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Capítulo 31

Cada jueves, la sección de espectáculos del Minneapolis Star Tribune publicaba el calendario de rodaje de Ace Wyatt para La hora del crimen. Parte del atractivo del programa residía en la interacción de Wyatt con el público. Parecía un puto infocomercial, había pensado Kovac las pocas veces que lo había visto, o algo sacado del canal gastronómico. Ace Wyatt, el Emeril Lagasse de la ley y el orden.

El crimen de la semana se reconstruiría en una pista de hockey situada en el suburbio de St. Louis Park. Asesinato con piedra de curling, muestra alarmante de falta de deportividad. Kovac mostró la placa ante el gorila de seguridad que montaba guardia junto a la zona acordonada de la gradería y se sumergió en el universo de la acemanía.

Habían extendido una alfombra roja de cuatro por cuatro metros en una parte de la pista. En un rincón de ella se veía la cámara, custodiada por un operario de expresión aburrida que se parecía a Ghandi, pero con plumón. Otro cámara, este con videocámara portátil y sobre patines, estaba apoyado contra la portería. Cuatro fans afortunados habían sido escogidos para sentarse en el banquillo. Tras ellos se acomodaban otros cien, montones de mujeres obesas y viejos esmirriados que lucían suéteres rojos con el lema ¡PROActivo! en la pechera.

– ¡Silencio, por favor! -gritó una mujer delgada y huesuda con gafas de pasta negra y un abrigo que parecía confeccionado a base de fragmentos deshilachados de moqueta verde oliva.

Dio tres palmadas, y la multitud enmudeció obediente.

– ¡A vuestros puestos! ¡A ver si esta vez lo hacéis bien! -vociferó el director, un tipo gordo que mordisqueaba una barrita dietética.

Uno de los actores, un hombre de cincuenta y tantos años, ataviado con un jersey de estampado nórdico y lo que parecían ser mallas azules, resbaló sobre el hielo y empezó a agitar los brazos como aspas de molino.

– ¡Es que me molesta, Donald! -se quejó-. ¿Cómo voy a meterme en la piel de un jugador de curling con la portería de hockey delante de las narices?

– Planos cerrados, Keith. Nadie verá la portería. Piensa en planos cerrados… si es que tienes que pensar en algo.

El actor fue en busca de su marca mientras el director sacudía la cabeza, exasperado.

Kovac divisó a Wyatt algo apartado del público; le estaban retocando el maquillaje. Abrazándose el cuerpo para protegerse del frío, dos tipos con pinta de machacas de Hollywood estaban de pie tras él, sonriendo valientemente mientras Gaines sacaba una foto Polaroid. Eran una joven anoréxica de reluciente cabello rojo recogido en una especie de seto en lo alto de la cabeza, y un chaval de veintitantos años con un abrigo de cuero negro y diminutas gafas rectangulares.

– Una más para el álbum de recortes -sugirió Gaines.

El flash centelleó, y la máquina escupió su producto.

– Al público no parece molestarle el frío -comentó el joven.

Gaines le dedicó una sonrisa encantadora.

– Adoran a Ace Wyatt. En cada rodaje se nos queda fuera un montón de gente; todo el mundo quiere venir. ¿Qué importa un poco de frío de nada?

La chica daba saltitos y se frotaba los brazos.

– ¡En mi vida había pasado tanto frío! ¡No he entrado en calor ni un segundo desde que bajé del avión! ¿Cómo aguanta la gente vivir aquí?

– Pues si cree que ahora hace frío -espetó Kovac con un bufido desdeñoso-, debería volver en enero. Entonces sí que esto parece Siberia. Hace más frío que en el culo de un sepulturero.

La chica se lo quedó mirando como si se tratara de un animal exótico del zoo. La sonrisa se borró del rostro de Gaines.

– Vaya, sargento Kovac, qué inesperado placer -masculló.

– Lo mismo digo -replicó Kovac mientras paseaba otra mirada desdeñosa a su alrededor-. No todos los días tengo ocasión de ir al circo. Es que tengo un trabajo de verdad, ¿sabe?

– Yvette Halston -se presentó la pelirroja-. Vicepresidenta de desarrollo creativo de Warner Brothers Televisión.

– Kelsey Vroman -se sumó a la presentación el joven-. Vicepresidente de programación de divulgativos.

Programación de divulgativos.

– Kovac, sargento de Homicidios.

– ¡Sam! -exclamó Wyatt al tiempo que se levantaba de la silla, empujaba a un lado a la maquilladora y se quitaba la toalla babero que le protegía el traje italiano cruzado de color azul marino-. ¿Qué te trae por aquí? ¿Ya tienes los resultados de las pruebas de Fallon?

Los vicepresidentes de la WB aguzaron el oído al escuchar una conversación policial seria.

– Aún no.

– He hecho un par de llamadas, y se están procesando hoy mismo.

– Ya… Gracias, Ace -agradeció Kovac sin entusiasmo-. A decir verdad, he venido para preguntarte algo muy distinto. ¿Tienes un momento?

Gaines acudió junto a Wyatt carpeta en ristre e intentó mostrarle el horario.

– Capitán, Donald quiere que repase esta sección antes de la una. Ha convocado a los demás jugadores de curling a la una y media para las entrevistas. Escamotearemos media hora del almuerzo; el sindicato se nos echará encima.

– Pues que se vayan a almorzar ahora -ordenó Wyatt.

– Pero es que están preparados para rodar.

– En tal caso, también lo estarán después de comer, ¿no?

– Sí, pero…

– ¿Cuál es el problema, Gavin?

– Eso, Gavin -azuzó Kovac-. ¿Cuál es el problema?

