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Wu del sexto rango estaba en el sanatorio en Fujimi, hacia el oeste del Monte Fuji. Después de cada sesión en Hakone, Sunada del Nichinichi iba a Fujimi para oír sus comentarios. Me gustaría incluirlos adecuadamente en mis artículos. El Nichinichi lo había elegido, pues él y Otake era dignos de confianza entre los jóvenes jugadores, fuertes competidores en talento y popularidad.

Se había excedido con el Go y había caído enfermo. Y la guerra con China lo había entristecido profundamente. Había escrito cierta vez en un ensayo sobre cuánto anhelaba una paz pronta y el día en que los hombres chinos y japoneses más exquisitos pudieran navegar juntos por el bello lago T'ai. Durante su enfermedad en Fujimi estudiaba obras como El Libro de la Historia , El Espejo de los Inmortales y Los Mejores Textos de Lu Tsu . Se había nacionalizado ciudadano japonés, y había adoptado Kuré Izumi como su nombre japonés.

Aunque las clases ya habían terminado cuando yo regresé de Hakone a Karuizawa, ese lugar de veraneo internacional estaba colmado de estudiantes. Se oían disparos. Grupos de estudiantes reservistas se entrenaban. Muchos de mis conocidos del mundo literario habían ido con el ejército y la marina a observar el ataque a Hankow. No me habían invitado a ese acontecimiento. Escribí en el Nichinichi artículos sobre la popularidad del Go en tiempos de guerra, sobre su práctica en los campamentos de campaña, sobre la cercanía entre el Camino del Guerrero y este arte, por compartir ambos un elemento religioso.

Sunada llegó a Karuizawa el 18 de agosto y tomamos el tren de la línea de Komi hacia Komoro. Uno de los pasajeros informó que en las alturas de los alrededores del Monte Yatsugataké, un gran número de ciempiés habían emergido de noche para refrescarse, en tal cantidad que las ruedas del tren giraban como si las vías hubieran sido engrasadas. Pasamos la noche en las aguas termales de Saginoyu en Kamisuwa y a la mañana siguiente partimos a Fujimi.

La habitación de Wu estaba sobre la entrada. En un rincón había dos tatami . Ilustraba sus observaciones con pequeñas piedras sobre un pequeño tablero de madera que estaba apoyado sobre un almohadoncito y un atril de madera plegadizo.

Había sido en 1932 en la posada Dankoen en Ito, donde Naoki Sanjugo y yo lo vimos jugar con una ventaja de dos piedras. Hacía seis años, con un kimono azul oscuro moteado de blanco y de mangas cortas, con sus dedos largos y delgados, con la piel fresca en la nuca, tenía el aire de una elegante y sensible muchacha. Ahora cultivaba el modo de un joven monje. La forma de la cabeza y las orejas y, en verdad, de cada uno de sus rasgos sugerían aristocracia, y pocos hombres me han producido más claramente la impresión de un don.

Sus comentarios se deslizaban libremente, si bien ocasionalmente se detenía, con la barbilla en la mano, y meditaba durante unos instantes. Las hojas del castaño brillaban bajo la lluvia. Cómo caracterizaría en general el juego, le pregunté.

– Muy delicado. Se va a volver algo muy compacto.

Como había sido suspendido casi al promediar, y siendo nada menos que el propio Maestro un contrincante, para otro jugador era difícil predecir el desenlace. Pero lo que yo deseaba eran comentarios sobre el modo de jugar que brindaran una impresión sobre el espíritu y el estilo: un juicio sobre el juego como una obra de arte.

– Magnífico -me dijo-. En una palabra, es un juego importante para ambos, y los dos están jugando cuidadosamente. Dedican a cada jugada una profunda reflexión. No veo ningún error o descuido por parte de ninguno. No es frecuente poder disfrutar de un juego como éste. Creo que es algo espléndido.

– Oh -le repliqué un poco molesto-. Veo que Negro está desarrollando un juego hermético. ¿Blanco también?

– Sí, el Maestro juega con extrema cautela, muy hermético. Si una de las partes juega de ese modo la otra también debe hacerlo, o sus posiciones se desmoronarían. Tienen mucho tiempo y es un juego muy importante.

Era una opinión insípida, inofensiva, y la apreciación que yo estaba deseando no surgía. Tal vez había sido hasta una imprudencia de su parte atreverse a describir el juego como compacto.

Pero como yo me encontraba en un estado de gran excitación sobre el juego y había analizado todas sus fases iniciales, esperaba algo más profundo, algo más espiritualmente emocionante.

Saito Ryutaro, de la revista Bungei Shunju , estaba convaleciente en una posada cercana. Nos detuvimos para visitarlo. Hasta hacía poco habían sido vecinos de habitación con Wu.

– Algunas veces, en medio de la noche, cuando todos dormían, escuchaba el golpeteo de las piedras. Era, por cierto, un poco espeluznante. -Y destacó la extraordinaria dignidad con la que Wu acompañaba a sus visitas hasta la puerta.

Poco después del certamen de despedida del Maestro, fui invitado junto con Wu a las termas de Shimogamo al sur de Izu, y corroboré sus sueños con el Go. Algunas veces, según me contaron, un jugador descubre una jugada brillante en sueños. Otras recuerda una parte de una figura al despertarse.

– A menudo, cuando estoy ante el tablero, tengo la sensación de que he visto el juego antes, y me pregunto si no ha sido en sueños.

En sus sueños su adversario más persistente, dijo Wu, era Otake del séptimo rango.