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CAPITULO 9

Eve pasó horas viendo probabilidades, revisando nombres que se relacionaran con oveja y vaquero.

Mientras la computadora trabajaba, leyó el archivo de Pettibone, esperando haber olvidado algo, cualquier cosa que indicara un vínculo más directo entre el asesino y su víctima.

Todo lo que encontró fue un hombre agradable, de mediana edad, bienamado por su familia, bien visto por sus amigos, quien llevaba un negocio exitoso, de una manera franca y honesta.

No pudo relacionar a ningún otro. No había evidencia de que ninguna de las esposas de la víctima, o sus hijos, o los esposos de los hijos conocieran a Julianna Dunne, y no pudo encontrar un motivo que la dirigiera hacia alguno de ellos arreglando un asesinato.

Las dos esposas podían ser de dos tipos totalmente diferentes, pero tenían una cosa en común. Un obvio afecto por Walter C. Pettibone.

Cuando más revisaba lo que los datos, la evidencia y las probabilidades indicaban, más parecía que Julianna había sacado a Pettibone de un sombrero. Y ese astuto capricho significaba que el próximo objetivo podía ser uno de millones.

Dejó a la computadora clasificando nombres cuando se metió en la cama, y estaba levantada a las seis revisando todo otra vez.

– Te estás descuidando a ti misma otra vez, teniente.

Ella miró hacia donde Roarke estaba parado, ya vestido, ya perfecto. Ella todavía no se había cepillado los dientes.

– No, estoy bien. Dormí unas buenas cinco horas. Estoy trabajando con oveja. -Señaló hacia la pantalla de pared. Tienes idea de cuantos nombres tienen relación con una estúpida oveja?

– Además de las variaciones que incluyen la palabra oveja en sí misma? Lamb, Shepherd, Ram, Mutton, Ewes…

– Cállate.

El sonrió y entró en la oficina, ofreciéndole uno de los jarros de café que llevaba. -Y por supuesto, incontables variaciones de unos y otros.

– Y eso hace que no tenga un nombre. Puede ser un trabajo, la forma en que lo hizo. Cristo, conseguí este ángulo de una drogadicta perdida llamada Loopy.

– Hay una lógica en ésto. El hombre hueso, el hombre oveja. Digo que estás en la senda correcta.

– Una senda grande y jodida. Aún separando los hombres con casamientos múltiples, de los cincuenta hasta lo setenta y cinco, tengo unos diez mil sólo en el área metropolitana. Puedo separarlos otra vez con los recursos financieros, pero es demasiado para cubrir.

– Cual es tu plan?

– Separarlos otra vez siguiendo la teoría de que Pettibone fue considerado ocho o diez años atrás. Si su próximo objetivo estaba en carrera entonces, voy a buscar entre los hombres que estaban exitosamente establecidos en la ciudad diez años atrás. Luego espero que Julianna no tenga prisa.

Ordenó a la computadora empezar un nuevo listado usando ese criterio, y tomó luego un sorbo despreocupado de café. -Adonde vas a ir hoy?

El sacó un disco de su bolsillo. -Mi agenda de los próximos cinco días. Te voy a actualizar de cualquier cambio.

– Gracias. Ella lo tomó, y luego levantó la mirada hacia él. -Gracias. -repitió. -Roarke, no debería haberla tomado contigo anoche. Pero eres un maldito manipulador.

– Es ciento. La próxima vez que te pongas borracha y hosca, sólo te daré una bofetada.

– Supongo que es justo. -se hizo atrás cuando él se inclinó hacia ella. -No me lavé todavía. Hice unos ejercicios rápidos mientras se compilaban las listas.

– Unos ejercicios suena perfecto.

– Tú ya estás vestido. -dijo ella cuando él la tomó de la mano y fue hacia el elevador.

– Lo maravilloso de las ropas es que puedes ponértelas o sacártelas tan a menudo como quieras. -El se volvío, sacándole su camiseta sudada cuando estuvieron en el elevador. -Ves?

– Tenemos invitados en casa vagando por todo el lugar. -le recordó ella.

– Entonces cerraremos la puerta. -Sus hábiles manos avanzaron y se cerraron sobre sus pechos. -Y haremos un ejercicio rápido y privado.

– Bien pensado.

Mientras Eve estaba terminando su muy satisfactorio programa de ejercicios con el nado, Henry Mouton cruzó los relucientes pisos de mármol de Mouton, Carlston y Fitch, abogados.

Tenía sesenta y dos años, el aspecto apuesto y atlético de una estrella de cine, y uno de las mejores corporaciones de abogados de la Costa Este.

El caminaba con un propósito. Vivía con un propósito. En los cerca de treinta años que llevaba de abogado, había llegado a su oficina precisamente a las siete en punto, cinco días a la semana. Esa rutina no se había alterado cuando estableció su propia firma veintitrés años atrás.

– Un hombre que se había hecho a si mismo, como a Henry le gustaba decir, tenía trabajos en progreso. Y trabajo era la palabra clave.

El amaba su trabajo, amaba escalar la resbaladiza y enmarañada viña de la ley.

Enfocaba su vida en la misma forma en que enfocaba su trabajo. Con dedicación y rutina. Mantenía su salud, su cuerpo, y su mente con ejercicios habituales, una buena dieta y exposición a la cultura. Tomaba vacaciones dos veces al año, por precisamente dos semanas en cada ocasión. En febrero, seleccionaba un lugar de clima cálido, y en agosto el destino era un lugar interesante donde museos, galerías y teatros fueran ofrecidos en abundancia.

