libre en una pierna, distraída-. Él lo solucionará. Le haré un nuevo escáner del cerebro y examinaré esa tara… si es que la tiene. Y la repararé.

– Oh, desde luego que la tendrá. -Eve se acercó, midiendo la distancia y el riesgo-. Todos la tenían. Y si no puedes reparar la de William, tendrás que terminar con él. No puedes arriesgarte a que esa tara se haga más grande y le cause una conducta incontrolada, ¿verdad?

– No, no. Me ocuparé de ello esta misma noche.

– Puede que sea demasiado tarde.

Reeanna le sostuvo la mirada.

– Se pueden hacer ajustes. Y se harán. No he llegado tan lejos y conseguido tanto para fracasar ahora.

– Y sin embargo, para tener pleno éxito tendrás que controlarme a mí, y no voy a ponerte las cosas fáciles.

– Tengo el patrón de las ondas de tu cerebro -recordó Reeanna-. Y ya he diseñado un programa especial para ti. Será muy sencillo.

– Te sorprenderé -prometió Eve-. Además, te olvidas de Roarke. No puedes fabricarlos sin él, y él lo averiguará. ¿Esperas controlarlo a él también?

– Ése será placer especial. He tenido que hacer cambios en el calendario. Esperaba divertirme un poco, hacer un breve viaje con él al plano de la memoria, por así decirlo. Roarke es tan creativo en la cama. No hemos tenido tiempo para intercambiar impresiones, pero estoy segura de que estás de acuerdo conmigo.

Esas palabras le dieron dentera a Eve, pero respondió con frialdad.

– ¿Utilizas tu juguete para obtener satisfacción sexual? Qué poco científico, doctora Ott.

– Y qué divertido. No soy un genio como William, pero disfruto con un buen juego creativo.

– Y así es como conociste a tus víctimas.

– Hasta la fecha. A través de circuitos clandestinos. Los juegos pueden ser relajantes y entretenidos. Y William y yo estábamos de acuerdo en que el procesar los datos de los jugadores nos ayudaría a desarrollar opciones más creativas para el nuevo modelo de realidad virtual. -Reeanna se ahuecó el cabello-. Claro que nadie tenía en mente lo que yo estaba creando.

Desplazó la mirada hacia el monitor y frunció el entrecejo al ver los datos que llegaban de la oficina de Roarke. Este estaba procesando en esos momentos las especificaciones de la unidad de RV.

– Pero ya tenías a Roarke indagando. Y no sólo sobre el joven Drew, sino sobre la unidad en sí. Me molestó, pero siempre hay un modo de esquivar las inconveniencias. -Esbozó una sonrisa-. Roarke no es tan necesario como crees. ¿Quién supones que heredará todo esto si le ocurre algo?

Volvió a reír de puro placer cuando Eve la miró sin comprender.

– Tú, querida. Todo será tuyo y estará bajo tu control, y por tanto bajo el mío. No te preocupes, no te dejaré viuda mucho tiempo. Encontraremos a alguien para ti. Lo escogeré personalmente.

Eve sintió que el pánico le helaba la sangre, le paralizaba los músculos, le atenazaba el corazón.

– ¿Has hecho una unidad expresamente para él?

– La he acabado justo este mediodía. Me pregunto si ya la habrá probado. Roarke es muy eficiente, y siempre se interesa personalmente en todo lo relacionado con sus propiedades. -Le disparó a los pies, adelantándose a Eve-. No lo hagas. O te dejaré inconsciente y el efecto tardará más.

– Te mataré con mis propias manos, lo juro. -Eve trató de respirar hondo y se obligó a pensar.

En su oficina, Roarke leyó los datos que acababa de obtener. Se le estaba escapando algo, pensó. ¿Qué era? Se frotó los ojos cansados y se recostó. Necesitaba un descanso, decidió. Despejar la mente y descansar la vista. Cogió la unidad de RV del escritorio y la giró entre las manos.

