CAPITULO 3
Walter C. Pettibone, el niño del cumpleaños, había llegado a su casa precisamente a las siete y treinta. Ciento setenta y tres amigos y asociados habían gritado ¡sorpresa! Al unísono en el momento en que entró por la puerta.
Pero eso no lo había matado.
El había sonreído de oreja a oreja como un niño, regañando en broma a su esposa por sorprenderlo, y había agradecido a sus invitados con calidez y placer. Hacia las ocho, la fiesta estaba en su furor, y Walter se había consentido espléndidamente con el enorme y variado despliegue de comida provista por los cocineros. Había comido huevos y caviar, salmón ahumado y rollos de espinaca.
Pero eso tampoco lo había matado.
Había bailado con su esposa, abrazado a sus chicos, y vertido una pequeña lágrima ante el sentimental brindis de cumpleaños de su hijo.
Y había sobrevivido.
A las ocho y cuarenta y cinco, con su brazo enredado alrededor de la cintura de su esposa, levantó todavía otro vaso de champán, llamó pidiendo la atención de sus invitados, y se embarcó en un corto pero realmente sentido discurso con respecto a la suma de la vida de un hombre y las riquezas que tenía cuando era bendecido con amigos y familia.
– Para ustedes, -dijo, en una voz que temblaba con emoción, -mis queridos amigos, mi agradecimiento por compartir este día conmigo. Para mis hijos, que me hacen sentir orgulloso, gracias por toda la felicidad que me dan. Y para mi hermosa esposa, que hace que todos los días agradezca por estar vivo.
Hubo una agradable ronda de aplausos, y luego Walter levantó su vaso, bebiendo hasta el fondo.
Y eso fue lo que lo mató.
Se atragantó, sus ojos se abultaron. Su esposa lanzó un pequeño chillido cuando él arañó el cuello de su camisa. Su hijo lo golpeó entusiastamente en la espalda. Tambaleándose, fue lanzado hacia los invitados de la fiesta, derribando a varios de ellos como si fueran pinos de bowling antes de caer al piso y empezara a tener convulsiones.
Uno de los invitados era médico, y corrió para prestar ayuda. Los técnicos médicos de emergencia fueron llamados, y aún cuando respondieron en cinco minutos, Walter ya se había ido.
El toque de cianuro en su copa de brindis había sido un inesperado regalo de cumpleaños.
Eve lo estudió, el leve tinte azul alrededor de la boca, los ojos sorprendidos y fijos. Reconoció el tenue y casi imperceptible olor a almendras amargas. Lo habían movido hasta el sofá y desprendido su camisa en el intento inicial de revivirlo. Nadie había barrido todavía el vidrio y la porcelana rotos. La habitación olía fuertemente a flores, vino, langostinos fríos y muerte fresca.
Walter C. Pettibone, pensó ella, quien había venido y se había ido del mundo en un mismo día. Un círculo ordenado, pero uno que la mayoría de los humanos hubieran preferido evitar.
– Necesito ver al doctor que trabajó con él primero. -le dijo a Peadoby, luego revisó el piso. -Vamos a tener que llevarnos toda esta mierda rota, identificar que recipiente o recipientes fueron contaminados. Nadie se va. Eso va para los invitados y el plantel. McNab, puedes empezar tomando nombres y direcciones para hacer el seguimiento. Mantén a la familia separada por ahora.
– Parece como si hubiera sido un infierno de fiesta. -comentó McNab mientras salía.
– Teniente. El doctor Peter Vance. -Peabody escoltaba a un hombre de contextura media. Tenía cabello corto de color arena y una barba corta del mismo color. Cuando su mirada se deslizó a través de ella hacia el cuerpo de Walter Pettibone, Eve vió dolor y furia endureciendo sus ojos.
– Era un buen hombre. -Su voz era contenida y con acento británico. -Un buen amigo.
– Alguien no era su amigo. -apuntó Eve. -Usted reconoció que había sido envenenado, e instruyó a los TM de que notificaran a la policía.
– Es correcto. Las señales eran de un libro de texto, y lo perdimos muy rápido. -El desvió la mirada del cuerpo y volvió a Eve. -Quiero pensar que fue un error, algún horrible accidente. Pero no lo es. El justo terminaba de hacer un pequeño brindis sentimental, como le gustaba hacer. Tenía una gran sonrisa en su cara y lágrimas en los ojos. Nosotros aplaudimos, él bebió, luego se atragantó. Colapsó ahí mismo y empezó a tener convulsiones. Eso pasó en minutos. No hubo nada que pudiera hacer.
– De donde tomó él la copa?
– No podría decirlo. El personal del catering estaba pasando con champán. Otras bebidas venían desde los bares que estaban instalados aquí y allá. La mayoría de nosotros llegó aquí alrededor de las siete. Bambi estaba frenética con que los invitados estuvieran en su lugar cuando Walter llegara a casa.
– Bambi?
– Su esposa. -replicó Vance. -Segunda esposa. Se habían casado hace un año más o menos. Ella había estado planeando esta fiesta sorpresa por semanas. Estoy seguro que Walter lo sabía todo. Ella no es lo que usted llamaría una persona inteligente. Pero él simuló estar sorprendido.
– A que hora dice que llegó él?
– Siete y treinta, en punto. Todos nosotros aullamos sorpresa! Por instrucción de Bambi. Nos reímos un buen rato de eso, y luego seguimos comiendo y bebiendo. Hubo algo de baile. Walt hizo las rondas. Su hijo hizo un brindis. -Vance suspiró. – Desearía haber puesto más atención. Estoy seguro que Walt estaba bebiendo champán.
