– ¿Y exactamente quién te lo contó a ti? -preguntó Ellis con voz fría como el acero.

– Raoul Clermont.

Ellis asintió. En seguida se dirigió a Jane en inglés.

– ¿ Jane, quieres sentarte?

– No tengo ganas de sentarme -contestó ella con irritación.

– Tengo que decirte algo -agregó él.

No podía ser cierto, ¡no era posible! Jane sintió que una sensación de pánico le atenazaba la garganta.

– ¡Entonces, dímelo en lugar de pedirme que me siente!

Ellis miró a Jean-Pierre.

– ¿Quieres dejarnos solos? -preguntó en francés.

Jane empezó a enfurecerse.

– ¿Qué vas a decirme? ¿Por qué no dices simplemente que Jean-Pierre está equivocado? ¡Dime que no eres un espía, Ellis, antes de que me vuelva loca!

– No es tan sencillo -contestó Ellis.

– ¡Por supuesto que lo es! -exclamó ella con una nota de histerismo en la voz-. El asegura que eres un espía y que trabajas para el gobierno norteamericano y que desde que nos conocemos me has estado mintiendo, continuamente, traicionera y desvergonzadamente. ¿Es cierto eso? ¿Es cierto o no? ¿Y bien?

Ellis suspiró.

– Supongo que es cierto.

Jane se sintió a punto de estallar.

– ¡Cretino! -gritó-. ¡Maldito cretino! ¡Cretino de mierda!

La expresión de Ellis era pétrea.

– Te lo pensaba decir hoy -explicó.

Se oyó una llamada en la puerta. Ambos la ignoraron.

– ¡Nos has estado espiando, a mí y a todos mis amigos! -aulló Jane-. ¡Si supieras lo avergonzada que estoy!

– Mi trabajo aquí ha terminado -aseguró Ellis-. Ya no necesito mentirte más.

– No te daré la oportunidad de hacerlo. ¡No quiero verte nunca más!

Volvieron a llamar a la puerta. Y Jean-Pierre dijo en francés:

– Hay alguien en la puerta.

– No puedes decirlo en serio, es imposible que no quieras volver a verme.

– Todavía no comprendes lo que me has hecho, ¿verdad? -preguntó ella.

– ¡Por amor de Dios, abran esa maldita puerta! -exclamó Jean-Pierre.

– ¡Dios mío! -susurró Jane, acercándose a la puerta y abriéndola bruscamente. Se topó con un individuo grandote, de anchos hombros y chaqueta de dril verde con una manga rasgada. Jane jamás lo había visto antes-. ¿Qué mierda quiere? -preguntó.

Entonces se dio cuenta de que el tipo empuñaba una pistola.

Los segundos siguientes parecieron transcurrir con muchísima lentitud.

Como un relámpago, Jane comprendió que si Jean-Pierre tenía razón y Ellis era un espía, probablemente también la tuviera cuando aseguraba que alguien quería vengarse: y que en el mundo en que Ellis habitaba secretamente, la palabra venganza realmente podía significar una llamada en la puerta y un tipo empuñando una pistola.

Abrió la boca para gritar.

El hombre vaciló durante la fracción de un segundo. Parecía sorprendido, como si no esperara encontrarse con una mujer en el cuarto. Miraba alternativamente a Jane y a Jean-Pierre: sabía que Jean-Pierre no era su víctima. Pero estaba confundido porque nopodía ver a Ellis, que estaba oculto por la puerta entreabierta.

En lugar de gritar, Jane trató de cerrar la puerta.

Cuando la empujó hacia el pistolero, el individuo comprendió lo que ella pensaba hacer e introdujo el pie entre la puerta y el marco. La puerta le golpeó el zapato y rebotó. Pero al dar un paso adelante, él había extendido los brazos para no perder el equilibrio y ahora la pistola apuntaba hacia un rincón del techo.

Va a matar a Ellis -pensó Jane-. Va a matar a Ellis.

Se arrojó sobre el pistolero, pegándole en la cara con los puños cerrados, porque de repente, aunque odiara a Ellis no quería que muriera.

El hombre se distrajo sólo durante la fracción de un segundo. Con su fuerte brazo la empujó a un lado. Ella cayó pesadamente al suelo y se lastimó el cóccix.

Con terrible claridad vio lo que sucedió después.

Con el brazo con que la había empujado, el hombre abrió la puerta de par en par. Mientras el individuo giraba con la pistola en la mano, Ellis se le abalanzó alzando la botella de vino por encima de su cabeza. La pistola se disparó en el momento en que la botella bajaba, y el tiro coincidió con el ruido del cristal al romperse.

Jane, aterrorizada, se quedó mirando fijamente a los dos hombres.

Entonces el pistolero se desplomó, mientras Ellis permanecía de pie. Jane comprendió que el tiro no había dado en el blanco.

Ellis se inclinó y de un tirón le arrancó el arma al pistolero.

Haciendo un esfuerzo, Jane se puso en pie.

– ¿Estás bien? -preguntó Ellis.

– Por lo menos estoy viva -contestó ella. El se volvió hacia Jean-Pierre.

– ¿Cuántos hay en la calle?

Jean-Pierre se asomó a la ventana.

– Ninguno -contestó.

Ellis pareció sorprendido.

– Deben de estar escondidos. -Se metió la pistola en el bolsillo y se dirigió a la estantería de los libros-. No os acerquéis -dijo, y la arrojó al suelo.

Detrás había una puerta.

Ellis la abrió.

Miró a Jane durante un instante, como si quisiera decirle algo y no encontrara las palabras. Después, súbitamente, se marchó.

Al cabo de algunos instantes, Jane se acercó lentamente a la puerta secreta y miró hacia el otro lado. Había otro apartamento, tipo estudio, apenas amueblado y terriblemente polvoriento, como si hiciera un año que no hubiera sido ocupado por nadie. Vio una puerta abierta y, más allá, una escalera.

Se volvió y recorrió la habitación de Ellis con la mirada. El pistolero seguía en el suelo, inconsciente y en medio de un charco de vino. Había intentado matar a Ellis, justamente allí, en su habitación: y ya parecía irreal. Todo parecía irreal: que Ellis fuese un espía, que Jean-Pierre lo supiera, que Rahmi hubiera sido arrestado: y la ruta de huida de Ellis.

Se había ido. No quiero verte nunca más, le había dicho hacía unos segundos. Por lo visto su deseo se cumpliría.

Oyó pasos en la escalera.

Dejó de mirar al pistolero y clavó los ojos en Jean-Pierre. El también parecía estupefacto. Después de un momento, cruzó la habitación, se acercó a ella y la abrazó. Ella hundió la cabeza en su hombro y rompió a llorar.