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Capítulo 11: Carta de Estados Unidos

«Para los verdaderos amigos, el horizonte está igual de cerca que la puerta de al lado.»

Wang Peng, siglo viii

A causa de la lluvia, el 19 de mayo sólo fue a la plaza de Tiananmen un reducido número de personas. Hubo más manifestantes en huelga de hambre que sufrieron colapsos debido a la combinación de la falta de nutrición, la humedad y el frío. Para ayudar a los mal equipados estudiantes a sobrellevar el repentino cambio de tiempo, la Cruz Roja de Pekín llevó noventa autobuses para resguardar a los mil estudiantes más débiles de los cuatro mil que estaban en huelga de hambre.

– ¡A continuación vamos a transmitir una importante información de última hora!

El informativo habitual del canal de la televisión de Pekín se interrumpió. Apareció un titular en la pantalla: «Noticia importante: Zhao Ziyang y Li Peng visitan a los huelguistas en la plaza de Tiananmen».

– ¡Ven a ver esto! -le grité a Eimin, que estaba trabajando en su libro.

La imagen mostraba cierto alboroto en el extremo de la plaza. Entonces, por debajo de la llovizna apareció un grupo de personas con trajes de color gris al estilo Mao. La cámara se movió con rapidez hacia los que llegaban. Encabezaba el grupo un hombre de unos sesenta años, algo más alto que los de su alrededor. Llevaba unas gafas cuadradas demasiado grandes y una chaqueta de sport de color claro. Un joven lo resguardaba con un paraguas. El resto del grupo caminaba respetuosamente tras él.

– Zhao Ziyang, secretario general del Comité Central del Partido Comunista, y Li Peng, primer ministro del Consejo de Estado, han acudido a la plaza de Tiananmen a las cinco menos cuarto de esta mañana para ver a los estudiantes en huelga de hambre.

Apenas podía creer lo que veía y oía. ¡El hombre que ocupaba la más alta posición del país había ido a la plaza de Tiananmen! El gobierno se había negado a mantener conversaciones con los estudiantes durante semanas. El día anterior, sin ir más lejos, Li Peng había vuelto a calificar de «anarquista» al Movimiento Estudiantil cuando se reunió con los representantes estudiantiles. ¡Qué raro e insólito que Zhao Ziyang fuera entonces a la plaza! ¿Significaba que el gobierno estaba considerando un cambio de postura?

– ¿Qué está pasando? Creía que el gobierno no iba a hablar con los estudiantes -comentó Eimin, que había venido a sentarse en el sofá.

– Tal vez eso es lo que pasa, que han cedido -dije, aunque sospechaba que era demasiado hermoso para ser cierto. Pero deseaba realmente que se produjera semejante milagro. Quería ver la victoria de los estudiantes.

En la plaza, dos delegados estudiantiles corrieron a saludar al secretario general. Zhao les estrechó la mano. Transcurridos unos minutos aparecieron más representantes estudiantiles. Zhao Ziyarig y Li Peng subieron a un autobús y estrecharon la mano a los estudiantes en huelga de hambre.

– ¿Dónde estudias? -preguntó Zhao con un marcado acento de Hunan al que todos los chinos estaban familiarizados gracias al su predecesor, Mao Zedong.

– En la Universidad Normal de Pekín -respondió el estudiante.

Teníamos los ojos fijos en la pantalla del televisor, y la incredulidad se mezclaba con el asombro ante aquella afectuosa escena en la plaza de Tiananmen. Para la mayoría de chinos, los dirigentes del Partido eran unos hombres canosos que vivían en su selecto complejo -Zhongnanhai- y viajaban en coches de lujo de ventanillas oscuras. No eran reales, eran símbolos del poder. Pronunciaban discursos tras puertas cerradas sólo para los llamados Representantes del Pueblo. Pero aquel día, el secretario general del Partido no sólo había ido a la plaza, sino que caminaba y charlaba con los huelguistas. Mostraba preocupación por su bienestar. En aquel momento, Zhao Ziyang se volvió humano y se convirtió en un amigo para todos los estudiantes.

Un joven que yacía bajo una manta gris intentó incorporarse. Zhao se lo impidió.

– Hemos venido demasiado tarde -dijo por un pequeño megáfono que le facilitó un estudiante cuando salió del autobús. Zhao Ziyang tenía lágrimas en los ojos.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. A todo el mundo que lo oyó se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Lo siento, compañeros estudiantes. No importa cuánto nos hayáis criticado, creo que tenéis derecho a hacerlo. Por favor, pensad en vuestra salud y abandonad la plaza antes de que sea demasiado tarde -rogó-. No es fácil para el Estado ni para vuestros padres criaros y enviaros a la universidad. ¿Cómo podéis sacrificar así vuestras vidas con tan sólo dieciocho, diecinueve o veinte años? Nosotros también nos manifestamos y nos tumbamos en las vías del ferrocarril cuando éramos jóvenes, sin pensar en el futuro. Pero hoy os pido que penséis con atención en el futuro. Hay muchos asuntos que acabarán por resolverse. Os ruego que pongáis término a la huelga de hambre.

Su alocución fue recibida con aplausos. Desde las ventanillas de los autobuses, muchas manos se alargaron hacia él. Mientras pasaba se acercaron a él más estudiantes que le tendían cualquier cosa que tuvieran a mano, un sombrero, una libreta, ropa, y le pedían un autógrafo.