El tercer fin de semana de cada mes, se iba a una casa en la orilla de los Hamptons.

Alguien dijo que era rígido, incluyento a sus dos ex exposas, pero Henry pensaba en si mismo como organizado. Como su actual esposa era casi tan detallista y rutinariamente orientada como él, el mundo de Henry estaba en perfecto orden.

El piso principal de Mouton, Carlston y Fitch era como una gran catedral, y a las siete de la mañana, tan tranquila como una tumba.

Caminó derecho hacia su oficina en la esquina del edificio, con su vida de nido de águila de toda Manhattan. Su escritorio era una perfecta isla rectangular, que tenía encima su equipo de comunicaciones, su set de plumas, un secante nuevo bordeado de cuero color borgoña, y una foto enmarcada en plata de su esposa, la tercera imagen agraciada con ese mismo marco en los pasados veinticuatro años.

Puso su portafolio en el secante, lo abrió, y sacó su libro de memos y el disco de archivos que había llevado a casa con él la noche anterior.

Cuando las transmisiones del conmutador inundaron el cielo a su espalda, Henry cerró el maletín, poniéndolo en la estantería junto a su escritorio para su fácil acceso.

Un leve sonido lo hizo levantar la vista, y frunció el ceño con desconcierto a la pulcramente vestida morocha en su puerta.

– Quien es usted?

– Le pido perdón, Sr. Mouton. Soy Janet Drake, la nueva temporaria. Lo escuché llegar. No pensé que alguien estuviera aquí tan temprano.

Julianna juntó las manos y le ofreció una sonrisa tímida. -No había pensado molestarlo.

– Usted también llegó temprano, Srta. Drake.

– Sí, señor. Es mi primer día. Quería familiarizarme por mi cuenta con la oficina y organizar mi cubículo. Espero que esté todo bien.

– La iniciativa es apreciada aquí. -Atractiva, pensó Henry, educada, ansiosa. -Espera conseguir un trabajo permanente aquí, Srta. Drake?

Ella simuló un leve nerviosismo. -Me emocionaría que me ofreciaran una posición permanente en su firma. Si mi trabajo lo justifica.

El asintió. -Continúe, entonces.

– Sí, señor. -Ella retrocedió y se detuvo. -Puedo traerle una taza de café. Acabo de programarlo.

El gruñó y deslizó un disco en su unidad de escritorio. -Liviano, sin azúcar. Gracias.

En su práctico paso, Julianna regresó al comedor del personal. Estaría colmado pronto. Su cuidadosa investigación le había dicho que la cabeza de la firma llegaba a las oficinas al menos treinta minutos, y menudo una hora antes que ningún otro. Pero siempre había la chance de que algún ansioso practicante de la ley, o zángano, algún droide de mantenimiento pudiera llegar e interrumpir las cosas.

Ella prefería dejar el trabajo hecho y moverse mientras el día era joven. Estaba segura de que el mismo Henry aplaudiría su eficiencia.

La idea le gustó tanto que lanzó una risita cuando envenenaba el café.

– Podría haberte trabajado de esta forma nueve años atrás, Henry, -murmuró ella cuando vertía el cianuro. -Pero no sacaste la paja más corta. -Se acomodó el cabello corto y oscuro. -Una pena, realmente. Creo que habrías disfrutado estar casado conmigo. Por un corto término.

Llevó el grueso y práctico jarro a la oficina de él. La computadora estaba ya parloteando sobre algún precedente legal. Fuera de la pared de vidrio un helicóptero de tráfico revoloteaba sobre los empleados mañaneros. Julianna le puso el café junto a su codo, y retrocedió.

– Hay alguna otra cosa que pueda hacer por usted, Sr. Mouton?

Obviamente perdido en sus pensamientos, él levantó el café, y lo sorbió ausente mientras miraba fijamente el tráfico, escuchando sus notas.

– No, tengo todo lo que necesito, Srta…

– Drake. -dijo ella tranquilamente, su mirada fría como el hielo observándolo beber otra vez. -Janet Drake.

– Sí, bueno, buena suerte en su primer día, Srta. Drake. Sólo deje la puerta abierta cuando se vaya.

– Sí, señor.

Salió de la oficina y esperó. Lo escuchó empezar a ahogarse, en un desesperado intento por tomar aire. El rostro de ella tenía una terrible belleza cuando regresó a la oficina para obervarlo morir.

Le gustaba mirar, cuando se presentaba la oportunidad.

La cara de él estaba roja como una remolacha, sus ojos abultados. Derramó lo que quedaba de café cuando cayó, y el marrón se filtró en una mancha en la alfombra gris piedra.

El la miraba fijamente, el vivo reflejo del dolor y el miedo mientras moría.

– Se fue por la tubería equivocada? -dijo ella alegremente, y fue adonde él estaba caído. -Va a haber un pequeño cambio en tu rutina hoy, Henry. -Inclinó su cabeza, con su expresión fascinada cuando el cuerpo se convulsionó. -Conseguiste morirte.

Era, pensó Julianna, la más increíble sensación ser testigo de la llegada de la muerte, y saber que había sido puesta en marcha por su propia mano.

No se imaginaba porque más gente no trataba de hacerlo.

Cuando terminó, le envió a él un beso con los dedos, y salió sin apuro, cerrando la puerta detrás de ella. Una pena que fuera demasiado temprano para que los negocios estuvieran abiertos, pensó cuando levantó su bolso y fue hacia el elevador. Se sentía algo engreída.