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Speed vaciló un instante, como si tuviera algo más que decir, pero por fin se fue por donde había venido.

Liska permaneció inmóvil, con la mirada clavada en el suelo mientras intentaba aclararse las ideas y poner la mente de nuevo en funcionamiento para volver al trabajo y ser la poli dura de siempre. Otra vez. Vio a Kovac bajo la arcada que conducía a la parte principal de la casa.

– ¿Por qué no aprenderé? -suspiró.

– Porque eres una cabezota.

– Gracias.

– Te lo dice un experto -aseguró Kovac antes de acercarse y rodearle los hombros con un brazo-. Vamos, Tinks. A menos que decidas salir corriendo y pegarle un par de tiros en la cabeza a ese cabrón, aquí hemos terminado. Déjalo por hoy y vete a casa. Te enviaré un coche patrulla.

– No necesito… -intentó protestar Liska con una mueca.

– Sí que necesitas. Tú has desenmascarado a Rubel, pequeña, y sabe dónde vives.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral como un dedo helado.

– ¿Sabes? -suspiró, apoyando la cabeza en el hombro de Kovac-. A veces me gustaría ser camarera.