– ¿Cuándo lo examinó por última vez?
El doctor Levitz levantó el auricular y pidió a una de sus ayudantes que le llevara la historia clínica de Franconi.
– Sólo será un momento -dijo.
– En uno de los ingresos del señor Franconi, hace aproximadamente tres años, usted escribió que consideraba necesario un trasplante de hígado. ¿Recuerda haber escrito ese informe?
– No específicamente -respondió Levitz-. Pero era consciente del agravamiento de su estado, así como de los fracasos del señor Franconi en sus intentos para dejar de beber.
– Sin embargo, no volvió a mencionar esta recomendación, lo cual me parece sorprendente puesto que en los análisis de los dos años siguientes se observa claramente un deterioro gradual, aunque irreversible, de la función hepática.
– La influencia del médico sobre la conducta de sus pacientes es limitada.
Se abrió la puerta y la amable recepcionista entró con una gruesa carpeta. La dejó sobre el escritorio sin decir una palabra y se marchó.
Levitz abrió la carpeta y, después de echarle una ojeada, dijo que había visto a Franconi por última vez hacía un mes.
– ¿Por qué lo visitó?
– Por una infección en las vías respiratorias altas -respondió Levitz-. Le receté un antibiótico. Al parecer, funcionó.
– ¿Lo examinó?
– ¡Desde luego! -exclamó el médico con indignación-. Siempre examino a mis pacientes.
– ¿Le habían hecho un trasplante de hígado?
– Bueno; no hice una revisión física completa. Lo examiné específicamente por los síntomas que lo habían traído aquí.
– ¿No le palpó el hígado, a pesar de sus antecedentes?
– Si lo hice, no lo apunté en la ficha.
– ¿Le pidió un análisis de sangre para controlar la función hepática? -preguntó Jack.
– Sólo uno de bilirrubina-respondió el médico.
– ¿Por qué sólo de bilirrubina?
– Había tenido hepatitis en el pasado. Parecía estar mejor, pero quería asegurarme.
– ¿Cuál fue el resultado?
– La bilirrubina estaba dentro de los límites normales.
– De modo que, aparte de la infección de las vías respiratorias, estaba bien.
– Sí; supongo que sí.
– Parece un milagro -observó Jack-. Sobre todo porque, como usted acaba de decir, Franconi se resistía a dejar de beber.
– Es posible que finalmente lo hiciera. Después de todo, la gente cambia.
– ¿Le importaría que echara un vistazo a la historia clínica?
– Sí; me importaría -respondió el doctor Levitz-. Ya he dejado clara mi postura ética sobre el derecho de mis pacientes a la confidencialidad. Si quiere examinar la historia clínica de Franconi, tendrá que obligarme legalmente a declarar. Lo lamento. No es mi intención obstaculizar sus investigaciones.
– Tranquilo -dijo Jack con tono amistoso y se puso en pie-. Informaré de su postura a la oficina del fiscal. Mientras tanto, gracias por su tiempo y, si no le importa, es probable que vuelva a ponerme en contacto con usted en un futuro próximo. Hay algo muy extraño en este caso y pienso investigarlo a fondo.
Mientras abría los candados de su bicicleta, Jack sonrió para sus adentros. Era evidente que el doctor Levitz sabía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Jack ignoraba cuánto más, pero su intriga iba en aumento. Tenía el pálpito de que ese caso no era sólo el más interesante de su práctica profesional hasta el momento, sino que iba camino de convertirse en el más interesante de toda su carrera.
Al regresar al depósito, dejó la bicicleta en el lugar de costumbre, subió a su despacho, se quitó la cazadora y fue directamente al laboratorio de ADN. Pero Ted no había ter minado.
– Necesito un par de horas más -dijo Ted-. ¡Y te llamaré en cuanto haya acabado! No necesitas volver a subir.
Aunque estaba decepcionado, Jack no se dio por vencido y bajó al área de histología a buscar los preparados finales del caso Franconi.
– ¡Dios mío! -protestó Maureen-. ¿Qué esperas, un milagro? He puesto tu petición delante de todas las demás, pero aun así tendrás mucha suerte si los preparados están listos hoy.
Procurando conservar el buen humor y mantener a raya su curiosidad, Jack bajó a la segunda planta y buscó a John DeVries en el laboratorio.
– Los análisis para detectar ciclosporina y FK506 no son tan sencillos -le espetó John-. Además, ya tenemos bastante trabajo pendiente. No pueden esperar un servicio inmediato con el presupuesto con que estoy obligado a trabajar.
– De acuerdo, tranquilo -dijo Jack con cordialidad. Sabía que John era un hombre irascible y que, si lo provocaban, podía reaccionar con agresividad. En tal caso, no tendría los resultados de los análisis hasta varias semanas después.
Descendió otra planta, entró en el despacho de Bart Arnold y le suplicó que le diera alguna información, ya que las demás pesquisas estaban atascadas.
– He hecho un montón de llamadas -le explicó Bart-, pero ya sabes lo que pasa con el teléfono; es difícil que te responda la persona que necesitas. Así que dejé unos cuantos mensajes aquí y allí, y estoy esperando que me devuelvan las llamadas.
– iJoder! -exclamó Jack-. Me siento como una adolescente con un vestido nuevo esperando que alguien me invite al baile de graduación.
– Lo siento -dijo Bart-. Si te sirve de consuelo, conseguimos la muestra de sangre de la madre de Franconi. Ya está en el laboratorio de ADN.
