Hubo otra pausa.

Síguele el juego, Jane, pensó Ellis.

– Sí, es un hotel muy agradable.

¡Déjate de rodeos! ¡Simplemente dile que lo harás,!, ¡por favor!

– Gracias -dijo Boris. Y después agregó con sarcasmo-: Usted es muy amable.

En seguida cortó la comunicación.

Ellis trató de simular que no esperaba que hubiera habido problemas.

– Ella sabía que soy ruso. ¿Cómo lo averiguó? -preguntó Boris.

Durante un instante Ellis quedó intrigado, pero en seguida comprendió lo sucedido.

– Es lingüista -explicó-. Conoce los acentos.

En ese momento habló Pepe por primera vez.

– Mientras esperamos que llegue esa tía, propongo que veamos el dinero.

– Muy bien.

Boris pasó al dormitorio.

Mientras él no estaba, Rahmi le habló a Ellis en voz baja.

– ¡No esperaba que nos jugaras esa mala pasada!

– Por supuesto que no -contestó Ellis en un falso tono de aburrimiento-. Si hubieras sabido lo que pensaba hacer, no nos hubiera servido de salvaguarda, ¿no crees?

Boris regresó con un sobre marrón de gran tamaño que entregó a Pepe. Pepe lo abrió y empezó a contar los billetes de cien francos.

Boris abrió el paquete de Marlboro y encendió un cigarrillo.

Ellis pensó: Espero que Jane no pierda tiempo en hacerle la llamada a Mustafá. Debí haberle dicho que era importante que pasara el mensaje inmediatamente.

– Está todo -comentó Pepe después de un rato.

Volvió a colocar el dinero en el sobre, mojó la solapa con la lengua, la cerró y lo puso sobre una mesa lateral.

Los cuatro permanecieron en silencio durante algunos minutos.

– ¿Su casa queda muy lejos? -preguntó Boris, dirigiéndose a Ellis.

– A quince minutos de motocicleta.

Sonó un golpe en la puerta. Ellis se puso tenso.

– Vino a toda velocidad -comentó Boris. Abrió la puerta-. El café -dijo con disgusto, regresando a su asiento.

Dos mozos de chaqueta blanca entraron en el cuarto con una mesita rodante. Se enderezaron y se volvieron, sosteniendo cada uno en la mano una pistola Mah modelo D, la corriente entre los detectives franceses.

– ¡Que nadie se mueva! -ordenó uno de ellos.

Ellis percibió que Boris se preparaba a saltar. ¿Por qué habrían mandado sólo a dos detectives? Si Rahmi llegara a hacer alguna tontería y le pegaban un tiro, se crearía la suficiente confusión como para que Boris y Pepe juntos pudieran más que los dos hombres armados.

De golpe se abrió la puerta del dormitorio y aparecieron otros dos mozos uniformados, armados igual que sus colegas.

Boris se relajó y en su rostro apareció una expresión resignada.

Ellis se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Emitió un largo suspiro. Ya había terminado todo.

Entró en la habitación un oficial de policía uniformado.

– ¡Una trampa! -exclamo Rahmi-. ¡Esto es una trampa!

– ¡Cállate! -ordenó Boris, y una vez más su voz destemplada consiguió silenciar a Rahmi. Entonces el ruso se dirigió al oficial de policía-. Me opongo absolutamente a este ultraje -empezó a decir-. Por favor, tome nota de que…

El policía le dio una bofetada en la boca con su mano cubierta con un guante de cuero.

Boris se tocó los labios y en seguida miró la sangre que teñía su mano. Su modo de actuar cambió completamente al comprender que éste era un asunto demasiado serio para que se solucionara con palabras.

– Recuerde mi cara -le dijo al oficial de policía en un tono de voz helado como una tumba-. Volverá a verla.

– Pero ¿quién es el traidor? -preguntó Rahmi. ¿Quién nos ha delatado?

– Él -acusó Boris, señalando a Ellis.

– ¿Ellis? -exclamó Rahmi con incredulidad.

– La llamada telefónica -recordó Boris-. La dirección.

Rahmi clavó la mirada en Ellis. Parecía herido hasta la médula.

uniformados. El oficial señaló a Pepe.

Entraron varios policías.

– Ése es Gozzi -explicó. Dos policías esposaron a Pepe y se lo llevaron. El oficial miró a Boris-. ¿Y usted quién es?

Boris tenía expresión de aburrimiento.

– Me llamo Jan Hocht -explicó-. Soy ciudadano argentino.

– ¡No se moleste! -comentó el oficial con disgusto-. ¡Llévenselo! -Se volvió hacia Rahmi-. ¿Y bien?

– ¡Yo no tengo nada que decir! -exclamó Rahmi en tono heroico.

Ante una señal del oficial, también esposaron a Rahmi, quien dirigió a Ellis una mirada furibunda hasta que se lo llevaron.

Bajaron a los prisioneros en el ascensor, uno por uno. El portafolio de Pepe y el sobre lleno de billetes de cien francos fueron envueltos en un plástico. Entró un fotógrafo de la policía e instaló su trípode.

Hay un Citroén negro estacionado en la puerta del hotel -informó el policía a Ellis. Y en seguida agregó, vacilante-: Señor.

Estoy de nuevo del lado de la ley -pensó Ellis-. Es una pena que Rahmi sea un tipo mucho más atractivo que este policía.

