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Capítulo 31

Era un lunes húmedo. Como todos los lunes, éste se hacía eterno.

No había nada interesante en la oficina. Un par de facturas y un par de indagaciones inocuas que con toda probabilidad no llegarían a nada. No llamaba nadie para hablar del hombre de la cicatriz en la cara que se había dejado el cuerpo en el hotel Esplendor, y menos aún la policía. Era sólo un día normal, sin ninguna importancia en particular, un día de los que la fábrica de la vida llevaba produciendo, sin cambios, semana tras semana desde el comienzo de las fábricas.

Mei leyó los periódicos. Como de costumbre, el Diario del Pueblo traía un montón de artículos que anunciaban directrices gubernamentales. Algunos de ellos volvían a salir en el Diario de Pekín. Incluso el habitualmente informativo Diario Matutino de Pekín tenía sólo buenas noticias que publicar: la prosperidad y la gran expectativa de la devolución de Hong Kong a China.

Mei tiró los periódicos a la papelera y salió al recibidor. Gupin le dirigió una sonrisa desde detrás de su ordenador. Estaba afilando lápices y alineándolos cuidadosamente sobre la mesa como misiles.

– Hoy va a llover -dijo.

Mei asintió:

– Esa pinta tiene. ¿Podrías llamar al Instituto de Investigación Minera y preguntar si hay alguien que sepa lo que es el ojo de jade?

Gupin ya había alcanzado el teléfono, cuando de pronto se detuvo.

– ¿No querrás decir quién es el ojo de jade?

– ¿Quién?

– Sí, eso es lo que decimos en Henan. El jade es la piedra del emperador, por eso «el ojo de jade» significaba «un espía de palacio». Ahora la expresión se usa para cualquiera que esté espiando para alguien de más arriba, como el jefe.

Mei observó a Gupin, pensando a toda velocidad. Luoyang es la capital de Henan y fue la capital de trece dinastías antiguas.

Gupin la miró nervioso.

– Lo siento, no era eso lo que querías decir. Ahora mismo hago la llamada.

Mei despertó de sus cavilaciones. De pronto recordó dónde había visto al hombre de más edad de la foto que tenía en la pared Wu el Padrino.

– Está bien, olvídate de la llamada -sonrió, y añadió-: gracias.