– ¿le preguntaron si su hijo había tenido un trasplante de hígado?
– Desde luego -respondió Bart-. La señora Franconi aseguró a nuestro investigador que no sabía nada al respecto.
Pero reconoció que últimamente su hijo se encontraba mucho meior.
– ¿A qué atribuyó ella ese súbito cambio en su estado de salud?
– Dice que Franconi pasó una temporada en un balneario y que volvió como nuevo.
– Por casualidad, ¿dijo dónde está el balneario? -preguntó Jack.
– No lo sabe -respondió Bart-. Al menos eso es lo que dijo, aunque el investigador cree que no mentía.
Jack asintió y se puso en pie.
– Me lo figuraba -dijo-. Las cosas habrían sido demasiado fáciles si hubiéramos conseguido alguna pista de la madre.
– Te informaré en cuanto reciba las llamadas que espero -dijo Bart.
– Gracias -respondió Jack.
Frustrado, Jack cruzó la recepción en dirección a la sala de identificaciones, pensando que un café lo animaría. Le sorprendió encontrar allí a Lou Soldano, sirviéndose una taza.
– Vaya -dijo Lou-. Me has cogido con las manos en la masa.
– Jack miró al detective de homicidios. Hacía varios días que no tenía tan buen aspecto. No sólo llevaba abrochado el primer botón del cuello de la camisa, sino que la corbata estaba en su sitio. Además, se había afeitado y peinado.
– Caray le dijo-. Hoy pareces casi humano.
– Y así me siento -respondió Lou-. He dormido una noche completa por primera vez en varios días- ¿Dónde está Laurie?
– Supongo que en el foso -dijo Jack.
– Quiero felicitarla por asociar el cadáver de Franconi con el que apareció en el agua después de ver la cinta de vídeo -dijo Lou-. En la jefatura, todos creemos que esto ayudará a aclarar el caso. Ya hemos conseguido un par de pistas fiables a través de nuestros confidentes, pues la noticia ha producido un gran alboroto, sobre todo en Queens.
– A Laurie y a mí nos sorprendió verla en los periódicos de la mañana -observó Jack-. Fue mucho más rápido de lo que esperábamos. ¿Tienes idea de quién filtró la información?
– Claro; fui yo -dijo Lou con inocencia-. Aunque me cuidé mucho de no dar detalles, aparte de que se había identificado el cadáver. ¿Por qué? ¿Hay algún problema?
– No; sólo que Bingham se puso a parir -respondió Jack-. Y me culpó a mí.
– Vaya, lo siento -se disculpó Lou-. No se me pasó por la cabeza que podía causaros problemas. Supongo que debí consultaros antes. Bueno, te debo una.
– Olvídalo. Ya está solucionado. -Se sirvió una taza de café, añadió azúcar y una cucharadita de nata.
– Al menos en la calle produjo el efecto que habíamos previsto -señaló Lou-. Ya hemos obtenido un dato importante:
las personas que mataron a Franconi no fueron las mismas que secuestraron y mutilaron su cuerpo.
– No me sorprende -repuso Jack.
– ¿No? -preguntó Lou-. Yo tenía entendido que aquí todos teníais la opinión contraria. Al menos, eso fue lo que dijo Laurie.
– Sí, pero ahora piensa que los que robaron el cuerpo lo hicieron porque no querían que nadie se enterara del trasplante de hígado. Yo sigo opinando que se proponían ocultar la identidad de la víctima.
– En realidad -dijo Lou con aire pensativo, bebiendo su café a pequeños sorbos-, eso no tiene mucho sentido. Verás, estamos casi convencidos de que el cadáver lo robó la familia Lucia, los rivales más directos de los Vaccaro, que son los que mataron a Franconi.
– ¡Santo cielo! -exclamó Jack-. ¿Estáis seguros?
– Casi. El confindente que dio el soplo es bastante fiable. Naturalmente no ha proporcionado nombres, y ésa es la parte más frustrante del asunto.
– La sola idea de que hay una familia de la mafia involucrada es inquietante -dijo Jack-. Significa que los Lucia podrían estar metidos en el tráfico de órganos. Es para quitarle el sueño a cualquiera.
– ¡Tranquilícese! -exclamó Raymond al auricular. El teléfono había sonado cuando se disponía a salir de su casa. Al enterarse de que era el doctor Levitz, había atendido.
– ¡No me diga que me tranquilice! -respondió Daniel-. Ya ha visto los periódicos. ¡Tienen el cadáver! Y un forense llamado Jack Stapleton ha estado en mi consulta para pedirme la historia clínica de Franconi.
– No se la habrá dado, ¿verdad?
– ¡Claro que no! -gritó Daniel. Pero él me recordó, dándose aires de superioridad, que puede obligarme a comparecer. Es un tipo agresivo y sin pelos en la lengua y me aseguró que se propone investigar el caso a fondo. Sospecha que Franconi fue sometido a un trasplante. Me lo preguntó directamente.
– ¿En la historia clínica hay alguna información sobre nuestro programa de trasplantes? -preguntó Raymond.
– No; he seguido sus instrucciones al respecto. Pero de todos modos, si alguien examina la historia clínica de Franconi, sospecharán que hay gato encerrado. Al fin y al cabo, he documentado el deterioro de la salud de Franconi durante años. Y de repente, los análisis de la función hepática son normales sin que medie ninguna explicación. ¡Nada! Ni siquiera un comentario al respecto. Le aseguro que me harán preguntas, y no sé si podré salir airoso del interrogatorio.