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Y nadie extiende la mano y coge a una de estas criaturas esquiadoras, que perforan cráteres en el suelo, y se lo impide. Nadie está libre de las leyes de la Tierra, que dicen que lo pesado siempre tiene que bajar, o habrá que vivirlo en propia carne. Algunos se ponen gafas de sol, mirándose unos a otros y pensando en la comida. Por la noche planean acostarse juntos según las reglas de la nueva cocina, poco, pero bueno. La tormenta exhala vapores rojos en sus fuentes, nuestros tenedores tintinean, se inclinan las cabezas doradas, pero las montañas guardan silencio. Millares de indecentes se lanzan pendiente abajo. Y unos centenares de sobrantes producen papel, una mercancía que pierde su valor todavía más rápido de lo que el hombre es desgastado por el deporte. ¿Sigue teniendo ganas de leer y de vivir? ¿No? Ah, bueno.

La mujer osa ir a la ciudad, donde su marido ha aparcado antes su coche e inspira vapores de agua caliente en la sauna. No importa. Depende de sus testículos y su arrecife, apoyado al sesgo en la escalera de sus genitales, la mujer propia, junto a la que el sueño lo encuentra cuando viene a buscarlo. Esta mujer se ha convertido en su desagüe, se derrama en ella hasta que se desborda. El hombre está ahí para hacer que se produzca una minucia en su abdomen, y para renovarlo, ¡para eso las mujeres se visten con ropa provocativa! El establecimiento tiene lamparillas rojas en las ventanas, pero ya no está tan frecuentado como antes. Para tomar aliento, los maridos cada vez cogen con más frecuencia y habilidad los higos de sus mujeres en el puño y los exprimen. Antes atan los pies a sus mascotas, para volverlas a encontrar donde las dejaron con un nuevo vestido. Ahora tienen que tratar de tú a tú a sus mujeres, sin considerarlas sus iguales. El sol brilla en el camino. Los árboles están ahí. Ahora, también ellos están acabados.

La enfermedad les allana el camino hacia el sexo familiar, señores, del que antes no querían sino escapar. Ahora es cuestión de vida o muerte poder confiar en su pareja, de lo contrario no queda más camino que el que conduce al especialista; antaño parecían abiertos todos los caminos, por los que usted, amado viajero, se adentraba, tocando con su armónica, en la alegría de su inmortalidad, todas las piezas que sabía. ¡Qué malhumor le producían a menudo los sordos instrumentos de ellas! Ahora todos giramos en un torbellino, mirándonos los unos a los otros, y nos servimos en nuestra propia salsa, hirviendo de codicia. Ahora el horrible cliente del sexo come en casa, donde mejor sabe la comida. Por fin el hombre concuerda con su cosa, que cuelga de él y se encabrita. Antes podaba a su mujer a cada momento como si fuera un seto, ahora él mismo crece salvaje ante ella. ¡Minucias! Cada cual tiene que aprender algún día el manejo para poder penetrar el culo a su pareja femenina en eterna calma y en eterna paz, ¡porque ya no hay más parejas, esta mujer es más que suficiente! Ahora los hombres son más corpulentos, y animan los sentidos que ya no tienen que ir a buscar lejos. Antes, al hombre se le preparaban mujeres a voluntad. Ahora se vacía en la propia, ella volverá a lavar sus cubiertos. Este espantoso cliente se regala con sus glúteos calientes de cama. Está enteramente concentrado en mantener la erección en la tupida pradera de su pelvis, donde se oye susurrar y burbujear. Siempre está temiendo perder su forma y ser sustituido por un extraño más amable. ¡Ah, el placer, se querría poder construir de verdad con él! Pero, si yo fuera usted, no construiría sobre él.

Como animales de rapiña se deslizan por sus calles florecientes, nómadas, arrojando las piedras pendiente abajo. Con sus poderosos paquetes sexuales, andan buscando un regazo cariñoso en el que poder instalarse de forma duradera, estos hombres. En medio del rebaño todavía son mansos, sus paquetes de carne todavía están cubiertos del sudor de las láminas de plástico, claramente visible, pero pronto, cuando el Sol les alcance, se hincharán, la savia brotará de la diminuta grieta, que rápidamente se hará grande. Y entonces el Sol cae con un bramido, revienta el húmedo depósito; penetrante, el olor de este sexo se extiende por los aparcamientos, y penetrantes los ojos se atraillan dos a dos, hasta que la carreta aterriza en el foso y los deseos vagan desenfrenados, en busca de un nuevo animal que pueda tirar de ellos. Los hombres no han vivido en vano. Se les ha meado en el rostro a voluntad, y yacen tranquilos bajo el arbolito del sexo, cuya plantación han controlado en persona. Ahora son rociados por él, el arbolito. Por un broche nuevo, es lo que la fría Gerti hace también en casa, cuando se golpea con el puño cerrado en su abonado parterre, hasta que su tierra se abre, se deshiela y el esfínter se afloja como es debido. Cualquiera de nosotros puede permitirse tales placeres, sin que tengamos que refugiarnos en nuestras penas, en nuestros cuartitos, rodeados nada más que de muebles. Como personas que constantemente miran más allá de sí mismas, para no tener que abatir los estandartes de su vida.

