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Estoy muy nervioso. Ojalá no me hubiera metido en esto.

– No saquemos las cosas de quicio -repuso Raymond con una tranquilidad que no sentía-. No hay forma de que Stapleton llegue al fondo del asunto. Nuestra preocupación por la autopsia se basaba en una hipótesis, en la remotísima posibilidad de que alguien con el coeficiente intelectual de Einstein pudiera adivinar el origen del órgano trasplantado. Pero no ocurrirá. De todos modos, le agradezco que me haya llamado para informarme de la visita de Stapleton. Casualmente, en este preciso momento me disponía a visitar a Vinnie Dominick. Estoy seguro de que, con sus recursos, podrá solucionar el problema. Después de todo, él es el responsable de la actual situación.

A la primera oportunidad, Raymond dio por terminada la conversación. Aplacar al doctor Levitz no le ayudaba en absoluto a controlar su propia ansiedad. Después de dar instrucciones a Darlene sobre qué decir en el improbable caso de que volviera a llamar Taylor Cabot, salió de su casa.

Cogió un taxi en el cruce de Madison Avenue con la calle Sesenta y cuatro y pidió al taxista que lo llevara a Corona Avenue, en Elmhurst.

En el restaurante Neopolitan, la escena era idéntica a la del día anterior, con el único añadido del olor rancio de un centenar de cigarrillos más. Dominick estaba sentado en el mismo reservado y sus esbirros en los mismos taburetes. El gordo barbudo lavaba copas detrás de la barra.

Raymond no perdió el tiempo. Tras apartar la pesada cortina de terciopelo de la puerta, caminó en línea recta hacia el reservado de Vinnie y se sentó frente a él sin esperar una invitación. Le pasó por encima de la mesa el arrugado periódico, que había alisado con esfuerzo.

Vinnie leyó los titulares con indiferencia.

– Como verá, tenemos un problema -dijo Raymond-. Usted me prometió que el cadáver había desaparecido. Es evidente que la ha fastidiado.

Vinnie cogió su cigarrillo, dio una larga calada y exhaló el humo hacia el techo.

– No deja de sorprenderme, doctor -dijo-. No sé si es muy valiente o está loco. Yo no tolero esta clase de lenguaje irrespetuoso ni siquiera a mis hombres más leales. Así que, o retira lo que acaba de decir, o se larga antes de que me enfade en serio.

Raymond tragó saliva y tiró del cuello de la camisa con un dedo. recordó con quién estaba hablando y sintió un escalo frío. Una sola seña de Vinnie Dominick a sus esbirros, y su cadáver aparecería flotando en East River.

– Lo lamento -se disculpó con humildad-. No soy dueño de mí. estoy muy alterado. Después de leer el periódico, recibí una llamada del director ejecutivo de GenSys, que me amenazó con cancelar el proyecto. También me telefoneó el médico de Franconi y me dijo que ha ido a verlo un médico del Instituto Forense. Un tal Jack Stapleton pasó por su consulta para pedirle la historia clínica de Franconi.

– ¡Angelo! -llamó Vinnie-. ¡Ven aquí!

Angelo se acercó al reservado, y Vinnie le preguntó si conocía al doctor Jack Stapleton, del depósito. Angelo negó con la cabeza.

– Nunca lo he visto -respondió-. Pero Amendola me habló de él cuando llamó esta mañana. Me dijo que Stapleton estaba entusiasmado con la identificación de Franconi, por que está a cargo del caso.

– Verá -dijo Vinnie-, yo también he recibido un par de llamadas. Me telefoneó Amendola, que está muerto de miedo porque lo obligamos a colaborar en el robo del cadáver.

Y también llamó el hermano de mi mujer, el encargado de la funeraria que recogió el cuerpo. Al parecer, la doctora Laurie Montgomery le hizo una visita, preguntando por un cadáver que no existe.

– Lamento que hayan surgido tantos contratiempos -dijo Raymond.

– Yo también lo lamento -repuso Vinnie-. Con franqueza, no entiendo cómo recuperaron el cadáver. Nos tomamos muchas molestias, pues sabíamos que el suelo en Westchester estaba demasiado duro para enterrarlo allí. Así que lo llevamos más allá de Coney Island y lo arrojamos al océano.

– Es obvio que algo salió mal -dijo Raymond-. Con todo respeto, ¿qué se puede hacer ahora?

– En lo referente al cadáver, no podemos hacer nada Amendola le dijo a Angelo que ya han terminado la autopsia. Así que tendremos que dejar las cosas como están.

Raymond gimió y se cogió la cabeza con las dos manos.

Su jaqueca se había intensificado.

– Un segundo, doctor -dijo Vinnie-, quiero tranquilizarlo en un punto. Como sabíamos por qué la autopsia podía causar problemas, les ordené a Angelo y a Franco que destrozaran el hígado de Franconi.