Gaines le lanzó una mirada gélida.

– Si no recuerdo mal, usted mismo señaló que el capitán Wyatt está jubilado -indicó-. Tiene otras obligaciones aparte de resolverle el caso, pero es un hombre demasiado educado para decirle que se vaya.

– Gavin, no tengo obligaciones más importantes que una investigación de asesinato.

Los vicepresidentes abrieron los ojos de par en par.

– Ace -ronroneó la pelirroja-. ¿Estás colaborando en un caso? ¡No nos lo habías dicho! ¡Qué apasionante! ¿Qué te parece, Kelsey?

– Podríamos organizar algo con distintos organismos para un segmento semanal. La policía, la DEA, el FBI… Poner una sección de consultoría al final del programa, un mano a mano de cinco minutos, de detective a detective. Ace hace partícipe al público de su sabiduría… Me encanta. Añade una sensación de inmediatez y vitalidad, ¿no te parece, Gavin?

– Podría funcionar -repuso Gavin con diplomacia-, pero hoy andamos un poco escasos de tiempo…

– Ya lo arreglaremos, Gavin -lo interrumpió Wyatt antes de volverse hacia Kovac-. Vamos arriba, Sam. Puedes tomar algo mientras hablamos; tenemos un catering fantástico que encontró Gavin. Hacen unas quiches impresionantes.

Wyatt lo precedió por una escalera que conducía a una sala con vistas a la pista. Sobre una mesa larga habían dispuesto con mucho arte diversos platos de comida, con el álbum de recortes de La hora del crimen como centro decorativo. Wyatt no se acercó a la comida, pero le indicó que se sirviera.

– No me gusta comer cuando rodamos -explicó, abriendo una botella de agua-. Así estoy más despabilado.

– La situación lo requiere -comentó Kovac.

Además de procurar no estallar de orgullo, añadió para sus adentros. Wyatt enrojeció hasta la raíz de los cabellos.

– Sé que esto no te merece mucho respeto, Sam -dijo-, pero servimos a la comunidad. Ayudamos a resolver delitos, ayudamos a la gente a plantar cara al crimen.

– Y os forráis.

– Eso no es ningún delito.

– Claro que no, no me hagas caso -dijo Kovac.

Se puso a hojear distraídamente el álbum de recortes, deteniéndose en las páginas que mostraban la fiesta de jubilación de Wyatt. Eran fotografías afectadas y cándidas, si es que podía hablarse de una imagen cándida de Wyatt, del gran hombre en su momento de gloria. Había una de Wyatt estrechando la mano a Kovac, quien ponía cara de haber pescado una anguila. Otra de él junto a una periodista del Canal Cinco. Otra de Wyatt hablando con Amanda Savard. La contempló durante unos instantes.

– Tampoco me gustan los concursos -murmuró mientras intentaba recordar haberla visto aquella noche, pero había estado demasiado ocupado compadeciéndose-. Dicen que me estoy convirtiendo en un viejo cascarrabias, pero eso es una chorrada. Siempre he sido un cascarrabias.

– Tú no eres viejo, Sam -aseguró Wyatt-. Eres más joven que yo, y mira adonde he llegado. He empezado una segunda carrera profesional, estoy en la cima del mundo.

– Creo que seguiré en la primera carrera hasta que alguien me pegue un tiro -repuso Kovac-. Lo cual me recuerda a qué he venido.

– Has venido por Mike -señaló Wyatt-. ¿Tienes alguna prueba más contra el hijo, Neil?

– De hecho, he venido por Andy.

– ¿Por Andy? -repitió Wyatt con el ceño fruncido-. No lo entiendo.

– Me intriga el porqué de todo este asunto -explicó vagamente Kovac-. Sé que había estado revisando el caso Thorne con miras a que Mike quisiera rememorar el incidente y así acercarse de nuevo a él.

– Ah…

– Habló contigo -dijo Kovac en tono afirmativo, como si hubiera visto las notas, dejando poco espacio a la negación pese a que no sabía nada.

– Sí -asintió Wyatt-. Me lo comentó. Sé que Mike no quería saber nada; eran recuerdos muy dolorosos para él.

– También para ti.

– Cierto, fue una noche espantosa que cambió para siempre las vidas de todos los implicados.

– Y te ató a los Fallon como si fueras de la familia.

– En cierto modo. Es imposible vivir una experiencia así con otro policía sin establecer un vínculo.

– Sobre todo dadas las circunstancias.

– ¿A qué te refieres?

– A que tú vivías enfrente de la casa de Thorne, y te llamaron a ti en petición de ayuda, pero Mike se te adelantó. Debiste de sentir que Mike había recibido el balazo en tu lugar, ¿no? Y lo más probable es que Mike pensara lo mismo.

– Una mala pasada del destino -declamó Wyatt con un suspiro dramático-. Está visto que no me tocaba a mí, sino a él.

– Aun así, seguro que no te libraste de cierto sentimiento de culpabilidad; durante todos estos años has hecho cuanto estaba en tu mano para ayudar a Mike.

Wyatt guardó silencio por un momento. Kovac esperó, preguntándose qué ocultaría el maquillaje. ¿Sorpresa? ¿Enojo?

– ¿Adonde quieres ir a parar, Sam?

Kovac se encogió de hombros y cogió una zanahoria enana de una bandeja.

– Sé que Mike se aprovechó de ti todos estos años, Ace -señaló mientras la partía en dos-. Por eso me pregunto… Puede que al ver que te ibas a Hollywood… y que ganarías un montón de pasta… pues me pregunto si a lo mejor no intentó sacarte un poco más.