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– ¡Soy demasiado viejo para que me hagan esperar así la comida!

Pero Wang Lung, al pasar junto a él para entrar en la habitación, dijo:

– Esta preñada ya.

Trató de decir esto con sencillez, como podría uno decir: "Hoy he sembrado en el campo del Oeste", pero no lo consiguió. A pesar de que hablaba en voz baja, tenía la sensación de haber dicho aquellas palabras a gritos.

El viejo pestañeó un momento: luego, comprendiendo, se echó a reír, con una risa que era como un cloqueo.

– ¡Je, je, je! -exclamó al ver entrar a su nuera-. ¡De modo que hay cosecha a la vista!

No podía verle el rostro, esfumado en la sombra, pero la oyó contestar simplemente:

– Ahora prepararé la comida.

– Sí…, sí… Comida… -replicó el viejo con ansia.

Y la siguió a la cocina, como una criatura.

Así como la perspectiva de un nieto le había hecho olvidar la comida, la perspectiva del yantar, otra vez despertada en su mente, le hizo olvidar al nieto.

Pero Wang Lung se sentó en el banco, ante la mesa, y en la oscuridad, cruzó los brazos y apoyó la cabeza en ellos. De su propio cuerpo, de sus propias entrañas, ¡una vida!