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– ¿Qué debo hacer entonces?

– Eso tienes que averiguado tú misma -responde mi madre-. Si alguien te lo dice, no lo estás intentando.

Y sale de la cocina, dejándome ahí sola para que reflexione en eso.

Pienso en Bing, en cómo supe que corría peligro y cómo dejé que ocurriera su accidente. Pienso en mi matrimonio, en los signos que percibí. Sí, vi los signos, pero me limité a dejar que las cosas sucedieran. Y pienso en que el destino está formado a medias por las expectativas y a medias por la falta de atención. Pero, de algún modo, cuando pierdes algo que amas, interviene la fe. Tienes que prestar atención a lo que has perdido. Tienes que deshacer la expectativa.

Mi madre sigue prestando atención a lo que perdió. Sé que ve esa Biblia bajo la pata de la mesa. Recuerdo que la vi escribir algo en ella antes de que la hiciera servir como una cuña.

Levanto la mesa y saco la Biblia. La pongo sobre la mesa y paso rápidamente las páginas, porque sé que ahí está lo que busco. En la página anterior al inicio del Nuevo Testamento hay una sección con el rótulo «Fallecimientos», y ahí es donde escribió «Bing Hsu», a lápiz y con trazo ligero, fácilmente borrable.