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Que el Maestro se volviera imponente al sentarse ante el tablero de Go se debía, por supuesto, al poder y prestigio de su arte, recompensa a su larga práctica y disciplina; pero su tronco era desproporcionadamente largo. Tenía asimismo una cara alargada, de facciones muy marcadas. La mandíbula era inusualmente pronunciada. Rasgos que se evidenciaban en las fotografías que le tomé después de su muerte.
Sentí una creciente aprensión durante los días que demoraba el revelado. Siempre encargaba el trabajo en el estudio de fotos Ninomiya, en Kudan. Al entregar el rollo expliqué de qué se trataba, y pedí que lo hicieran con especial cuidado.
Después del Festival Koyo regresé a casa por un tiempo y luego fui nuevamente a Atami. Le dejé a mi mujer estrictas instrucciones para que si las fotografías del rostro del finado eran entregadas en Kamakura, ella las enviara de inmediato al restaurante Juraku, en Atami, y le pedí que no las mirara ni permitiera a nadie verlas. Había decidido que si mis fotografías de aficionado no favorecían al Maestro, éstas no fueran vistas por nadie ni se hablara de ellas a fin de no ofender su memoria. Había decidido que si eran malas las quemaría sin mostrarlas a su mujer ni a sus discípulos. Era factible que yo hubiera fallado, pues el obturador de mi cámara no funcionaba bien.
Había ido hasta el teléfono por un llamado de mi mujer en el momento en que, junto con otros participantes del Festival Koyo, almorzaba un sukiyaki de pavo en el pomar de ciruelos. Me decía ella que la viuda quería que yo tomara fotografías del muerto. Tras mi visita de la mañana, se me había ocurrido que, si la viuda deseaba fotografías o una máscara mortuoria, yo mismo asumiría la responsabilidad por las tomas, y le había pedido a mi mujer -que más tarde llamaría para dar sus condolencias- que transmitiera esta intención. La viuda respondió que no deseaba una máscara mortuoria, pero que agradecía unas fotografías.
Sin embargo, llegado el momento, perdí confianza. Era una pesada tarea la que me había asignado. Y como el obturador de mi cámara tenía problemas, los riesgos de fallar eran grandes. Al recordar que había un fotógrafo que había sido especialmente contratado desde Tokio para cubrir el festival, le pedí que fotografiara al Maestro. La viuda y los otros tal vez se molestarían de presentarles yo intempestivamente a alguien que no había tenido relación con el Maestro, pero lo cierto era que las fotografías serían mucho mejores que las que yo mismo pudiera tomar. En cambio, las objeciones vinieron de parte de los organizadores del festival: ellos habían llevado al hombre para el festival, y causaría muchos inconvenientes enviarlo a otra parte. Por supuesto que tenían razón. Los sentimientos que yo guardaba hacia el Maestro me pertenecían sólo a mí, y yo estaba conduciéndome sin quererlo de un modo desconsiderado hacia los participantes del festival. Le pedí al fotógrafo que revisara mi cámara. Me dijo que accionara el tiempo y manejara manualmente el obturador. Me puso un rollo nuevo. Y partí en taxi hacia la posada Urokoya.
Las persianas estaban cerradas en la habitación donde yacía el cuerpo, pero la luz estaba encendida. La viuda y su hermano menor entraron conmigo.
– ¿Demasiado oscuro?-preguntó éste-. ¿Mejor abrimos las puertas?
Hice unas diez tomas. Tuve cuidado de que no se trabara el obturador, e intenté con la técnica de usarlo manualmente. Me habría gustado hacer tomas de todos los lados y ángulos, pero por respeto hacia el finado no podía desplazarme por la habitación. De modo que hice todas las tomas arrodillado, desde una sola posición.
Ahora me llegaban desde mi casa de Kamakura. Mi mujer había escrito en el reverso del sobre: "Acaban de mandarlas de la casa Ninomiya. No las he abierto. Estarás en la ceremonia del templo a eso de las cinco del día 4". Este mensaje se refería a los ritos de primavera en el templo Hachiman, en Kamakura. Los escritores de Kamakura nacidos bajo el signo del zodíaco correspondiente a ese año debían participar del exorcismo [5] .
Rasgué el sobre, y de inmediato quedé fascinado con el rostro del muerto. Las fotografías eran espléndidas. Parecían las de un hombre dormido, y al mismo tiempo tenían la paz de la muerte.
Yo me había arrodillado al lado del Maestro yacente, de modo que lo veía desde un ángulo. La ausencia de una almohada era señal de muerte, y la cara estaba levemente lanzada hacia atrás, así que la potente mandíbula y la boca grande, imperceptiblemente entreabierta, se destacaban aún más. La poderosa nariz se veía incluso casi opresivamente grande. En los pliegues de los ojos cerrados y en la frente, pesadamente oscurecida, se revelaba una profunda pena.
La luz a través de las persianas llegaba desde los pies, y la luz del techo caía sobre la parte inferior de la cara; y, como la cabeza estaba levemente dirigida hacia atrás, la frente quedaba en la sombra. La luz daba desde la mandíbula sobre las mejillas, y de allí sobre el nacimiento de las cejas y los ojos huecos hasta el puente de la nariz. Viéndolo más de cerca, observé que el labio inferior estaba en la sombra, y que el superior estaba iluminado, y que entre ambos, en la oscuridad profunda de la boca, podía verse un solo diente superior. Unos pelos canosos resaltaban en el bigote ralo. Había dos lunares importantes en la mejilla derecha, la más alejada de la cámara. Había captado las sombras y el relieve de las venas en las sienes y la frente. Unas arrugas horizontales surcaban la frente. Sólo un mechón del cabello cortado casi al ras recibía algo de luz. El cabello era rígido y grueso.