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Estaba atada al árbol y amordazada. Llevaba el pelo mojado y aquella sencilla bata. Sin embargo, el frío era un problema menor para ella en ese momento.

Quinn no veía a Delilah por ningún lado. Algo le decía que aquello era una trampa.

Le dieron ganas de correr hasta donde estaba Miranda, pero dio un paso atrás. No les serviría a ninguno de los dos si a él lo mataban.

Habló por radio, en voz baja.

– Parece una trampa. No entréis, repito, no entréis en el claro.

Se giró hacia Jorgensen.

– El megáfono -pidió, y éste se lo pasó.

Quinn respiró hondo. Era el momento clave.

– Delilah Parker -dijo, con el megáfono en alto, la voz a todo volumen y con un retintín metálico-. Delilah, soy el Agente Especial Quincy Peterson, del FBI. Puede que te acuerdes de mí. Tuviste la amabilidad de ofrecerme limonada con pastel de plátano el día que llegué a la ciudad.

Quinn dijo lo primero que se le vino a la cabeza, pero parecía lo correcto. Hizo un gesto a los hombres para que se abrieran por ambos lados y no se dejaran ver. Miró a Jorgensen, le hizo una señal y éste dio media vuelta y se dirigió a la hostería. El plan B era un último recurso.

Quinn temía que fuera su única opción.

Delilah Parker tenía una obsesión por el control y la imagen. Quinn recordó lo que Nick le había dicho acerca de su necesidad de ser una buena anfitriona, y que nunca había que rechazar una copa o una comida de la señora Parker.

Tenía que apelar a esa parte suya.

No a la parte que miraba mientras el hermano violaba a casi dos docenas de mujeres.

– ¿Delilah? ¿Puedes asomarte para que hablemos?

– ¡No! ¡Lo está haciendo mal!

Delilah estaba enfadada, y Miranda la miró a ella y luego a Quinn, a casi cien metros de distancia. Delilah se había escondido detrás de un árbol podrido y hueco. Su intención era matar a Quinn cuando viniera a rescatar a Miranda. Para que ésta lo viera morir.

Pero Quinn no estaba jugando su juego, y eso la enfurecía. Dio una patada en el suelo e hizo un puchero.

– Delilah, ahora esto es entre tú y yo -dijo Quinn por el megáfono-. Nadie más. Tú me dices lo que quieres y yo veré cómo te lo conseguimos. ¿De acuerdo?

– ¡No! -De un brinco, Delilah salió de su escondite y se acercó a Miranda a grandes zancadas. Le apoyó el cañón del arma en la cabeza. Miranda no podía parar de temblar. Había visto el cuerpo de Dick Walters. A ella también la mataría.

Y mataría a Quinn si tenía la oportunidad.

– Baja el arma para que podamos hablar -dijo Quinn. Empezó a caminar por el lado más angosto del prado. Daba la impresión de que se alejaba, pero Miranda sabía qué estaba haciendo. Intentaba acercarse. Intentaba distraer a Miranda de todo lo que estaba pasando. Miranda solo veía un poli entre los árboles. Seguro que había más.

– ¡No, no, no! -Delilah dio patadas en el suelo-. ¿Es que no lo ves? -gritó-. Ella tiene que morir. Pero eso no tiene ninguna gracia si antes no te ve morir a ti. Ella mató a Davy. Ahora tiene que sufrir por habérselo cargado. ¿No lo entiendes?

– Delilah, comprendo lo que debes estar viviendo -dijo Quinn-. El dolor es una emoción poderosa.

– Tú no sabes nada del dolor.

– Ponme a prueba.

– No. Sólo quieres ganar tiempo. ¿Qué vas a hacer? Traer a una unidad de las SWAT para que vengan y me disparen. Pues, te diré una cosa, y es que tu amiguita también morirá.

A Delilah no le temblaba la mano, pero sudaba copiosamente. No dejaba de mirar a uno y otro lado, con ojos de roedor asustado. Miranda esperaba una oportunidad para hacer algo, pero no tenía ni idea de qué podía ser. Miraba a Quinn en busca de una señal, pero él no reparaba en ella. Tenía la mirada fija en Delilah.

Siguió acercándose.

– Delilah, tú no quieres hacer eso. Has tomado algunas decisiones equivocadas, pero tú no mataste a esas chicas, ¿no?

– ¿A quién le importa? A nadie le importó cuando les conté lo que mi madre hacía con Davy. No me creyeron.

– Yo te creo, Delilah.

– No soy tonta, Agente Especial Peterson -gritó-. Sé lo que intentas hacer. Quieres que me rinda por remordimiento, que diga que lo siento. Pues, no lo siento. Lo único que lamento es no haber dejado que Davy matara a esta puta -dijo, y le dio a Miranda una patada en el costado-, cuando escapó.

Miranda empezó a cerrar los ojos, esperando la descarga y el dolor del impacto de la bala, cuando vio que Quinn le hacía una señal con la mano. Lenguaje de signos. Era una de las cosas que tenían que aprender en la Academia.

Agáchate.

Desde el otro lado del campo, se oyó una voz.

– ¡Mamá! ¡No!

Miranda se giró y la pistola dejó de apuntar a la cabeza de Miranda. Ésta se agachó todo lo que pudo.

– ¿Ryan? ¿Tú también piensas traicionarme? -Delilah giró la pistola hacia su hijo.

Y se sucedieron las descargas.

¡Bang! ¡Bang bang bang bang bang bang!

Con el impacto de los disparos, Delilah trastabilló hacia atrás contra el árbol. Cayó sobre el regazo de Miranda, y sus ojos quedaron clavados en ella.

– Paz -dijo, en un último borboteo.

Delilah se sacudió y espiró su último aliento. Miranda se quedó mirando el cuerpo inerte sobre sus rodillas.

Quinn se arrodilló a su lado, echó el cuerpo de Delilah a un lado y le quitó la mordaza. Mientras la desataba, le entraron ganas de abrazarla.

Le quitó las ataduras de las manos. Ella le echó los brazos al cuello, apretándolo con fuerza, mientras unas lágrimas silenciosas le corrían por la cara. Él la levantó y la llevó hacia los árboles, lejos de la muerte.

La besó y la estrechó en sus brazos.

– Siento haber tenido que traer a Ryan, pero sólo lo hice como último recurso.

– Lo sé.

– Ahora, Miranda, todo ha acabado de verdad.