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Miranda percibía todo aquello desde la periferia. Se concentró en las fotos de la universidad de los cuatro hombres. Se los imaginó, uno tras otro, disparándole a Sharon por la espalda. No podía quitarse de la cabeza la imagen de cada uno de ellos atándola, violándola. Y luego alimentándola con pan y agua, como si fuera un pájaro herido.

No había querido volver a ese recuerdo pero, en realidad, ya estaba en él. Intentó sustraerse al dolor pero, una vez rotas las barreras, éste la arrasaba con toda su fuerza.

En el fondo, quería volver a casa y dejar a Quinn hacer su trabajo. ¿Qué haría ella en medio de todo aquello? Trabajaba para la oficina del sheriff, pero no era poli. Buscaba a personas perdidas. A veces las encontraba. Pero nunca olvidaría a todas las mujeres que no había encontrado, o a las que había descubierto demasiado tarde.

Ahora, aunque corriera a ocultarse en la comodidad de sus mantas, el Carnicero seguiría rondando. Ashley van Auden seguiría atada al suelo, padeciendo frío y adolorida, segura de que iba a morir y de que no le importaba a nadie, después de llegar a la conclusión de que nadie la salvaría. Nick seguiría desaparecido. ¿Estaría muerto? Por favor, no.

Pero ¿cómo podía estar vivo? ¿Para qué lo mantendría con vida el Carnicero? No lo haría. Lo mataría y abandonaría su cuerpo. Puede que no lo encontraran hasta mucho después de desenmascarar a ese asesino.

Siempre se había preguntado si sería capaz de enfrentarse al hombre que la había atacado. Después de todos esos años, de las pesadillas y los sacrificios, quizá finalmente estaban a punto de echarle el guante.

– Vamos -le dijo Quinn a Miranda.

Ella alzó la mirada. No se había dado cuenta de que la sala se había vaciado, ni de que Quinn estaba ante ella en actitud de espera.

– ¿A dónde?

– A la universidad. A hablar con Mitch Groggins. -Quinn miró su reloj -. Acabo de hablar con el encargado de la cafetería. Groggins está de turno hasta las nueve de la noche. Deberíamos poder hablar con él.

– ¿Yo? -preguntó ella, parpadeando. ¿Acaso le estaba pidiendo que lo acompañara? ¿Qué se acercara a sólo unos metros del hombre que podía ser el Carnicero?

Quinn se la quedó mirando. Su rostro era inexpresivo, pero sus ojos le preguntaban: «¿No has prestado atención en los últimos diez minutos?»

– Supongo que estaba distraída. No sé de qué te serviría.

Miranda quería ir, quería desesperadamente enfrentarse a los cuatro hombres y oírlos hablar. Cerrar los ojos y escuchar la cadencia de sus voces. Sabría quién era el Carnicero porque oía su voz en sus pesadillas.

Quizás había llegado el momento. Si Mitch Groggins era el Carnicero, lo tendrían entre rejas hoy mismo. ¿Por qué vacilaba?

Quinn se sentó a su lado y le cogió las manos. Estaban solos. Todos los demás se habían marchado a cumplir con las tareas asignadas. Miranda no quería sentirse tan inútil, tan asustada, pero no podía evitarlo.

– Estás temblando -dijo Quinn, con voz queda.

– ¿Qué pasará si es Groggins? Yo… -dijo, y guardó silencio-. Quizá tú tenías razón.

– ¿Perdón?

– Acerca de mí. No estoy hecha para trabajar en el FBI. No sé cómo podré enfrentarme a él sin ponerme a gritar o sin intentar arrancarle los ojos. Siempre había pensado que cuando me enterara de quién era el Carnicero, cuando estuviera entre rejas, podría ponerme delante y escupirle a la cara, decirle que le iban a inyectar veneno y que moriría y se iría al infierno. Y que, de alguna manera, eso me haría sentirme entera de nuevo.

– Miranda, yo…

– Pero -interrumpió ella, porque no quería oír disculpas ni mentiras piadosas que la aliviaran-, ahora que de verdad estamos cerca, ahora que creo por primera vez en doce años que lo vamos a detener, no sé si podré mirarlo a los ojos después de lo que me hizo. – La voz se le quebró y se apartó de Quinn-. Hiciste bien en no dejar que me aceptaran en la Academia.

Quinn le cogió el mentón, la obligó a mirarlo. Ella intentó contener las lágrimas, esperando ver en él una mirada de ya te lo había dicho yo. Pero, por el contrario, lo que tenía era la mandíbula apretada y su mirada era de rabia.

– Eres capaz de hacer cualquier cosa que te propongas, Miranda. Nunca he dudado de tu fuerza ni de tu habilidad. Habrías sido una excelente agente del FBI. Sólo que en ese momento pensé que querías serlo por motivos equivocados. Que nunca te habrías contentado con que te destinaran a Florida ni a trabajar en la investigación de atracos de bancos o en los casos de corrupción política en Washington D.C. Pensaba que sólo te sentirías satisfecha si fueras una agente permanente aquí, en Montana, trabajando en esta investigación.

»Quería que te tomaras un año para que pensaras seriamente en lo que necesitabas en tu carrera. Estabas tan convencida de que podrías dar con el Carnicero en cuanto tuvieras la placa, que todas tus decisiones partían de él, no de ti. Yo estaba muy orgulloso de lo que habías conseguido en la Academia. Y tú también deberías estar orgullosa. No sólo fuiste una alumna excepcional allí, sino que has sido un pilar fundamental de la oficina del sheriff aquí.