– No te atreverás. Si lo haces, y yo te dejo inconsciente, nunca llegarás a tiempo a él. Siempre está la esperanza de detenerlo, de salvarle la vida. -Reeanna volvió a sonreírle con sorna-. Como ves te comprendo perfectamente.

– ¿De veras? -preguntó Eve, y en lugar de abalanzarse sobre ella retrocedió.

A continuación ordenó a voz en grito que se apagaran las luces y recuperó el arma mientras la habitación se sumía en la oscuridad. Sintió un ligero escozor cuando Reeanna apuntó mal y sólo le rozó el hombro.

Se arrojó al suelo y permaneció, protegida tras el escritorio, apretando los dientes para soportar el dolor. Se había golpeado con fuerza la rodilla herida.

– En esto soy mejor que tú -dijo Eve con calma. Pero los dedos de la mano derecha le temblaban, obligándola a sostener el arma con la izquierda-. Aquí eres la aficionada. Si tiras el arma, puede que no te mate.

– ¿Matarme? -La voz de Reeanna era un susurro-. Estás demasiado programada como policía y sólo utilizas la máxima fuerza cuando fallan los demás métodos.

Acércate a la puerta, se dijo Eve conteniendo la respiración y aguzando el oído.

– Aquí no hay nadie más que tú y yo. ¿Quién se iba a enterar?

– Demasiados escrúpulos. No olvides que te conozco a fondo. He estado en tu cabeza. No serías capaz de superarlo.

Acércate a la puerta. Eso es, sigue. Sólo un poco más. Intenta salir, zorra, y te enterarás de lo que es bueno.

– Tal vez tengas razón. Tal vez sólo te deje lisiada. -Sujetando el arma con firmeza, Eve rodeó el escritorio a rastras. La puerta se abrió, pero en lugar de salir Reeanna, entró William.

– Reeanna, ¿qué estás haciendo a oscuras?

Mientras Eve se ponía de pie de un salto, Reeanna apretó el gatillo e hizo trizas el sistema nervioso de William.

– Oh, William, por el amor de Dios. -La voz de Reeanna traslució más irritación que preocupación.

Cuando él empezó a perder el equilibrio, Reeanna se abalanzó sobre Eve. Le clavó las uñas en el pecho mientras ambas caían al suelo.

Sabía dónde golpear. Le había curado cada herida y contusión, y ahora se las apretó y retorció. Con la rodilla le golpeó la cadera, y con el puño cerrado le alcanzó la rodilla herida.

Ciega de dolor, Eve lanzó el codo y le aplastó el cartílago de la nariz. Reeanna soltó un grito agudo y apretó los dientes.

– Arpía. -Eve la agarró del cabello y tiró de él. Luego, ligeramente avergonzada de aquel desliz, la golpeó con el arma por debajo de la barbilla-. Respira demasiado fuerte y te mato. Luces.

Jadeaba ensangrentada y con el cuerpo dolorido. Esperaba sentir satisfacción al ver el bonito rostro de su contrincante amoratado y manchado de la sangre que no cesaba de manarle de la nariz rota. Pero de momento estaba demasiado asustada.

– Voy a hacerlo de todos modos.

– No lo hagas -respondió Reeanna con voz serena, y esbozó una amplia y radiante sonrisa-. Lo haré yo -añadió. Y le torció la mano con que sostenía el arma hasta apoyarse el cañón en un lado del cuello-. Odio la cárcel. -Y sonriendo, disparó.

– Oh, Dios mío -exclamó Eve.

Se levantó tambaleante mientras el cuerpo de Reeanna seguía experimentando estertores, se acercó a William y le sacó del bolsillo el telenexo. Respiraba, pero le traía sin cuidado en ese momento.

Echó a correr.

– ¡Respóndeme, respóndeme! -gritó al telenexo encendiéndolo a tientas-. Roarke, oficina principal -ordenó-. Responde, maldita sea. -Y contuvo un grito cuando le fue negada la transmisión.

