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La primera señal de que la mujer del Maestro estaba preocupada por su salud se reveló el 21 de julio, el día de la tercera sesión en Hakone.

– Ha sentido dolores aquí -dijo, llevándose la mano al pecho. Desde la primavera había estado consciente él de su problema.

Había perdido el apetito. El día anterior no había desayunado, y sólo había almorzado una rodaja de pan tostado y un vaso de leche.

Durante la tercera sesión me di cuenta de la crispación de las mejillas que se hundían sobre las prominentes mandíbulas, y pensé que el calor lo estaba afectando.

Ese año siguió lloviendo tras la fecha que marcaba el fin de la temporada de lluvias, y el verano tardaba en llegar. Entonces, antes del 20 de julio, cuando el calendario anunciaba la llegada del verano, repentinamente se presentó el calor. El 21 de julio una pesada bruma cubrió el Monte Myojo. El jardín estaba sofocante y silencioso. Una mariposa negra con cola partida revoloteó entre los lirios rojos, unos quince o dieciséis, que estaban por el corredor. Hasta la bandada de cuervos que graznaban en el jardín parecían acalorados. Todos, incluidos los empleados, se abanicaban. Era la primera sesión inaguantablemente calurosa desde el inicio del certamen.

– Terrible -dijo Otake, secándose la frente y el cabello con una pequeña toalla-. Y también el Go es algo terrible.

Hasta Hakone hemos llegado, hemos llegado

Hasta lo más empinado… [16] .

Sin contar el tiempo del almuerzo, Otake se había tomado tres horas y treinta y cinco minutos para la jugada Negro 59.

El Maestro, con su mano derecha tras sí y con la izquierda sobre un apoyabrazos, se abanicaba distraídamente con esta última. Cada tanto miraba hacia el jardín. Se lo veía sereno y muy cómodo. Yo podía sentirme crispado al estar con el joven Otake, pero la fuerza del Maestro era algo calmo, con un centro muy lejano.

Sin embargo, había gotas de grasosa transpiración sobre su cara. De pronto levantó ambas manos y presionó sus mejillas.

– Debe de estar espantoso en Tokio.

Su boca permaneció abierta por unos instantes, como si recordara el calor de otros tiempos, en un lugar lejano.

– Sí -dijo Onoda-. Empezó a hacer calor de repente, inmediatamente después que fuimos al lago.

Onoda acababa de llegar de Tokio. El diecisiete, el día posterior a la anterior sesión, el Maestro, Otake y Onoda habían ido a pescar al lago Ashi. Tres movimientos se sucedieron inevitablemente cuando, tras una prolongada deliberación, Otake jugó Negro 59. Las piedras hacían eco una a la otra. La situación en la parte superior del tablero había quedado estabilizada por el momento. La siguiente jugada de Negro era complicada y amplio el arco de posibilidades, pero Otake se volvió a la parte inferior del tablero y jugó Negro 63 tras sólo un instante de reflexión. Lo había planeado, parecía, y se había lanzado a su siguiente asalto, algo arriesgado como correspondía a su tipo de juego. Habiendo despachado un espía hacia las fuerzas de Blanco que estaban en la parte inferior, volvió a la parte superior del tablero. Había agresiva impaciencia en el golpe de las piedras.

– Me siento un poco más fresco ahora. -Y se levantó enseguida. Había dejado su hakama en el vestíbulo y se lo había puesto al revés. -Todo al revés. Una prenda al revés significa trampa, ¿lo saben?

Otake corrigió el error e hizo un diestro nudo. Y otra vez salió, esta vez para orinar.

El Maestro De Go pic_3.jpg

– El calor es peor cuando uno está ante el tablero -dijo al regresar. Y frotó vigorosamente sus anteojos con la toalla.

Eran las tres de la tarde. El Maestro estaba comiendo bolitas de arroz heladas. Meditó durante veinte minutos. Aparentemente Negro 63 lo había afectado como una menudencia heterodoxa.

Al iniciarse el juego, Otake había tenido la precaución de advertirle al Maestro que pediría con frecuencia permiso para ser disculpado; pero sus abandonos del tablero habían sido tan frecuentes durante la sesión anterior que el Maestro los había juzgado un tanto extraños.

– ¿Se siente mal? -le preguntó.

– Los riñones. Son los nervios, por cierto. Si pienso, me siento obligado a ir.

– No debería tomar tanto té.

– Lo sé, pero cuando pienso me dan deseos de beber. Perdóneme si puede, por favor. -Y se levantó otra vez.

Esta manía de Otake se convirtió en tema para las columnas de chismes y las caricaturas de los periódicos de Go. La cantidad de pasos que dio en el transcurso del torneo, decían, lo habrían llevado por el camino de Tokaido hasta Mishima.

[16] Canción infantil.