– Todo lo que he hecho, todo aquello en que me he convertido, ha sido a causa de él. No sé quién soy. -Miranda intentó girarse, pero Quinn no la dejó.

Nunca he dejado de amarte.

Ella no merecía estar con Quinn. Llevaba más de diez años culpándolo a él de lo sucedido en la Academia, cuando lo único que tenía que hacer era mirarse en un espejo para ver a la verdadera culpable.

Los ojos de Quinn se llenaron de emoción.

– Sé muy bien quién eres. Y nunca he admirado a nadie tanto como a ti.

– Yo no…

– Tenemos que irnos. Tú puedes hacerlo. Yo estaré ahí contigo. No dejaré que jamás vuelva a hacerte daño.

Miranda se dio cuenta de que asentía. No sabía si podía creer en él, pero él tenía fe en ella.

Se prometió a sí misma que no lo decepcionaría. Ni tampoco a sí misma.

Mitch Groggins no era el Carnicero.

Si bien era de una estatura aproximada a su agresor, que Miranda había calculado vagamente entre un metro ochenta y un metro ochenta y ocho, dato que era común a la mitad de los hombres mayores de dieciocho años, Groggins era un hombre delgado. Y no tenía la misma constitución física.

Sin embargo, habían pasado doce años desde que ella viera su silueta.

En cuanto escuchó su voz, un tono agudo y nasal, supo más allá de toda sospecha que no era el Carnicero. No supo si sentir alivio o miedo.

Por otro lado, lo había conseguido. Se había enfrentado a un sospechoso y no le había gritado ni arrancado los ojos. Estaba aterrorizada, pero se plantó ante él y se sintió más fuerte por ello, aunque Groggins fuera inocente.

Quinn estaba preocupado por Miranda mientras conducía su jeep de vuelta a la hostería. No hacía falta que le dijera que estaba cansada, física y emocionalmente. Después de haberse preparado para enfrentar a Groggins como si fuera el Carnicero, y luego descubrir que no lo era, Miranda se sentía vacía. Quinn deseaba ayudarla a recomponerse, estrecharla en sus brazos, ayudarle a encontrar su entereza.

Él sabía que la valentía no la había abandonado. Tenía la esperanza de que ella también se diera cuenta. Conocer a Groggins era el primer paso.

La policía de St. George, Utah, llamó a Quinn a su celular cuando estaban a medio camino de la hostería. Younger, el dueño de la empresa de construcción, se había mostrado beligerante. Sin embargo, el hecho de que estuviera en Utah en ese momento lo situaba al final de la lista, si es que no lo descartaba del todo. Declaró que estaba en su despacho todo el día y la policía local se encargaría de comprobar su coartada.

La única manera de que Younger pudiera volver a Utah desde Montana después de que encontraran la camioneta de Nick era volando. Quinn llamó al FBI y encargó a alguien que buscara en los vuelos con destino o salida desde Las Vegas, el aeropuerto más cercano, a St. George, y que hiciera lo mismo en los pequeños aeropuertos locales.

Volvió a llamar a Colleen Thorne, su compañera de trabajo ocasional, que ya estaba en Grand Junction para ir a ver a Palmer, el novio de Penny Thompson en el momento de su desaparición.

– Ahora Palmer encabeza la lista -dijo, cuando Colleen respondió a la llamada. Le contó lo de Groggins y Younger-. Procura actuar con cautela.

– Eso haré, pero ¿no crees que si es el Carnicero no estará en casa?

– Grand Junction no queda demasiado lejos de Bozeman. Unas diez horas, quizá. Habrá vuelto para no levantar sospechas. Pero si no está, pondremos una orden de búsqueda para interrogarlo.

– Te contaré qué pasa. Estamos a punto de llegar a su casa. También he podido con el rector de la Universidad de Denver -dijo.

– ¿Y?

– Está muy dispuesto a echar una mano. Se pondrá en contacto con el director del departamento de biología de la fauna salvaje para averiguar en qué proyectos trabaja Larsen. Seguramente hablaremos con el director y con Larsen mañana por la mañana. Era tarde, así que nos ha costado un poco dar con ellos. Pero tengo la dirección de Larsen, que tiene un pequeño piso cerca de la universidad, y una foto actualizada de su carné de empleado. ¿Quieres que te la mande?

– ¿Ahora?

– Lo tengo en mi Blackberry.

Quinn sonrió y sacudió la cabeza.

– Vaya, tecnología punta. Claro, mándamelo a mí correo. Me lo bajaré en cuanto llegue a la hostería.

Colgó y dobló por el camino de la entrada de la hostería. Al mirar de reojo, le pareció que Miranda estaba dormida, aunque sabía que no del todo.

Lo que había dicho en la oficina del sheriff iba en serio, pero sabía que ella no le creía. En realidad, no podía culparla. Miranda llevaba diez años elucubrando las peores fantasías sobre por qué Quinn había hecho lo que hizo. Él intentó explicárselo entonces pero debería haber perseverado. La amaba, y no debería haber renunciado a ella ni pensado que entraría en razón por sí sola.

Ella tuvo miedo, y estaba preocupada y enfadada. Aunque hubiese visto la verdad en aquel momento, era demasiado testaruda como para reconocerlo.

Sin embargo, parte de su fuerza residía en esa tenacidad. Su inquebrantable determinación le ayudaba a sobrevivir. Era la base de su carácter, la motivación necesaria para seguir adelante cuando lo tenía casi todo en contra.

A él le fascinaba ese rasgo de ella.