Raymond levantó la cabeza. Un tenue rayo de esperanza aparecíd en el horizonte.

– ¿Cómo lo hicieron? -preguntó.

– Con una escopeta de caza. Le reventaron el hígado. De hecho, destrozaron toda esta parte del abdomen. -Hizo un movimiento circular sobre su costado derecho-. ¿No es cierto, Angelo?

Angelo hizo un gesto afirmativo y dijo:

– Vaciamos todo el cargador de una Remington. El tío parecía una hamburguesa.

– Así que no creo que tenga tantos motivos de preocupación como supone -dijo Vinnie a Raymond.

– Si el hígado de Franconi estaba destrozado, ¿cómo es que Jack Stapleton preguntó si le habían hecho un trasplante? -inquirió Raymond.

– ¿Lo ha hecho?

– Se lo preguntó directamente al doctor Levitz.

Vinnie se encogió de hombros.

– Debe de haber descubierto una pista por otra vía. En cualquier caso, ahora el problema parece concentrarse en estos dos personajes: el doctor Jack Stapleton y la doctora Laurie Montgomery.

Raymond arqueó las cejas con expresión inquisitiva.

– Como ya le he dicho, doctor -prosiguió Vinnie-, si no fuera por Vinnie Junior y su problema de riñón, yo no me habría metido en este lío. Tengo problemas por haber involucrado a mi cuñado. Ahora que está incriminado, no puedo dejarlo colgado, ¿me entiende? Así que pensaba enviar a Angelo y a Franco a hablar con esos dos doctores. ¿Te importaría, Angelo?

Raymond miró a Angelo con esperanza, y lo vio sonreír por primera vez desde que lo conocía. No era exactamente una sonrisa, porque las cicatrices impedían cualquier movimiento facial, pero la intención estaba clara.

– Hace cinco años que quiero volver a ver a Laurie Montgomery-anunció Angelo.

– Lo sospechaba -dijo Vinnie-. ¿Podéis pedirle las direcciones a Amendola?

– Estoy seguro de que nos dará las señas de Jack Stapleton -dijo Angelo-. Tiene tanto interés como nosotros en resolver este asunto. En cuanto a Laurie Montgomery, yo ya sé dónde vive.

Vinnie aplastó la colilla en el cenicero y arqueó las cejas.

– ¿Y bien, doctor? ¿Qué le parece la idea de que Angelo y Franco visiten a esos forenses entrometidos y los convenzan de que vean las cosas desde nuestro punto de vista? Tenemos que dejarles claro que nos están causando muchas molestias, ¿entiende? -Esbozó una sonrisa maliciosa e hizo un guiño.

Raymond dejó escapar una risita de alivio.

– No se me ocurre una solución mejor. -Se arrastró hacia el extremo del largo banco tapizado en terciopelo y se puso en pie-. Gracias, Dominick. Le estoy muy agradecido y permita que me disculpe una vez más por mi arrebato de hace un momento.

– Espere, doctor -dijo Vinnie-. Aún no hemos hablado de la cuestión económica.

– He dado por sentado que la compensación por nuestro acuerdo anterior cubriría también este trabajo -dijo Raymond tratando de hablar como un hombre de negocios, aunque sin ofender a Vinnie-. Después de todo, el cuerpo de Franconi no debía reaparecer.

– Yo no lo veo así. Es un extra. Y puesto que ya hemos negociado las cuotas, me temo que ahora me veo obligado a pedirle que me reembolsen parte de la cantidad inicial. ¿Que le parecen unos veinte mil? Yo creo que es una suma razonable.

Raymond estaba furioso, pero consiguió contenerse. También recordó lo que había ocurrido la última vez que había intentado regatear con Vinnie Dominick: éste había doblado el precio de sus servicios.

– Necesitaré tiempo para reunir esa cantidad -dijo.

– Tranquilo, doctor. Ahora que hemos llegado a un acuerdo, no hay problema. Por mi parte, mandaré a Angelo y a Franco a hacer el trabajo de inmediato.

– Estupendo-dijo Raymond antes de irse.

– ¿Hablaba en serio? -preguntó Angelo a Vinnie.

– Me temo que sí. Supongo que no debería haber involucrado a mi cuñado en este asunto, aunque en su momento no teníamos otra opción. De una forma u otra, tengo que resolver el problema si no quiero que mi mujer me corte las pelotas. La única ventaja es que el buen doctor tendrá que pagar en efectivo por lo que tendríamos que hacer de cualquier manera.

– ¿Cuándo quiere que nos ocupemos de esos dos? -preguntó Angelo.

– Cuanto antes, mejor -respondió Vinnie-. De hecho, sería conveniente que lo hicierais esta misma noche.