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Ella se giró y lo encaró alzando el mentón.

– ¿Y no sabes por qué?

Él hizo un gesto casi imperceptible.

– Quiero que me lo cuentes.

– ¿Por qué? Si lo sabes todo. ¿Cuánto tardaste en encontrar esos expedientes? ¿Cuatro, cinco días? Bonito trabajo -dijo, y la voz se le quebró.

– Me temo que no te queda más tiempo, Rowan -dijo, subiendo la voz-. Creo que ese tipo viene a por ti y yo no puedo protegerte si no sé contra quién estás luchando. Creo que tú lo sabes. Creo que sabes exactamente quién es el asesino de todas esas mujeres.

– Si lo supiera, te lo diría -dijo ella, boquiabierta ante sus palabras-. ¡No tengo ni puñetera idea de quién está detrás de todo esto! -Cerró los ojos y John observó cómo se esforzaba por recuperar su compostura. Le dieron ganas de acercarse a ella, de consolarla y mimarla.

Pero sabía que entonces se cerraría en banda. Aquella era la única manera.

– Convénceme -dijo. Se sentó en el borde de la cama y se cruzó de brazos.

Rowan abrió los ojos y se lo quedó mirando. Odiaba a John Flynn. Todos sus temores y todo ese dolor sepultado por tanto tiempo le embargaban el corazón. Estaba a punto de desmoronarse. ¿Así se sentía una cuando estaba a punto de perder la cordura? Como si un millón de kilos de presión empujaran desde dentro, amenazando con explotar.

La mandíbula le tembló y ella la endureció. Volvió a girarse hacia la ventana. A eso se reducía todo. Dijera lo que dijera Roger, a pesar de haberle asegurado en la última semana que los asesinatos no tenían nada que ver con su pasado, Rowan no podía sacudirse de encima la sensación de que alguien sabía lo de Dani. ¿Quién era? No tenía ni la menor idea. ¿Por qué? ¿Por qué habría de perseguirla ahora? ¿Después de tanto tiempo? ¿Quién era esa persona a quien ella había herido tanto y que ahora se había propuesto destruirla?

¿Acaso Roger estaba demasiado cerca de la situación como para verla con claridad? Ella había confiado tanto tiempo en su fortaleza y su sabiduría que ahora no se cuestionaba sus juicios. Roger había sido más que un padre, un mentor más importante que cualquiera de sus muchos compañeros. Ella lo amaba y confiaba en él. Pero ¿y si había pasado algo por alto? ¿Algo importante?

Miró a John por encima del hombro. Sabía lo de su padre, pero en sus ojos verde oscuro no veía ni lástima ni desprecio. Eran unos ojos curiosos, inquisidores.

Y comprensivos.

Quizá, sólo quizás, una tercera persona imparcial podría darle algún sentido a aquel asunto sin pies ni cabeza.

Cuando habló, le sorprendió la tranquilidad de su voz.

– Me cambié el nombre. No quería el nombre que me había dado mi padre. No quería su nombre. -Vio el reflejo de John en el vidrio, y se sintió incapaz de escapar a esos ojos penetrantes. Sin embargo, de alguna manera aquello le aliviaba, y entonces hizo acopio de la energía que le quedaba para contar su historia, un pasado que había permanecido sepultado veintitrés años-. Yo tenía diez años -empezó, y su voz sonaba ajena, distante, plana-. Era tarde, pasadas las once de la noche. Yo miraba el show de Johnny Carson en la tele de la habitación de mis padres. Algo me despertó.

Saltó de la cama con el corazón acelerado. ¿Qué era eso? ¿Qué era ese ruido?

Otra vez. Un grito de dolor.

Se acercó rápidamente a la cama del bebé en un rincón, buscó a Dani entre todos los animales de peluche. Ahí estaba, entre Winnie-the-Pooh y su enorme jirafa.

