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Eve siguió la recomendación de Mira y pidió almejas, luego se permitió el lujo de comer un poco del auténtico pan de levadura de la cesta de plata que había sobre la mesa. Mientras comía, ofreció a Mira un perfil de Fitzhugh y los detalles de su muerte.

– Y quieres que te diga si pudo quitarse la vida. Si estaba predispuesto emocional y psicológicamente.

Eve arqueó una ceja.

– Ésa es la idea.

– Por desgracia no puedo hacerlo. Digamos que todos somos capaces de ello, dadas las circunstancias y el estado emocional adecuados.

– No lo creo -replicó Eve con tal firmeza que Mira sonrió.

– Tú eres una mujer fuerte, Eve. Te has vuelto fuerte, racional, tenaz e inflexible. Eres una superviviente. Pero recuerdas el desespero, la impotencia y la inutilidad.

En efecto, Eve lo recordaba demasiado bien, con demasiada nitidez. Cambió de postura en la silla.

– Fitzhugh no era un hombre inútil.

– Las apariencias pueden ocultar una gran confusión-. -La doctora levantó una mano antes de que Eve pudiera interrumpirla-. Pero estoy de acuerdo contigo. Dado su perfil, sus antecedentes, su estilo de vida, no lo definiría como un posible candidato al suicidio, y menos con un carácter tan violento e impulsivo.

– Era violento -asintió Eve-. Me enfrenté a él en los tribunales poco antes de que esto ocurriera. Era un tipo arrogante y pagado de sí mismo que se daba muchos aires.

– Estoy segura de ello. Sólo puedo decir que algunos… muchos de nosotros, en momentos de crisis, al hacer frente a un problema personal, ya sea del corazón o la mente, optamos por poner fin a nuestra vida antes de pasar por ello o cambiarlo. Ni tú ni yo sabemos qué crisis podía estar sufriendo Fitzhugh la noche de su muerte.

– Eso no es una gran ayuda que digamos -murmuró Eve-. Está bien, déjame explicarte dos casos más. -Brevemente, con la falta de pasión característica de un policía, describió los otros suicidios-. ¿Pautas?

– ¿Qué tenían esas personas en común? -preguntó Mira-. Un abogado, un político y un tecnólogo.

– Tal vez una lesión en el cerebro. -Tamborileando con los dedos en el mantel, Eve frunció el entrecejo-. Aún me quedan muchas teclas por tocar para obtener todos los datos, pero podría ser el motivo. Detrás de todo esto podría haber un motivo fisiológico antes que psicológico. Si existe una conexión, tengo que encontrarla.

– Te estás alejando de mi terreno, pero si encuentras datos que relacionen esos tres casos, estaré encantada de colaborar.

Eve sonrió.

– Contaba con ello. No tengo mucho tiempo. El caso Fitzhugh no puede tener prioridad indefinidamente. Si no consigo algo pronto y lo utilizo para convencer al comandante de que mantenga abierto el caso, tendré que pasar a otro. Pero por ahora…

– ¿Eve? -Reeanna se detuvo junto a la mesa, deslumbrante en un vestido largo con los colores del arco iris-. Oh, qué agradable sorpresa. Estaba comiendo con un socio y me ha parecido reconocerte.

– Reeanna. -Eve sonrió forzada. No le importaba parecer una vendedora ambulante junto a esa atractiva pelirroja, pero le molestó que interrumpiera el almuerzo-consulta-. La doctora Mira, Reeanna Ott.

– Doctora Ott. -Mira le tendió una mano con elegancia-. He oído hablar de su trabajo y lo admiro.

– Gracias, y lo mismo digo. Es un honor conocer a una de las mejores psiquiatras del país. He leído varios artículos suyos y me han parecido fascinantes.

– Qué halagador. ¿Por qué no se sienta con nosotras para los postres?

– Me encantaría. -Reeanna miró interrogante a Eve-. No estaré interrumpiendo algún asunto oficial, ¿verdad?

– Parece que hemos terminado con esa parte del programa. -Eve miró al camarero que acudió ante una discreta llamada de Mira-. Un café solo, de la marca de la casa.

– Lo mismo -dijo Mira-. Y un trozo de bizcocho de arándanos. Soy débil.

– Yo también. -Reeanna sonrió radiante al camarero como si éste fuera a preparar personalmente el plato escogido-. Un café con leche y una ración de tarta de chocolate. Estoy tan harta de la comida procesada que cuando estoy en Nueva York procuro atracarme -confesó a Mira.

– ¿Y cuánto tiempo piensa estar en la ciudad?

– Depende en gran medida de Roarke -sonrió a Evey cuánto tiempo crea útil tenerme aquí. Presiento que dentro de unas pocas semanas nos enviará a Olympus.

– Tengo entendido que es una gran empresa -comentó Mira-. Todas las imágenes que he visto en las noticias y en los canales de entretenimiento me han parecido fascinantes.

– A él le gustaría tenerlo terminado y en pleno funcionamiento para primavera. -Reeanna recorrió con una mano las tres cadenillas que llevaba alrededor del cuello-. Ya veremos. Roarke suele conseguir lo que se propone. ¿No estás de acuerdo, Eve?

– No estaría donde está si se conformara con un no.

– En efecto. Acabas de estar allí. ¿Te diste una vuelta por la galería Autotrónica?

– Muy breve. -A Eve le temblaron ligeramente los labios-. Teníamos… mucho que ver en muy poco tiempo. -Reeanna sonrió con malicia.

