El campeonato de Go del 38, entonces, tiene una dimensión evidentemente alegórica, y el último campeonato es también símbolo de la batalla entre la tradición y la modernización, entre los valores de respeto por la antigüedad y los de la competencia abierta, entre el Go como arte y el "ajedrez del Oriente" como deporte. Cuando salen del encierro, el verano habrá cedido al invierno cruel, y el Maestro habrá perdido. También, lo habrá hecho la tradición. "Del camino del Go, la belleza de Japón y del Oriente se habían desvanecido. […] Uno conducía el enfrentamiento con la única meta de ganar, y no había margen para recordar la dignidad y la fragancia del Go como arte".
Poco más de un año más tarde, el Maestro Shusai falleció. El narrador de la novela, el que relata para el diario los detalles del campeonato, también es el que saca las fotografías del muerto. Como un Caronte que ayuda en el cruce desde este mundo al más allá, realiza una labor de luto que es, a su vez, reconocimiento y despedida, que es elegía. El Maestro "representaba desde el principio el martirio por el arte. Era como si la vida de Shusai, Maestro de Go, hubiera llegado a su fin, al igual que su arte, con ese último juego".
Por otra parte, Kawabata describe al rival -"Otake" en la ficción y Minoru Kitani en la realidad- como "un hombre de treinta años que era un cautivo del Go pero no todavía su víctima", y esta frase echa luz sobre una reflexión más profunda sobre el Go y sobre el arte en sí. Kawabata nos hace conscientes del goce y del sacrificio que implica todo arte, a diferencia de una ciencia o una gimnasia: por eso, acaso, Shusai es "el Maestro" y Otake será tan sólo "el campeón". En el rostro del Maestro, Kawabata percibe "el extremo de la tragedia, de un hombre tan disciplinado por su arte que se había perdido lo mejor de la realidad" y ahí están la belleza y la tragedia del que se entrega por completo a su arte. El Maestro es "el símbolo del Go mismo" en su instancia más evolucionada.
Kawabata lamenta el hecho de que el momento histórico desplaza la tradición que encarna el Maestro a favor de otra mentalidad con otros valores y otra prioridades, como él dice: "un racionalismo que de alguna manera no comprendía el verdadero sentido de las cosas". Más adelante aclara la necesidad de aceptar ese tipo de transiciones, pero con vista a ciclos más largos en el tiempo: "Así es el camino del destino con los talentos humanos, en el individuo y en la raza. Hay cantidad de ejemplos… que brillaron alguna vez en el pasado y que se han desvanecido en el presente, que han sido oscurecidos a lo largo de todos los tiempos y también en el presente, pero que brillarán en el futuro". Y Kawabata usa su propio arte para devolverle al Maestro de Go la posibilidad de tal resucitación: escribe las 64 entregas al diario durante el partido, entre junio y diciembre del 1938. El Maestro muere en 1940: "podría decirse que, finalmente, junto con el juego se apagó la vida del Maestro", y Kawabata está presente para dar sus condolencias. Luego, a pedido de la viuda, le toma una serie de fotografías para que ella pueda elegir la que irá junto a la urna con las cenizas. Los pasajes, en esta crónica novelada, que tratan los minutos y las pequeñas tareas de aquella extraña intimidad están llenos de fuerza y de misterio: Kawabata demuestra delicadeza poética y, al mismo tiempo, un impulso perseverante y penetrante de acercarse, a través de la lente de la literatura, a la experiencia más extrema que aguarda al ser humano: la de la muerte. Como es de esperar, Kawabata elimina la tragedia de aquel momento: hace del cuerpo un cadáver, y de la despedida un ritual normal y útil. Por otro lado, embellece la figura del Maestro en el recuerdo, y evoca el espíritu del que deja el legado de un arte, o mejor dicho, de una sensibilidad y una actitud artística frente a la vida y frente a cada acción.
Yasunari Kawabata nació en Osaka, Japón, el 11 de junio de 1899 en el seno de una familia culta y adinerada. Su padre era un exitoso médico de renombre. Pero cuando Kawabata tenía tan sólo tres años, falleció su padre, y al año siguiente, su madre. El niño fue a vivir con sus abuelos paternos, pero cuando tenía 8 años murió su abuela, seguida en 1914 por su abuelo. Entonces, a los 15 años, el chico quedó huérfano. Fue a vivir con parientes del lado materno de la familia en Tokio, primero con ganas de estudiar pintura, y luego, ya en el secundario, con sus primeras producciones literarias.