LÍNEA EN USO EN ESTOS MOMENTOS. POR FAVOR, ESPERE O VUELVA A INTENTARLO.

– Desbloquéate, hijo de perra. ¿Cómo se desbloquea este trasto? -Apretó el paso y corrió cojeando sin darse cuenta de que estaba llorando.

Oyó el eco de unos pasos que se aproximaban por el pasillo, pero no se detuvo.

– ¡Santo cielo, Dallas!

– Por aquí. -Pasó corriendo por el lado de Feeney y apenas oyó las preguntas de éste, presa del terror-. Peabody, ven conmigo. Deprisa.

Llegó al ascensor y aporreó los botones de llamada. -Deprisa, deprisa.

– Dallas, ¿qué ha ocurrido? -Peabody le tocó el hombro, pero se vio rechazada-. Estás sangrando. ¿Qué está ocurriendo aquí, teniente?

– Es Roarke. ¡Oh, Dios, por favor! -Las lágrimas le corrían por las mejillas, abrasándola, cegándola. Sudaba de pánico por todos los poros del cuerpo-. Lo va a matar. ¡Lo va a matar!

Peabody reaccionó y sacó el arma al entrar corriendo en el ascensor.

– Piso superior, ala este -gritó Eve-. ¡Vamos, vamos! -Lanzó el telenexo a Peabody y ordenó-: Desbloquéalo.

– Está estropeado. Se ha caído al suelo o algo así. ¿Quién tiene a Roarke?

– Reeanna. Está muerta. Muerta como Moisés. Pero va a matarlo. -Eve casi no podía respirar-. Lo detendremos. No importa lo que le haya dicho que haga, lo detendremos. -Volvió su mirada extraviada hacia Peabody-. No lo matará.

– Lo detendremos -respondió Peabody.

Ya habían cruzado las puertas antes de que estás se abrieran del todo. Eve fue aún más rápida pese a estar herida, pues el pánico le dio impulso. Tiró de la puerta, maldijo los dispositivos de seguridad y colocó bruscamente la mano en el lector de palmas. Chocó con Roarke cuando éste apareció en el umbral.

– Roarke. -Se arrojó a sus brazos y se habría fundido en él de haber podido-. Oh, Dios mío. Estás bien. Estás vivo.

– ¿Qué ha ocurrido? -Él la estrechó entre sus brazos mientras ella temblaba.

Pero Eve deshizo el abrazo con brusquedad, le sujetó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.

– Mírame. ¿La has probado? ¿Has probado la unidad de realidad virtual?

– No. Eve…

– Peabody, túmbalo si da un paso en falso. Y llama a los asistentes sanitarios. Hemos de hacerle un escáner cerebral.

– Y un cuerno. Pero adelante, Peabody, llámalos. Esta vez sí va a ir al centro médico, aunque tenga que dejarla inconsciente.

Eve retrocedió un paso, luchando por respirar mientras lo medía con la mirada. No sentía las piernas y se preguntó cómo podía seguir de pie.

– No lo has probado.

– Ya te he dicho que no. -Roarke se mesó los cabellos-. Esta vez me apuntaba a mí, ¿verdad? Debí imaginarlo. -Le volvió la espalda y vio por encima del hombro a Eve levantar el arma-. Vamos, baja esa maldita arma. No voy a suicidarme. Sólo estoy cabreado. Me he salvado por los pelos. La he encendido hace cinco minutos. «Docmente.» Doctora Mente. Ése es el nombre que utilizaba para jugar. Y sigue haciéndolo. Mathias se puso en contacto con ella docenas de veces el año pasado. Y he estudiado el informe de datos sobre la unidad, la que ella acababa de darme, y las estadísticas de los archivos. No las habían ocultado lo bastante.

– Ella sabía que lo averiguarías. Por eso… -Eve se interrumpió y respiró hondo. La cabeza le daba vueltas-. Por eso preparó una unidad expresamente para ti.