– Empecé a bajar las escaleras y oí que mi padre decía: «¡No puedo confiar en ti! ¡No puedo confiar en ti!» Mi madre gritó.

– ¡No puedo confiar en ti!

– Robert, ¡no, por favor! ¡Los niños!

Y entonces gritó, pero fue un grito apagado. El sonido del silencio fue aún peor. Y luego, gemidos y un grito de su padre que no era un grito humano. Golpes, un grito, un portazo.

– ¡Beth! ¡Beth! ¡Dios mío, Beth!

– Yo no quería seguir las voces, pero era un impulso más fuerte que yo. Estaban en la cocina.

Las paredes blancas estaban rojas, y los hilillos de sangre corrían por la superficie lisa de la pintura. Un arco de sangre manchaba las cortinas de cuadros azules y blancos de Mamá, las cortinas nuevas que había cosido hacía un mes.

– Mi padre no me vio. Tenía un cuchillo en la mano, y estaba manchado de sangre. Estaba empapado en sangre y, por un momento, creí que se había hecho daño.

»Y entonces vi a Mamá.

Ella tenía un brazo que le tapaba la cara, y su camisón de dormir estaba todo teñido de rojo. Estaba mojado y la sangre manaba de su cuerpo. Un ojo azul la miraba. El otro había desaparecido. Su mamá ya no estaba. Mamá estaba muerta.

– Yo grité, pero mi padre no me oyó. Soltó el cuchillo y cogió a Mamá en sus brazos y empezó a mecerla como un bebé. Pero yo sentía que él ya no estaba allí. Era como si se hubiera ido. Tenía una mirada vacía, oscura.

»Y entonces entró él.

– ¿Quién? -preguntó John, pero su voz sonaba muy distante.

– Bobby, mi hermano, era el mayor. Tenía dieciocho años.

Bobby se quedó parado en la puerta mirando con una expresión rara. Casi sonreía. La miró a ella y frunció el ceño.

– Tú. Estoy hasta el culo de ti, desde el primer día. Ahora te toca a ti.

– Bobby cogió el cuchillo que había soltado mi padre. Me dijo que corriera.

– Corre, putilla. Que ya te cogeré. Cuando me haya ocupado de los demás. Morirán uno tras otro, y después iré a por ti.

– Salí corriendo -dijo Rowan, y la voz se le quebró. Recordó con toda su crudeza el dolor que le había atenazado el pecho.

¡Vete! ¡Sal de aquí! Ella salió disparada hacia la puerta.

– No podía salir de la casa. No sin Dani y Peter. ¿Cómo podía dejarlos morir? Pasé corriendo por la puerta de la entrada justo cuando escuché que el cerrojo se abría. Melanie y Rachel habían ido al cine, y en ese momento volvían a casa. Les grité que escaparan, pero creo que de mi boca no salió ni un sonido.

¡Llamad a la policía! ¡Por favor! ¡Iros de aquí! ¿Era ella la que había hablado? No lo sabía, pero la puerta se abrió y ahí estaba Bobby, justo detrás. Y entonces sí que gritó.

– ¿Lily? -dijo Rachel, y se quedó boquiabierta cuando vio que Bobby se lanzaba contra ella cuchillo en mano. No tuvo tiempo de gritar, pero Mel sí que lo tuvo.

– Acuchilló a Rachel y a Mel en el vestíbulo. Una y otra vez, y yo lo vi todo. Era como si no pudiera moverme. Y luego me miró, él abajo y yo arriba de las escaleras.

– Qué excitante, Lily, ¿no te parece? -Bobby respiraba con dificultad, cubierto de sangre, y volvió a hundir el cuchillo en el cuerpo de Rachel y lo dejó ahí clavado. Cruzó en dirección al armario del salón y ella supo que iba a por la escopeta de Papá. Se dio media vuelta y echó a correr por el pasillo.