Desde edades muy impresionables, tuvo que enfrentar casi constantemente la muerte de un familiar del que dependía. En general se piensa que estas experiencias dejan sus huellas en la mente del escritor, cuya obra ciertamente contempla el problema de la mortalidad, lo efímero de la existencia, y la condición fundamental de soledad, que es la base imperiosa e inevitable de la vida de todo ser humano.
Se puede decir que sus obras son elegías de la vida. Y en ese sentido también se puede entender cómo este escritor -junto con Mishima, el más importante que surge en la posguerra- hace un trabajo valiosísimo al rescatar no sólo la tradición japonesa que se desvanece en el proceso histórico de la modernización y la occidentalización, sino también al recuperar la posibilidad de hacer arte aun frente a las experiencias trágicas. Kawabata dijo, por ejemplo, que después del 45 sólo podían escribirse elegías. Pero después de la guerra -durante la cual se había autoexiliado y mantenido en silencio, quedándose sin escribir y volcándose al estudio de las obras clásicas del siglo XI- escribió sus novelas más importantes: Camino de nieve (1948), Mil grullas (1949) y El sonido de la montaña (1949-1954). La mayor parte de la elaboración de esta pequeña novela-El Maestro de Go- también se publicó en aquel período, pues la había comenzado en 1942 pero recién en 1954 la llegó a terminar.
Estas novelas (traducidas al castellano y publicadas por Emecé Editores en Argentina) demuestran el estilo propio, ya refinado y maduro, de este autor: el de los episodios cortos y líricos, sugerentes. Camino de nieve retrata el vínculo amoroso y la brecha espiritual entre una geisha que vive en la zona rural y un hombre vacío que viene de la Capital para verla. Los dos ejemplifican un cierto tipo de soledad, y al final ambos deben reconocer la imposibilidad de su amor. Mil grullas , una obra larga y rica pero inconclusa, representa las complicaciones entre las generaciones de una familia durante la posguerra. Como trasfondo sugerente para estas acciones, aparecen los rituales y los objetos de la ceremonia del té, como evocación de un pasado que se ha problematizado en el presente. El sonido de la montaña es considerada una de las mejores en la carrera de Kawabata: cuenta la historia de un hombre ya anciano y cerca de su muerte, que enfrenta las dificultades de sus hijos y llega así a reflexionar sobre la trayectoria de su propia vida. Es tanto una meditación sobre el fin de la vida individual como también una mirada sobre la condición de la familia en el Japón de la posguerra.
Kawabata ganó el Premio Nobel en 1968; fue el primer japonés en recibirlo, y el Comité destacó cómo su escritura -tanto en el contenido como en el estilo- ejemplificaba la mente japonesa. Las novelas mencionadas muestran cómo este autor, a través del arte y a través de técnicas tradicionales y vanguardistas, embellece la muerte y las pérdidas graves en la vida al mismo tiempo que elogia el deseo amoroso y la hermosura. Con pequeños gestos en el estilo como también con la profunda honestidad de los personajes, nos recuerda que dentro de lo efímero está también la felicidad y que el placer del deseo supera el de la satisfacción. Así su obra combina las antiguas formas japonesas con tendencias modernistas en yuxtaposiciones que invitan a la reflexión.
Esta técnica se puede ver en El Maestro de Go también: Kawabata crea una figura del Maestro Shusai, no tanto para representar el individuo histórico, sino para evocar y poner en acción aquella sensibilidad que simbolizaba, que era la opuesta a la del adversario moderno y racional. Es así que la belleza más pura lo acompañaba: "una fragancia, un resplandor se desprendían de ella".
Ésa es también la sensación al terminar de leer este libro: uno siente una resonancia que continúa, que indica algo más, que nos hace una sugerencia. El último gesto es el de entregarle flores frescas a la viuda del Maestro, justo antes de que parta el coche fúnebre. Este gesto contiene la conciencia de la muerte -"Basta. No lo soporto. No me gusta que la gente muera"- y la vida que sigue, que expresa su frescura a pesar de todo, que se dinamiza en el dar y el recibir de un ramo de flores en un día invernal y fúnebre. Ése es el primer pensamiento, y tal vez el segundo, que no desplaza al primero sino que de pronto agrega su voz, su resonancia y su peculiar belleza: las flores, por más frescas que sean, aun así no dejan de expresar lo efímero. Un ramo de flores, en un día invernal y fúnebre. El primer día de la nueva tradición racionalista en el Go. Y el primer día de recordar al Maestro.
ANNA KAZUMI STAHL