– Efectivamente -confirmó Boyd-. Las tribus celtas del continente formaron una alianza para invadir el sur de Inglaterra y apoderarse de las minas ubicadas en un territorio conocido entonces con el nombre de Troad, y más tarde Troya. La ciudad capital se llamaba Ilión.

– Por lo tanto, los aqueos no eran griegos -señaló Perlmutter.

Boyd asintió con un leve movimiento de cabeza.

– La palabra aqueo es un término genérico para referirse a los aliados. Los habitantes de Troya se llamaban a sí mismos dárdanos. Lo mismo que Egipto no era el nombre del país de los faraones.

– Un momento -exclamó Gunn-. ¿De dónde proviene entonces el nombre de Egipto?

– Antes de Homero, se lo conocía como Al Jem, Mist o Kemi. No fue hasta centenares de años más tarde cuando el historiador griego Herodoto vio las pirámides y el templo de Luxor, y decidió llamar Egipto al imperio en decadencia, que era el nombre de un país descrito en la Ilíada. El nombre quedó.

– ¿Qué pruebas aportó Wilkens para su teoría? -preguntó Sandecker.

Boyd dirigió a Chisholm una mirada expectante.

– ¿Quiere usted responder a la pregunta, doctor?

– Usted ha de saber tanto como yo -contestó Chisholm, con una sonrisa complacida.

– ¿Me permiten que lo haga yo? -preguntó Perlmutter-. He leído a fondo el libro de Wilkens, Where Troy Once Stood .

– Será un placer -manifestó Boyd.

– Hay muchísimas pruebas -comenzó Perlmutter-. En primer lugar, no hay prácticamente nada en las descripciones que hace Homero en sus obras que resista el menor análisis. En ninguna parte llama “griegos” a la flota invasora. En el siglo once antes de Cristo, Grecia estaba muy poco poblada. No había ninguna gran ciudad capaz de mantener una flota de naves de guerra y sus tripulaciones. Los primitivos griegos no eran gente marinera. Las descripciones homéricas de las naves y los hombres que las guiaban a través de los mares a fuerza de remos se ajustan mucho más a los vikingos, que aparecieron dos mil años más tarde. Asimismo, las descripciones marítimas se corresponden con la costa atlántica de Europa, no con la mediterránea.

– ¿Qué me dice de la vegetación? -lo animó Boyd.

– Otra prueba importante -dijo Perlmutter, con un gesto de asentimiento-. Casi todos los árboles descritos por Homero son típicos de los climas húmedos de Europa y no de las tierras áridas de Grecia y Turquía. Habla de árboles de hojas verdes caducas, cuando lo habitual para los griegos eran las coníferas de hoja perenne. Después tenemos los caballos. Los celtas eran un pueblo ecuestre, pero no se sabe que los antiguos griegos emplearan caballos en las batallas. Mientras que los egipcios y los celtas empleaban los carros como máquinas de guerra, los griegos y los romanos preferían combatir a pie, y sólo utilizaban los carros para el transporte y las carreras.

– ¿Alguna diferencia en el tema de la comida? -preguntó Gunn.

– Homero menciona las anguilas y las ostras. Las anguilas nacen en el mar de los Sargazos y se trasladan a las aguas frías alrededor de Europa. Dice que “buceaban para coger ostras”, las que son mucho más abundantes en los océanos, fuera del Mediterráneo. Si un griego buceaba, lo hacía para pescar esponjas, que eran muy comunes en Grecia en aquellos tiempos.

– ¿Qué hay de los dioses? -quiso saber Sandecker-. En la Ilíada y la Odisea los dioses no dejan de intervenir tanto en el ejército griego como en el troyano.

– Primero fueron dioses celtas. Los eruditos clásicos han llegado a la conclusión de que los dioses presentados por Homero eran originalmente celtas y que los griegos los heredaron de los poemas homéricos. -Perlmutter hizo una pausa y después añadió-: Otro punto interesante es que Homero señala que griegos y troyanos cremaban a sus muertos. Esta era una costumbre celta. Los pueblos mediterráneos solían enterrarlos, más bien.

– Es una hipótesis muy interesante -opinó Sandecker-, aunque no deja de ser una conjetura.

– Bien, ahora llegamos a lo mejor. -Perlmutter sonrió muy ufano-. Las extraordinarias revelaciones de Wilkens demuestran fuera de toda duda que las ciudades, islas y naciones sobre las que escribió Homero no existieron, o se llamaban con otro nombre del todo diferente. Las descripciones geográficas y topográficas de la Ilíada sencillamente no concuerdan con las tierras y costas del Mediterráneo. Wilkens descubrió que los nombres que Homero dio a las ciudades, las regiones y los ríos tienen su origen en el continente europeo e Inglaterra. Los nombres griegos no encajan con el entorno de Troya y de los reinos de los héroes griegos, ni tampoco la descripción de los escenarios concuerda con la realidad geofísica.

– La lista continúa -dijo Chisholm-. Homero describe a Menelao como pelirrojo, a Ulises con el cabello castaño rojizo y a Aquiles como rubio. También habla de guerreros de piel blanca. Nada de todo esto es característico de los pueblos mediterráneos. Es como si vinieran de otro tiempo y dimensión.

