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– Yo tampoco. La verdad es que creía que me matarías mucho antes -repuso su ex con una sonrisa que relució en la oscuridad.

– Tienes suerte de que no llevara la pistola -refunfuñó Liska.

– Si la llevaras, aún estarías a tiempo de usarla.

Embutió las manos en los bolsillos de la vieja chaqueta que llevaba, sacó un paquete de Marlboro y encendió uno.

– No te dispararía ahora por nada del mundo -aseguró Liska-. Quiero que esta noche acabe cuanto antes, y si te disparara, me pasaría toda la noche en vela porque me detendrían, me ficharían y todo el rollo. No merece la pena.

– Vaya, muchas gracias.

– Estoy cansada, Speed. ¿Te importaría marcharte?

Speed dio una larga chupada al cigarrillo, exhaló el humo y contempló la calle mientras un sedán oscuro anodino pasaba de largo a escasa velocidad. Liska lo miró por el rabillo del ojo y se arrebujó en su abrigo.

– ¿Llamarás al taller mañana para que te arreglen la ventanilla? -quiso saber Speed, señalando el coche con el cigarrillo.

– No veo el momento de coger el teléfono.

– Porque lo de la bolsa de basura queda cutrísimo.

– Gracias por preocuparte tanto por mi seguridad.

– Eres la madre de mis hijos.

– Lo cual no habla precisamente a favor de mi buen juicio.

– Eh, no me dirás que te arrepientes de haberlos tenido -espetó Speed al tiempo que arrojaba la colilla a la nieve y la miraba de hito en hito.

– No me arrepiento de haber tenido a los chicos -repuso Liska, sosteniendo su mirada-. No me arrepiento en absoluto.

– Pero te arrepientes de lo nuestro.

– ¿Por qué me haces esto? -suspiró Liska, exhausta-. Me parece que es un poco tarde para lamentos y negociaciones, Speed. Nuestro matrimonio lleva mucho tiempo muerto.

Speed sacó las llaves del bolsillo y seleccionó la que necesitaba.

– Lamentarse es una pérdida de tiempo. Vive el momento; nunca se sabe cuál será el último.

– Y después de tan alegres palabras… -se burló Liska, volviéndose hacia la casa.

Speed la asió del brazo al pasar. Estaba contemplando la posibilidad de besarla, Liska lo veía en su mirada y lo percibía en la tensión de su cuerpo. Sin embargo, ella no quería y suponía que su ex se daba cuenta de ello.

– Cuídate, Nikki -dijo por fin en voz baja-. Eres demasiado valiente.

– Soy lo que necesito ser -replicó ella. Speed esbozó una sonrisa triste y la soltó.

– Lástima que yo nunca fuera lo que necesitabas.

– Yo no diría que nunca -puntualizó Liska, si bien mantuvo la mirada clavada en el suelo.

No lo siguió con la mirada mientras se alejaba, pero sí cuando subió al coche y dio marcha atrás para salir de la entrada. Permaneció inmóvil delante de su casa hasta que los faros posteriores no fueron más que un vago recuerdo. Y entonces estuvo de nuevo sola, se dijo mientras miraba la ventanilla remendada. O al menos eso esperaba.

Entró en la casa por la puerta trasera, cerró con llave y encendió la luz. Cuando se retiró al dormitorio, sola, un sedán oscuro pasó por delante de su casa… por segunda vez.