– Valoro las consecuencias que pueda tener -susurró-. Eso es lo que hacen las personas mayores, Glory.

– Yo soy una persona mayor.

– No lo creo.

– Podría demostrarlo.

Automáticamente, Santos se excitó. Pero intentó controlarse.

– ¿Qué quieres de mí, Glory?

– ¿Tú qué crees?

– Creo que soy demasiado mayor para ti -respondió, en tono deliberadamente sensual-. Creo que deberías correr a casa, a esconderte bajo las faldas de tu madre.

– ¿De verdad? ¿Tan mayor te crees?

– Sí. Tú juegas en una liga distinta, pequeña.

– Ponme a prueba -espetó, colocando las manos en su pecho-. Adelante. Te reto a que me beses.

Santos dudó, pero sólo un instante. Descendió sobre ella y la besó con apasionamiento, sin inhibiciones, demostrando lo que un hombre deseaba de una mujer.

Fue un beso largo y lleno de pasión; Glory reaccionó primero con dudas y finalmente con entrega absoluta. Santos la atrajo hacía sí para que pudiera notar su erección, para que fuera consciente de lo excitado que estaba, de lo que había conseguido con su infantil coquetería.

Acto seguido se apartó de ella. Glory lo miró con asombro. No la habían besado nunca de aquel modo, y él lo sabía.

– ¿Lo ves, pequeña? -rió con suavidad-. Te dije que era demasiado mayor para ti.

– Te equivocas. Ya te dije que te equivocabas.

Glory se puso de puntillas y lo besó, para sorpresa de Santos, con tanto apasionamiento como él.

El joven no pudo evitar reaccionar de inmediato. Quería controlar la situación, pero no podía hacerlo. Lo excitaba demasiado, algo que no había conseguido ninguna chica hasta entonces. Había algo en ella que lo volvía loco.

De repente tuvo la impresión de que no era él quien controlaba la situación, sino ella. Supo que lo estaba probando, y no le agradó nada.

– Basta -se apartó-. Ha sido divertido, pequeña, pero es hora de volver a casa.

– ¿Te veré de nuevo? -preguntó.

Una vez más, Santos se dio la vuelta para marcharse. Y una vez más, Glory lo detuvo.

– No.

– Tienes miedo -declaró la joven-. Huyes de mí.

– Eres demasiado joven, Glory Saint Germaine -declaró, mientras acariciaba su mejilla con tanta condescendencia como pudo-. Ha sido divertido, pero es hora de que vuelvas con tus papás.

– Estás aterrorizado.

– Escucha, no estoy huyendo de nada, y no…

– Estás huyendo. Un hombre tan crecido como tú no debería huir de una niña como yo -dijo con ironía.

Santos apretó los dientes. Estaba furioso. Furioso con ella por insistir; y furioso consigo por no saber resistirse.

– Mira, sólo eres una niña de dieciséis años que busca problemas. De modo que si estas buscando a alguien mayor que tú para echar un polvo te equivocas conmigo. ¿Está suficientemente claro?

Santos supo que la había herido, pero también supo que tenía muchos más arrestos de los que pensaba. Mantuvo su mirada y declaró:

– Eres un cerdo. ¿Te sientes mejor ahora? ¿Te sientes mejor sabiendo que controlas la situación? Qué gran hombre.

Glory no le dio la oportunidad de reaccionar. Se dio la vuelta en redondo y se alejó hacia el coche. Santos dudó un momento, pero la siguió.

La llamó varias veces, pero Glory no se detuvo. Al final no tuvo más remedio que detenerla.

– Por favor, déjame en paz -dijo ella.

Santos notó que había estado llorando, y en aquel momento sintió algo cálido y extraño que creía olvidado. Se maldijo por haber sido tan grosero.

– Lo siento. No debí ser tan…

– ¿Tan canalla?

– Sí, entre otras cosas peores.

Santos la miró fijamente, pero Glory no apartó la mirada. Una vez más, sintió cierto respeto por ella.

– Me presionaste demasiado -continuó él-. No me dejaste más opción. No deberías jugar con personas como yo, Glory. Debiste marcharte de inmediato.

– Yo no huyo nunca. Quiero volver a verte.

– Eres valiente, lo admito, pero estos asuntos son cosa de dos. Y soy demasiado mayor para ti.

– ¿Cuántos años tienes? -preguntó con exagerada inocencia-. ¿Cuarenta?

– Muy astuta. Sólo diecinueve.

– Oh, qué mayor -se burló.

Santos rió. De inmediato, siguieron paseando.

– De acuerdo, no soy tan mayor. Pero sí lo suficiente, y tú no. Además, entre tú y yo hay diferencias que exceden lo temporal.

Pero deja que te haga una pregunta…

– Adelante.

– ¿Por qué quieres verme de nuevo?

– ¿Por qué? -preguntó a su vez, sorprendida-. Porque sí.

– Eso no es contestación.

Glory frunció el ceño, incómoda.

– Bueno… eres muy atractivo, y además besas muy bien.

– Vaya, me abrumas -rió, más encantado de lo que le habría gustado.

Caminaron hacia el coche. Al cabo de un rato, Santos volvió a hablar.

– ¿En qué colegio estudias?

– En la academia de la Inmaculada Concepción.

– Estás bromeando.

– ¿Todas las chicas de tu colegio son como tú?

– No. Me enorgullezco de ser la chica más salvaje de aquel lugar. Al menos, en mi curso. Y estoy segura de que la hermana Marguerite estaría de acuerdo conmigo.