– Tenía un arma. Peter acababa de salir de su habitación y estaba en el pasillo, temblando. Lo cogí y entré en mi habitación para coger a Dani. Yo lloraba, no podía parar de llorar y los tres nos metimos en la habitación de mamá.

Giró la llave de la puerta, pero temía que Bobby entrara.

– Lily, ¿qué está pasando? -preguntó Peter, con voz temblorosa.

– ¡Entra en el armario! ¡Coge a Dani! -le ordenó ella.

– Cogí el teléfono y llamé al novecientos once. Esperé y esperé y al final alguien contestó. Pero ya oía a Bobby que se acercaba por el pasillo. Reía, pero no era una risa.

– Nueve-uno-uno. ¿Se trata de una emergencia?

– Mm… mi mamá ha muerto. Pa… papá. Bo… Bobby tiene un arma. -No podía dejar de balbucear, y se odió por ello.

– No cuelgues. ¿Ahora mismo, estás en peligro?

– ¡Sí!

Se oyó una descarga de escopeta en el pasillo y otra carcajada de Bobby. Ella gritó y soltó el teléfono.

– Entré en el armario con Peter y Dani e intenté que no hicieran ruido, pero yo lloraba y sabía que la policía no llegaría a tiempo. Rezamos juntos, Peter y yo, y yo sostenía a Dani entre los dos.

Más disparos, y la puerta de la habitación se abrió de golpe.

– Sé que estás aquí dentro, Lily, putilla. Te crees tan lista. Ya he visto cómo me miras. Pues, ahora seré yo el que ríe último. -Se escuchó otro disparo, y otro, y otro…

Rowan se giró y se quedó mirando a John. Tenía el rostro bañado en lágrimas. Se las secó con la mano con un gesto de impaciencia.

– Oí las sirenas y los disparos cesaron. No sé adónde se fue Bobby, pero después Roger me contó que había saltado por la ventana de una habitación para escapar. Lo cogieron al final de la calle y lo detuvieron. También detuvieron a papá, pero él ya se había ido. En su cabeza ya estaba muerto.

Cerró los ojos y se imaginó a Dani. Su hermanita pequeña, tan hermosa.

– No me enteré de que Dani había muerto hasta que llegó la ambulancia y me la quitaron de los brazos. Le había dado una bala y había muerto en el acto. Yo creía que el líquido tibio que nos bañaba eran nuestras lágrimas. Era su sangre. Me había empapado.

No oyó a John levantarse, pero de pronto él la cogió en sus brazos y le acarició el pelo. Ella se hundió en él, aferrándose a su espalda, alimentándose de su fuerza.

Y luego sintió que él la levantaba en el aire. John la llevó hasta una silla grande en un rincón y la sentó sobre sus rodillas. Ella se apoyó en él, con la cabeza en el hombro y se sintió algo más tranquila.

– ¿Qué pasó con Peter? -preguntó John, con voz queda.

– Fue adoptado por una familia maravillosa en Boston. Ahora es sacerdote. Nos mantenemos en contacto, pero nadie sabe de él. Nadie sabe que es mi hermano.

– ¿No teníais a nadie más en la familia? ¿Nadie que se ocupara de vosotros?

Rowan se dio cuenta de que aquel rechazo seguía vivo en ella cuando reanudó su relato con voz más calmada.

– Mi madre tenía una hermana. La tía Karen. Vino a… vino a vernos, a Peter y a mí. No quiso acogernos. Ella… en fin, éramos hijos de él. Y él había matado a nuestra madre, a su hermana. No podía perdonarnos por ello.

– Pero ¡si erais unos críos!

– Y luego mis abuelos, los padres de mi padre. Eran mayores. Más de sesenta años. Ahora están muertos. Lo intentaron, pero no podían cuidar de nosotros. -Rowan respiró hondo-. Yo tenía pesadillas. Peter no quería, o no podía hablar. Ellos no sabían cómo ayudarnos.