– Usted lo vió bebiendo en ese momento?
– Yo creo… -El se frotó los ojos, como si eso lo hiciera recordar. -Me parece que lo hacía. No creo que no hubiera bebido después de un brindis propuesto por su hijo. Walt adoraba a sus hijos. Creo que debe haber tomado un vaso fresco porque me parece que estaba lleno cuando hizo su propio brindis. Pero no puedo decir con certeza si lo levantó de una bandeja o alguien se lo puso en la mano.
– Ustedes eran amigos?
La pena ensombreció su rostro otra vez. -Buenos amigos, sí.
– Algún problema en su matrimonio?
Vance sacudió la cabeza. -Era totalmente feliz. Francamente, la mayoría de los que lo conocíamos nos sorprendimos cuando se casó con Bambi. El había estado casado con Shelly por, cuanto sería? Más de treinta años, supongo. Su divorcio fue bastante amigable, como pueden serlo los divorcios. Luego de unos seis meses él se involucró con Bambi. La mayoría de nosotros pensamos que era sólo una locura de la mediana edad, pero resultó en serio.
– Su primera esposa estaba aquí anoche?
– No. Ellos no quedaron tan amigables.
– Alguien que usted conozca que hubiera querido verlo muerto?
– Absolutamente nadie. -Levantó las manos en un gesto de indefensión. -Sé que decirle que no tenía un enemigo en el mundo es absurdo, teniente Dallas, pero es exactamente lo que yo diría sobre Walt. La gente lo apreciaba, y una gran cantidad de gente lo amaba. Era un hombre de naturaleza dulce, un empleador generoso, un padre devoto.
Y uno muy rico. Pensó Eve después de liberar al doctor. Un hombre rico que había cambiado a la esposa número uno por una modelo jeven y sexy. Ya que la gente no andaba llevando cianuro a las fiestas, alguien lo había traído esta noche con el expreso propósito de asesinar a Pettibone.
Eve hizo la entrevista con la segunda esposa en una habitación de descanso fuera del dormitorio de la mujer.
La habitación estaba oscura, las pesadas cortinas rosadas corridas sobre las ventanas por lo que una sencilla lámpara desprovista de pantalla proveía una luz color caramelo.
Al entrar, Eve pudo ver la habitación, toda rosa, blanca y espumosa. Como el interior de un pastel cargado de azúcar, pensó. Había montañas de almohadas, armadas de baratijas, y la pesada esencia de demasiadas rosas en un solo lugar.
En medio de todo el esplendor femenino, Bambi Pettibone estaba reclinada en un sillón de satén rosado. Su cabello estaba rizado, trenzado y teñido en el mismo carnaval rosa del que salía una cara de muñeca. Vestía de rosa también, un brillante conjunto que colgaba bajo sobre un pecho y dejaba al otro coquetamente expuesto a no ser por un parche de material transparente que lo hacía brillante como una rosa.
Sus grandes ojos azules brillaban atractivamente con las lágrimas que caían en ordenadas y graciosas gotas bajando por sus suaves mejillas. El rostro hablaba de juventud e inocencia, pero el cuerpo que la acompañaba mostraba otra historia.
Tenía una esponjosa pelota blanca en su regazo.
– Sra. Pettibone?
Ella emitió un gorgoteante sonido y metió su cara dentro de la pelota blanca. Cuando la pelota lanzó un rápido quejido, Eve decidió que eso era, posiblemente, alguna especie de perro.
– Soy la teniente Dallas, NYPSD. Esta es mi ayudante, la oficial Peabody. Lamento mucho su pérdida.
– Boney está muerto. Mi dulce Boney.
Boney y Bambi, pensó Eve. Que es lo que está mal con la gente? -Sé que este es un momento difícil. -Eve miró alrededor y decidió que no tenía más elección que sentarse en algo esponjoso y rosa. -Pero necesito hacerle algunas preguntas.
– Yo sólo quería darle una fiesta de cumpleaños. Todos vinieron. Estábamos pasando un buen momento. Nunca llegó a abrir sus regalos.
Ella gimió al terminar de decirlo, y la pequeña pelota esponjosa produjo una lengua rosa y le lamió la cara.
– Sra. Pettibone… podría tener su nombre legal para el registro?
– Soy Bambi.
– Es real? Olvídelo. Estaba parada junto a su esposo cuando él colapsó.-
– Estaba diciendo un montón de cosas agradables sobre todos. Realmente le gustaba la fiesta. -Ella sorbió, mirando implorante a Eve. -Es algo, verdad? Estaba feliz cuando eso sucedió.
– Usted le dió el champán para el brindis, Sra. Pettibone?
– Boney amaba el champán. -Hubo un sentimental y empapado suspiro. -Era su verdadero favorito. Teníamos catering. Yo quería todo en el lugar. Le dije al Sr. Markie de que se asegurara de que sus servidores pasaran con champan todo el tiempo. Y canapés, también. Trabajé realmente duro para hacerlo perfecto para mi Boney. Luego se puso enfermo y todo sucedió tan rápido. Si hubiera sabido que estaba enfermo, no hubiéramos hecho una fiesta. Pero estaba bien cuando se levantó esta mañana. Estaba tan bien.
– Usted comprendió lo que sucedió con su esposo?
Ella abrazó al perro pelota esponjoso, enterrando su cara en él. -Se puso enfermo. Peter no pudo hacerlo poner mejor.
– Sra. Pettibone, pensamos que fue problemente el champán el responsable de la muerte de su esposo. De donde tomó el vaso que bebió antes de colapsar?