El tiempo devora el placer con el que nos penetramos y lanzamos gritos penetrantes, ya que una mañana tenemos que depositar un cuerpo aún más amplio junto a nuestro montón de desperdicios. Pero los agotados se consumen hasta la raíz. Para ellos es mejor, no tienen que estar delgados o que su cabello pierda su brillo, ellos mismos están pálidos ante la máquina a la que vuelven y cuyo entorno tienen que circundar una y otra vez. Y cuando miran a su lado, las aguas residuales de las obras de conducción ensucian el arroyo. Y toda su obra, toda la obra que han levantado, se seca y se detiene en su pecho. Y el director de esta instalación acolchada por el Estado y explotada por el extranjero, que no quiere más que vaciarse ante la plaga de su mujer. De la noche a la mañana, se ha vuelto peligrosa para él. ¿Cómo puede ir a sus posaderas, allá donde el carpintero ha perdido sus derechos? ¿Cuándo podrá Hubertus, su montero mayor, dormir directamente en la madriguera de acre olor donde ha sido sorprendido? ¿Quién, sino él, se arrodillaría ante su esposa, lanzaría estocadas a sus sentidos y levantaría sus pliegues uno tras otro? Ella le presta su rostro desde lo alto, mientras él, desde abajo, desde su cámara de comercio, hace promesas con la lengua doble de su sexo. El campo está circundado de aire, y las mujeres están presentes en todas partes en torno a nosotros. Comemos de ellas y con ellas. Y el tráfico no molesta al propietario colindante, él se dirige allá donde puede regular su propio tráfico.

El director se agarra a su coche y orina. Los nobles faros iluminan su silueta. Puede bombear su extracto de carne dentro de la mujer cuantas veces ella se incline sobre él desde su aguzada montaña. Esta pareja puede aparcar en cualquier lugar de su enorme casa para tomar medidas legales uno dentro de otro. La mujer se va a la peluquería. Detrás de las montañas se alza la luz, las praderas se ven abrazadas por el día, que ayuda a que todo salga bien. Sólo esta mujer se engaña en las resquebrajaduras en el muro que el tiempo le ha hecho. Todos somos vanidosos, señoras. ¡Saque al aire los dientes en la boca y el vestido al viento y láncese sobre su pareja, como si llevara horas sin hacerle daño! ¡Refrene su lenguaje!

El sueño no debe terminar para las parejas. Van a trabajar y levantan los rostros del camino que conocen para ver a otras personas que también conocen. Y ahí están, el uno junto al otro, uno tiene que comprarse estos trajes de jogging rebajados para quitarles del todo su valor. El camino se marchita bajo sus pies. Sus mujeres se desgarran allá donde han sido tocadas, pero hoy en día nadie pide la baja sin pensárselo antes. De lo contrario, la empresa en la que hemos encontrado un sitio para vivir y una pareja para amar frunciría el ceño. ¿Cómo se forma la imagen cuando hemos apretado el botón? Ni idea, pero en caso de tormenta debe usted desconectar y sacar su propio retrato de la temible ranura, en la que nadie echaría ni un chelín para contemplarse. Y sin embargo, usted vive y habita más de lo que merecería del cariño de una mujer, que tiene que quedarse con usted y restaurarlo. Sólo porque espera ver un poco de amor a la vuelta de la esquina.

Reunidos bajo las nubes, entran por la gran puerta y desaparecen. Apenas son suficientes, y en la fábrica son ajusticiados. Ahora váyase a casa con su mujer y descanse, mientras en los cementerios de automóviles humea la goma y las instalaciones de soplete autógeno segregan su propio sudor. La chapa bosteza, y las aceradas vísceras se salen por las heridas de los coches, que un día fueron más amados que las mujeres, que los pagaron trabajando el doble. Una cosa más: No se deje guiar por su gusto, porque antes de que pueda darse cuenta habrá un nuevo modelo en el mercado, ¡que le está esperando sólo a usted, a usted y a nadie más! entonces ya tendría uno, que antaño, hace mucho tiempo, le engatusó con palabras y cuentas de ahorro. ¡Y ahora basta, a casa!