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Grady miró por la ventana a la calle.

– Tal vez alguien de las casas contiguas vio lo que pasó.

– Lo estamos investigando -dijo una voz ronca.

Me di la vuelta y vi a un detective que no conocía. Tenía el físico de un jugador de rugby y vestía un traje azul marino con camisa blanca y una corbata de poliéster.

– Soy el teniente Azzic -dijo, y extendió una mano con la típica sonrisa de policía. Tenía una cara ancha, eslava, con ojos castaños curiosamente rasgados hacia arriba-. Frank Azzic.

Le di la mano.

– -Bennie Rosato.

– -Sé quién es usted. El cordón policial está allí por una razón, señorita Rosato. Esta es mi escena del crimen.

– -También es mi bufete jurídico.

Su sonrisa se esfumó.

– Ya sé que usted no siente mucho respeto por la policía, pero nosotros tenemos nuestras propias normas y las tenemos por alguna razón.

– -No me dé la murga, teniente, ahora no. No tengo ningún problema con la policía cuando hace cumplir las leyes. Cuando se quedan con objetos robados es cuando pierdo el sentido del humor.

– Soy Grady Wells -dijo Grady interponiéndose prácticamente entre los dos-. Represento a la señorita Rosato en esta investigación. Ella tiene muchas ganas de ayudarles a descubrir al asesino de su socio.

Azzic replicó de mala manera:

– ¿Por eso violó el cordón policial y entró en la escena del crimen? En la mayoría de los casos, se encuentran pruebas físicas en la escena del crimen. Ella puede alterar las pistas, dejar caer fibras o pelos e incluso destruir pruebas.

No me gustó nada la insinuación.

– Vamos al grano, teniente. Sé que la policía piensa que maté a mi socio, lo cual es absurdo.

Se dirigió a mí con toda la calma del mundo.

– Tal vez lo sea. ¿Dónde estaba usted anoche después de las veintitrés horas?

– Teniente -le interrumpió Grady-, en este preciso momento le aconsejo a mi representada que no conteste a esa pregunta. Y si ella ya está bajo arresto, usted no le ha leído sus derechos.

El teniente Azzic lanzó una risita.

– Calma, muchacho. Aquí no veo ninguna situación; de arresto. Solo le estoy haciendo un par de preguntas. Tal vez podamos evitar aquí y ahora el viaje a la; central.

Lo dudé, pero contesté de cualquier manera. j

– Estaba remando.

– -¿Remando? --Levantó sus cejas ralas y pareció más, sorprendido de lo que puede estar un detective de homicidios-. ¿En un bote?

– Sí, un skull.

– -¿De noche? ¿En la oscuridad?

– -Me gusta remar de noche. Es la única hora en que puedo hacerlo. --Grady se movía a mi lado, visiblemente disgustado.

– -¿La vio alguien?

– -No, que yo sepa.

– -¿Cómo llegó a la caseta de botes?

– -Caminando.

– -Teniente --dijo Grady--, creo que estas preguntas son innecesarias. ¿Es esa toda la información que necesita?

El policía se cruzó de brazos.

– -No, considero que debemos continuar este interrogatorio en la central de policía.

– ¿A qué hora? -replicó Grady, y si estaba contrariado no lo demostró.

– Dentro de una hora más o menos. Denos algo de tiempo para reunir los papeles. Tengo que conseguir un original del testamento del señor Biscardi.

– -¿El testamento? -pregunté, y Grady me lanzó una mirada que significaba: «Deja esto en mis manos».

El teniente Azzic me miró moviendo la cabeza de arriba abajo.

– -¿No sabía usted que el señor Biscardi había hecho testamento, señorita Rosato? ¿No era él su amigo y su socio?

Grady me lanzó otra mirada de advertencia.

– Por favor, no contestes, Bennie. Me gustaría ver ese documento, teniente.

Me callé. Traté de recuperar la calma. Mark, asesinado. Yo, sospechosa. Era previsible que Mark hubiera hecho testamento, pero nunca habíamos hablado de ello. En realidad, nunca lo pensé. Era un hombre joven. De repente, noté una señal de alarma.

El teniente Azzic metió la mano en un bolsillo y sacó un montón de documentos, que pasó a Grady.

– Hice estas copias antes de llevármelo. El testamento está fechado el 11 de julio de hace tres años, pero supongo que usted no lo sabía, señorita Rosato.

No recogí el guante, pero vi los ojos tensos de Grady mientras leía. Había unas diez páginas, pero las hojeó rápidamente. Su rostro permaneció impasible cuando terminó de leer y devolvió los papeles al teniente Azzic.

– Gracias -dijo.

– Interesante, ¿verdad? -dijo el teniente mirándome a mí y no a Grady.

Grady me llevó hacia la puerta.

– Nos veremos en la central, teniente.

– ¿Qué decía? -susurré cuando llegamos al recibidor. Estaba a punto de contestarme cuando al girar casi nos llevamos por delante a Eve Eberlein.

– ¡Oh! -Retrocedió como si se sorprendiera. Era obvio que había estado llorando; tenía los ojos hinchados y no iba maquillada. Tenía el pelo corto enredado y el vestido blanco, arrugado-. ¿Qué ha pasado, Bennie? ¿Qué ha pasado? -dijo con voz dolorida y confusa.

Yo sabía muy bien cómo se sentía. Tuve un retortijón en el estómago. Compartíamos la misma pérdida.

– -No lo sé --contesté antes de que Grady me cogiera del brazo y prácticamente me arrastrara por el pasillo.

– -Lo siento, Eve -dijo Grady--. Adiós, cuídate.

Eché una última mirada a Eve. Estaba hecha una piltrafa, apoyada contra la pared. Detrás de ella, al fondo del pasillo, estaba el teniente Azzic. Me observaba mientras encendía un cigarrillo delante del despacho de Mark y soltaba una bocanada de humo. Entrecerró los ojos por el humo; tenía una expresión sombría y suspicaz.

¿Qué sabía él? ¿Qué había en el testamento de Mark?