– Lo imagino. Pero supongo que probaste algunos de los programas instalados allí. William está muy orgulloso de esos juegos. Y mencionaste que habías visto la habitación holograma en la suite presidencial del hotel.

– Así es. La utilicé varias veces. Es impresionante.

– La mayor parte fue obra de William, me refiero al diseño, pero yo también tuve parte de mérito. Pensamos utilizar el nuevo sistema para mejorar el tratamiento de la adicción y de ciertas psicosis. -Cambió de postura mientras le servían el café y el postre-. Puede que esto le interese, doctora Mira.

– Sin duda. Suena fascinante.

– Lo es. Terriblemente caro en estos momentos, pero esperamos mejorarlo y abaratarlo. Claro que para el Olympus Roarke quería lo mejor… y lo está teniendo. Como la androide Lisa.

– Sí. -Eve recordó la asombrosa androide de voz sensual-. La he visto.

– Estará en relaciones públicas y en servicio al cliente. Es un modelo muy superior que llevó meses perfeccionar. Sus chips de inteligencia no son comparables a ninguno en el mercado. Tendrá capacidad para tomar decisiones y unas aptitudes muy superiores a los modelos que puedes adquirir en la actualidad. William y yo… -Se interrumpió con una risita-. Qué horror, no puedo olvidar el trabajo.

– Es fascinante. -Mira tomó con delicadeza un trozo de bizcocho-. Su estudio sobre los patrones de las ondas cerebrales y la influencia genética en la personalidad, y su aplicación en la electrónica son convincentes, incluso para una psiquiatra convencida como yo. -Vaciló y miró a Eve-. Pensándolo bien, su experiencia tal vez pueda dar otro enfoque al caso concreto que Eve y yo estábamos discutiendo.

– ¿Sí? -Reeanna pescó con el tenedor un trozo de chocolate y se lo quedó mirando.

– Hipotético. -Mira extendió las manos, muy consciente de la prohibición de hacer consultas extraoficiales.

– Por supuesto.

Eve tamborileó de nuevo en la mesa. Prefería el enfoque de Mira, pero tras considerar las alternativas decidió mostrarse más expansiva.

– Aparentemente se trata de autodestrucción. Motivo desconocido, predisposición desconocida, sin estímulo de drogas, ni historial familiar. Patrón de conducta normal hasta el momento de la defunción. No hay indicios de depresión o fluctuaciones de personalidad. El sujeto es un varón de sesenta y dos años de edad, profesional de éxito, muy culto, financieramente solvente, bisexual, con una relación estable con un miembro del mismo sexo.

– ¿Impedimentos físicos?

– Ninguno. Historial médico limpio.

Reeanna entornó los ojos concentrada tanto en el perfil del fallecido como en el postre que iba comiendo despacio.

– ¿Algún problema psicológico o tratamiento?

– Ninguno.

– Es interesante. Me encantaría ver el patrón de las ondas cerebrales. ¿Está disponible?

– Es material confidencial en estos momentos.

– Hummm. -Reeanna bebió un sorbo de su café con leche pensativa-. Sin ninguna anomalía física o psiquiátrica conocida, ni adicción o consumo de sustancias, me inclinaría hacia un problema cerebral. Tal vez un tumor. Pero supongo que no ha aparecido nada en la autopsia.

Eve pensó en el pequeño orificio, pero negó con la cabeza.

– Un tumor no.

– Hay clases de predisposición que escapan al escáner y la evaluación genética. El cerebro es un órgano complicado y sigue despistando a la más elaborada tecnología. Si pudiera ver su historial familiar… Bueno, lo primero que me viene a la cabeza es que el individuo en cuestión tenía una bomba de relojería genética que no se detectó en los análisis normales. Había llegado a un momento de su vida en que se agotan los fusibles.

Eve arqueó una ceja.

– ¿Y estalló?

– Por así decirlo. -Reeanna se inclinó hacia ella-. Todos somos programados en el seno materno, Eve. Cómo y quiénes somos. No sólo el color de los ojos, la estatura y la pigmentación de la piel, sino también la personalidad, gustos, intelecto o escala emocional. El código genético en el momento de la concepción. Puede modificarse hasta cierto punto, pero lo esencial permanece inalterable. Nada puede cambiarlo.

– ¿Somos tal como éramos al nacer? -Eve pensó en una mugrienta habitación, una luz roja parpadeante y una niña acurrucada en una esquina con un cuchillo sangriento.

– Exacto. -Reeanna sonrió radiante.

– Se olvida del entorno, del libre albedrío, del instinto básico del hombre de mejorar -objetó Mira-. Al considerarnos criaturas meramente físicas sin corazón ni alma ni una serie de decisiones que tomar a lo largo de nuestra vida, nos rebaja a la condición de animales.

– Eso somos -repuso Reeanna agitando el tenedor en el aire-. Comprendo su enfoque como terapeuta, doctora, pero el mío como fisióloga va por otros derroteros, como quien dice. Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida, lo que hacemos, cómo vivimos y en qué nos convertimos fue grabado en nuestros cerebros mientras nadábamos en el útero. El sujeto en cuestión, Eve, estaba destinado a quitarse la vida en ese momento, en ese lugar y de esa forma. Las circunstancias podrían haberlo cambiado, pero el resultado habría sido a la larga el mismo. Era su destino.

¿Destino?, pensó Eve. ¿Había sido su destino ser violada y maltratada por su padre? ¿Convertirse en menos que un ser humano, y luchar para escapar de ese abismo?