– ¿Te refieres a la directora?

– Sí, y creo que me odia.

Cuando llegaron al coche, Glory preguntó:

– ¿Quieres conducir?

– Por qué no. ¿Adónde vamos? ¿Al hotel?

– Si no te viene mal…

– No.

Permanecieron en silencio durante casi todo el trayecto. Santos la miraba de vez en cuando, y cada vez que lo hacía se arrepentía por ello. Cuando tuvieron el hotel a la vista, Glory preguntó de nuevo:

– ¿Te volveré a ver?

– No.

– ¿No puedo hacer nada para que cambies de opinión?

Santos pensó que podía hacerlo. Y eso lo asustó aún más.

– Lo siento.

– Me lo temía -suspiró-. En fin, déjame aquí mismo. Santos sonrió y la miró.

– Ha sido divertido, Glory.

La joven parecía tan decepcionada que no pudo evitar una carcajada.

– Oh, venga, no me digas que soy el primero que se resiste a tus encantos.

– El primero que se resiste y que me interesara de veras.

– Si te sirve de consuelo, tú también besas muy bien.

– ¿De verdad?

– De verdad.

– Entonces, ¿por qué no me besas de nuevo?

Santos miró hacia el hotel. El portero y el aparcacoches se encontraban en la entrada.

– ¿Aquí? ¿Delante de tus guardaespaldas?

– ¿Por qué no? Así tendrán algo de lo que hablar.

– Desde luego, eres todo un caso.

Santos la besó con apasionamiento y ella gimió, sensual. Segundos después se apartó, sobresaltado. El breve contacto lo había emocionado aún más que el largo beso anterior. Aquella mujer era puro fuego, y si no andaba con cuidado se consumiría en él.

Acarició su nariz con el índice y dijo:

– Gracias por el paseo.

El joven salió del coche y se dirigió hacia la parada de autobús.

– ¡Santos!

Víctor se detuvo y la miró.

– Nos veremos -sonrió Glory.

El la observó durante unos segundos. Estaba preciosa en el coche, con su oscuro cabello cayendo sobre sus hombros.

Estuvo a punto de ceder al momento de debilidad, pero al final se despidió con la mano.

– Adiós, Glory.

Entonces se dio la vuelta y se alejó. Esperaba no volver a verla en toda su vida.

Capítulo 24

Pasó todo un día antes de que Glory se diera cuenta de que no sabía nada sobre Santos, salvo su nombre. Pero no le extrañó demasiado. Había estado tan ocupada soñando con sus besos que no había tenido tiempo para nada más.

Hasta entonces no había conocido a nadie como él. Los otros chicos a los que había conocido, y besado, parecían niños inmaduros en comparación con él.

Sin duda alguna, le había robado el corazón. Y si no podía verlo de nuevo, se moriría. Tendría que encontrar un modo.

Cuando se aproximó el autobús en el que Liz llegaba todas las mañanas se animó mucho. No había podido llamarla la noche anterior. Al llegar a casa descubrió que sus padres se encontraban de un humor extraño. Su madre le preguntó por el lugar donde había estado, y ella contestó que había estado estudiando en la biblioteca, con Liz; respuesta que pareció satisfacerla.

Incluso eso resultó extraño. No conseguía satisfacer nunca a su madre, y sin embargo lo había logrado la noche anterior, por suerte. Sabía que si la hubiera presionado de algún modo habría descubierto que sucedía algo.

Glory decidió que debía tratarse del destino. Estaban destinados a estar juntos.

Por si fueran pocas cosas extrañas, su madre insistió en que fueran a cenar al hotel, y no dejó de hablar durante la comida.

Glory había notado que el comportamiento de su padre no era menos insólito. Bebió mucho menos de lo que en él era habitual y no dejaba de mirar a su esposa con algo parecido al afecto.

No sabía qué ocurría entre sus padres. Se habían pasado toda una semana sin dirigirse la palabra. Algo que no debía sorprenderle demasiado, teniendo en cuenta que sus discusiones se habían incrementado con el paso de los años. No obstante, siempre había existido algo profundo entre ellos.

Pero la última semana había resultado muy diferente. Cuando los miraba, se decía que su matrimonio estaba definitivamente acabado. Y ella se alegraba. Liz le había dicho que a su edad podría elegir con qué padre quedarse.

Por desgracia para ella, la noche anterior había dado al traste con todos sus sueños. Sus padres parecían más felices que en mucho tiempo.

En parte se enfadó con su padre. No comprendía qué veía en la bruja de su madre, ni de qué manera lo ataba a ella. Pero también sintió cierto alivio; estaban tan ocupados el uno con el otro que ella pudo dejarse llevar por sus ensoñaciones con Santos.

El autobús se detuvo en la parada. Un segundo más tarde, bajaba Liz.

– Hola, Glory, ¿qué tal estás? Anoche no me llamaste.

– Tengo que hablar contigo a solas. Es importante.

– ¿De qué se trata? -preguntó en voz baja-. ¿De tus padres?

– No vas a creerlo, Liz. He conocido a un chico increíble. Creo que estoy enamorada.

Liz se detuvo y miró a su amiga con asombro.

– ¿Enamorada? -repitió en un susurro-. ¿Quién es? ¿Dónde lo has conocido? ¡Tienes que contármelo todo!

Glory lo hizo. Le dio todo tipo de detalles acerca del encuentro en el hotel, de sus besos, e incluso de su aspecto físico.

– Te aseguro que he besado a muchos chicos, pero éste es diferente. Es especial -sentenció.