»Las tribus aqueas invasoras llegaron de las regiones productoras de bronce de Francia, Suecia, Dinamarca, España, Noruega, Holanda, Alemania y Austria. Su flota se reunió probablemente en lo que hoy es Cherburgo y navegaron a través del mar de Helle, que dio su nombre al Helesponto en Turquía y que ahora se conoce como el mar del Norte. Desembarcaron en una gran bahía conocida con el nombre de Tracia, y que ahora aparece en los mapas con el sencillo nombre de Wash, en Cambridgeshire. Las aguas bañaban las costas de la llanura de Anglia oriental.

Boyd aportó otro detalle a la exposición de Perlmutter.

– Homero mencionó catorce ríos en Troya y sus alrededores. Esta es una sorprendente correlación con los catorce ríos cercanos a la llanura de Anglia oriental. Wilkens descubrió que, aun después de treinta siglos, los nombres continúan siendo muy similares en su ortografía y se los puede reconocer sin problemas. En griego, por ejemplo, Homero cita el río Témese, que corresponde al Támesis.

– ¿Qué hay de los troyanos? -preguntó Sandecker, que no acababa de convencerse.

– Su ejército lo formaban hombres llegados de toda Inglaterra, Escocia y Gales -contestó Perlmutter-. También contaron con la ayuda de los aliados de Bretaña y Bélgica en el continente. Ahora que tenemos la bahía y la llanura podemos empezar a centrarnos en el campo de batalla y las defensas. Todavía existen en el nordeste de Cambridge dos inmensas trincheras paralelas. Wilkins cree que fueron construidas por los invasores, al estilo de las de la Primera Guerra Mundial, para impedir que los defensores atacaran su campamento y las naves.

– ¿Y dónde estaba situada la ciudadela de Troya? -insistió el almirante.

Perlmutter aceptó el reto de buen grado.

– El sitio más lógico son las colinas de Gog Magog, donde se han descubierto fortificaciones circulares con grandes trincheras defensivas. Allí hay restos de empalizadas de madera y muchos objetos de bronce. También se hallaron urnas funerarias y un gran número de esqueletos que mostraban huellas de mutilaciones.

– ¿Cuál es el origen de un nombre tan curioso como Gog Magog? -preguntó Summer.

– Hace muchos años, cuando los habitantes de la zona comenzaron a descubrir por accidente gran cantidad de huesos, creyeron que allí se había librado una gran batalla o una guerra donde había muerto una multitud de combatientes. Todo aquello les recordó el relato bíblico de Ezequiel, donde se conjura a los espíritus malignos para participar en una guerra iniciada por el rey Gog de Magog.

La mirada de Sandecker fue de Boyd a Chisholm.

– Muy bien, de acuerdo. Ahora que ya nos hemos enterado de que la guerra de Troya se libró en el sudeste de Inglaterra por el dominio de las minas de estaño, ¿qué tiene eso que ver con los descubrimientos de los objetos y los frisos celtas en el banco de la Natividad?

Los dos eruditos se miraron el uno al otro con una expresión risueña.

– Pues todo, almirante. Ahora que estamos razonablemente seguros de que el verdadero escenario de la guerra de Troya está en Inglaterra, podemos comenzar a ligar el gran periplo de Ulises con el banco de la Natividad.

Se podría haber oído el ruido de la caída de un alfiler en la sala. La afirmación había sido tan inesperada que transcurrió casi medio minuto antes de que atinaran a hacer preguntas.

– ¿Qué están diciendo? -preguntó Gunn, que intentaba asimilar las palabras de los catedráticos.

Sandecker se volvió lentamente hacia Perlmutter.

– Julien, ¿está usted de acuerdo con esta locura?

– No tiene nada de locura -replicó Perlmutter, sonriendo de oreja a oreja-. En los poemas épicos de Homero está escrito que Odiseo, Ulises, era el rey de la isla de Ítaca. Pero esa isla griega nunca tuvo un reino, ni tiene ruinas importantes. Wilkens demuestra, por lo menos para mí, que el reino de Ulises no estaba en Grecia. Un abogado belga de Calais, Francia, Théophile Cailleux, después de exhaustivas investigaciones, afirmó que Cádiz, en España, era la Ítaca de Homero. Aunque aquella zona se rellenó a lo largo de los tres mil años pasados, los geólogos han señalado el perfil de varias islas que ahora forman parte de la tierra firme. Cailleux y Wilkens han identificado la mayoría de los puertos de escala del viaje de Ulises, y ninguno de ellos se encuentra en el Mediterráneo.

– Estoy de acuerdo -manifestó Yaeger-. Con toda la información conocida sobre el viaje de Ulises, las descripciones de Homero, las teorías de Cailleux y Wilkens, los métodos de navegación de la Edad del Bronce, y las mareas y las corrientes, Max y yo hemos establecido una ruta para sus puertos de escala.

Yaeger cogió el mando a distancia y marcó un código. En la pantalla apareció una carta del Atlántico Norte. Una línea roja bajaba desde el sur de Inglaterra hasta la costa africana antes de desviarse hacia las islas de Cabo Verde y de allí hasta las islas del mar de las Antillas. Utilizó un puntero láser para seguir el viaje de Ulises desde Inglaterra.

– El primer lugar donde Ulises recaló después de verse arrastrado mar adentro fue lo que describió como la tierra de los lotófagos. Según Wilkens, este lugar estaba probablemente en la costa occidental africana, en Senegal. Allí el loto es una variedad de la familia de los guisantes y los nativos lo consumen desde hace miles de años, porque tiene efectos narcóticos. A partir de allí, los vientos lo impulsaron rumbo al oeste hacia las islas de Cabo Verde, que es la elección lógica para ser la isla de los cíclopes, porque la descripción de Ulises concuerda casi a la perfección.