Pero Zhao tenía razón. Era demasiado tarde para ambas partes, tal como después descubrimos. Zhao Ziyang, el reformador, abandonó la plaza exhausto, ya destrozado. Li Peng, partidario de la línea dura, impuso su influencia en lugar de Zhao. La huelga de hambre continuó.

Al día siguiente, fui con Eimin a ver a una persona del Comité General del Partido Comunista Universitario. Tomamos asiento en una gran aula con pupitres oscuros y largos bancos. No había dejado de llover durante los dos días anteriores. En el interior del aula, la atmósfera era fría y húmeda. Esperé a que empezara la reunión. A un lado de la habitación había tres ventanas pequeñas que permitían el paso de luz suficiente cuando hacía sol, pero que de nada servían en un día oscuro como aquél. No entendía por qué la reunión se celebraba allí, pero para entonces ya nada era normal. Sentada en aquella estancia vacía, tuve la inquietante sensación de estar en una tumba.

La mujer de mediana edad, cabello corto y cara redonda del Comité General del Partido Comunista Universitario tenía unos ojos pequeños que, vistos desde lejos, parecían casi invisibles. Saludó afectuosamente a Eimin y le recordó la última reunión universitaria a la que ambos habían asistido. Por sus palabras cuidadosamente escogidas, supe que tenía muy buena opinión sobre la trayectoria de Eimin. El sonido del papel entre sus dedos resonaba en la habitación. Cuando levantó la mirada, sólo se dirigió a Eimin.

– Me temo que no puede casarse, doctor Xu. Según esta solicitud, la camarada pequeña Liang aún no es mayor de edad.

– No. Pero cumplirá los veintitrés el mes que viene.

– ¿Y por qué no espera hasta entonces? -preguntó, y dirigió una rápida mirada a mi rostro y luego a mi vientre; al momento noté el aguijonazo de su sospecha.

– Wei se irá a Estados Unidos muy pronto. No tenemos mucho tiempo para establecer la…, digamos, «relación marido y mujer». Camarada Chang, como miembro importante del Comité, habrá visto mucho y sabrá más que cualquiera de nosotros. Podría ser que pasara mucho tiempo antes de que Wei y yo podamos volver a vernos. Por ese motivo estamos aquí hoy, para solicitar un permiso especial del Partido para poder contraer matrimonio.

Los párpados de la mujer del Partido temblaron.

– Entiendo lo que dice. -Le hizo un gesto cómplice con la cabeza a Eimin, como si existiera alguna especie de código secreto que compartían-. Personalmente haría cualquier cosa para ayudar a nuestros doctores que han regresado a la patria -continuó diciendo-, pero las excepciones son difíciles y no es algo que pueda decidir aquí y ahora. Tendré que consultar con los demás miembros del Comité.

– Claro. Agradecemos su simpatía y comprensión -la halagó Eimin con una amplia sonrisa.

La mujer del Partido estuvo a todas luces encantada de oír los elogios de Eimin.

– Hay mucha gente que piensa que los dirigentes del Partido somos unos burócratas clínicamente muertos y obsesionados con las normas. Pero usted es muy culto. Sabe que no es así.

Llegamos a la puerta. La mujer se volvió hacia Eimin y preguntó con toda tranquilidad:

– ¿Alguno de los dos ha estado involucrado en el Movimiento Estudiantil?

– No -respondió Eimin sin que su expresión cambiara lo más mínimo, al tiempo que sujetaba la puerta abierta para ella.

– No creía que lo estuvieran -dijo la mujer al salir-. Pero tenía que preguntarlo, ¿comprende? -Miró al cielo. Caían unas cuantas gotas-. Siempre he sabido que las manifestaciones terminarían mal. Lo dije desde el principio. Mire lo que nos han reportado.

– Los estudiantes son demasiado jóvenes para entender las consecuencias de sus acciones -coincidió Eimin.

– «Errores de los estudiantes, fallos de los profesores.» Muchos miembros de nuestro profesorado no han cumplido con su obligación -remachó la mujer del Partido.

– Bueno, gracias de nuevo por atenderme habiendo avisado con tan poca antelación. Aguardaré su decisión.

Eimin le estrechó la mano.

– No hay problema. Cualquier cosa por usted, doctor Xu. Además, no tengo muchas cosas que hacer estos días. Ya sabe a lo que me refiero. -Volvió a sonreír, como si Eimin y ella, en secreto, fueran miembros del mismo club especial-. Adiós. Espero poder ponerme en contacto con usted muy pronto.

Nos separamos. Sentí una sensación de alivio. Al fin, la conversación en la que no se me había pedido participar había concluido.

Aquella mañana se instauró la ley marcial en Pekín. Tuve que ir a casa porque sabía que mis padres estarían preocupados por mí. En el Triángulo, el ambiente se había serenado en comparación con el de hacía un par de días, y cuando pasé por allí para irme a casa encontré a muchos estudiantes leyendo los detalles de la declaración de ley marcial que se habían colgado en las paredes por la mañana:

1. A partir de las 10 de la mañana del 20 de mayo de 1989, los siguientes distritos estarán bajo la ley marcial: Este, Oeste, Chonwen, Xuanwu, Shijingshan, Haidian, Fengtai y Chaoyang.

2. Bajo la ley marcial, se prohiben las manifestaciones, las huelgas estudiantiles, los paros en el trabajo y cualesquiera otras actividades que sean un obstáculo para el orden público.