Bajó en el ascensor. En el vestíbulo del hotel el gerente, con chaqueta negra y pantalones rayados, miraba con expresión preocupada a los policías que seguían entrando.

Ellis salió a la luz del sol. El Citroen negro estaba estacionado en la acera de enfrente. Dentro había el conductor y un ocupante en la parte posterior. Ellis se instaló en el asiento trasero. El auto arrancó de inmediato.

El ocupante se volvió hacia Ellis.

– ¡Hola, John!

Ellis sonrió. Le resultaba extraño que después de más de un año lo llamaran por su propio nombre.

– ¿Cómo estás, Bill? -contestó.

– ¡Aliviado! -aseguró Bill-. Durante trece meses las únicas noticias que tenemos de ti son peticiones de dinero. Después recibimos una llamada telefónica urgente advirtiéndonos que tenemos veinticuatro horas para organizar un arresto por medio de un escuadrón local. ¡Imagina todo lo que tuvimos que hacer para persuadir a los franceses de que colaboraran sin decirles el motivo del arresto! El escuadrón tenía que estar listo en las proximidades de los Campos Elíseos, pero para saber la dirección exacta tendríamos que esperar la llamada de una desconocida que preguntaría por Mustafá. ¡Y eso fue todo lo que supimos!

– Era la única manera -dijo Ellis con aire de disculpa.

– Bueno, te aseguro que nos dio trabajo, y ahora debo grandes favores en esta ciudad, pero lo logramos. Así que dime si valió la pena. ¿A quién tenemos en la bolsa?

– El ruso es Boris -explicó Ellis.

Por la cara de Bill se extendió una amplia sonrisa.

– ¡Hijo de puta! -exclamó-. ¡Capturaste a Boris! ¿En serio?

– En serio.

– Dios, tendré que sacárselo de las manos a los franceses antes de que se den cuenta de quién se trata.

Ellis se encogió de hombros.

– De todos modos nadie le va a sacar demasiada información. pertenece al tipo de los consagrados a la causa. Lo importante es que lo hayamos sacado de circulación. Les llevará un par de años instalar un suplente y que el nuevo Boris establezca sus contactos. Mientras tanto realmente hemos retrasado sus operaciones.

– Te aseguro que sí. ¡Esto es sensacional!

– El corso es Pepe Gozzi, un traficante de armas -continuó diciendo Ellis-: Pepe proporcionó el material para casi todos los atentados terroristas que se han producido en Francia durante los últimos dos años, y también para los que tuvieron lugar en muchos países. A él sí que hay que interrogarlo. Envía a un detective francés a hablar con su padre, Meme Gozzi en Marsella. Estoy convencido de que descubrirás que al viejo nunca le gustó la idea de que la familia estuviera involucrada en crímenes políticos. Ofrécele un trato: inmunidad para Pepe siempre que él testifique contra todos los políticos a quienes les vendió armas, los políticos, no los criminales comunes. Meme aceptará porque no lo considerará una traición a sus amigos. Y si Meme acepta, Pepe lo hará. Entonces los franceses estarán en condiciones de encarcelar a esos tipos durante años.

– ¡Qué increíble! -Bill estaba estupefacto-. En un solo día has capturado a los que posiblemente sean los dos instigadores más grandes del terrorismo mundial.

– ¿En un día? -preguntó Ellis, sonriendo-. Necesité un año.

– Valió la pena.

– El tipo más joven es Rahmi Coskun -explicó Ellis. Se apresuraba con su informe porque había alguien más a quien estaba deseando contarle todo lo sucedido-. Rahmi y su grupo colocaron una bomba en las Aerolíneas Turcas hace un par de meses, y antes de eso mataron al agregado de la embajada. Si consigues apresar a todo el grupo, con seguridad encontrarás pruebas forenses.

– O la policía francesa los persuadirá de que es mejor que confiesen.

– Sí. Dame un lápiz y te anotaré los nombres y direcciones.

– Ahórrate el trabajo -contestó Bill-. Te voy a someter a un interrogatorio completo en cuanto lleguemos a la embajada.

– No pienso ir a la embajada.

– John, no te opongas a las normas habituales.

– Te daré esos nombres, y con eso tendrás toda la información realmente esencial, aunque esta misma tarde me atropelle algún taxista loco. Y si sobrevivo, me encontraré contigo mañana por la mañana para darte todos los demás detalles necesarios.

– ¿Y para qué esperar?

– Tengo una cita a la hora del almuerzo.

Bill levantó los ojos al cielo.

– Supongo que te debemos eso -dijo, a regañadientes.

– Me imagino que sí.

– ¿Con quién es la cita?

– Con Jane Lambert. El suyo fue uno de los nombres que me diste cuando me encargaste el caso.

– Me acuerdo. Te dije que si conseguías ganarte su afecto, ella te presentaría a todos los izquierdistas locos, a los terroristas árabes, a los Bader-Meinhof que quedaran y a los poetas de vanguardia de París.

– Y así fue, sólo que me enamoré de ella.

Bill tenía el aspecto de un banquero de Connecticut a quien le acabaran de comunicar que su hijo se iba a casar con la hija de un millonario negro: no sabía si sentirse emocionado o asustado.

– ¡Ajá! ¿Y qué tal es?

– A pesar de tener algunos amigos locos, ella no es así. ¿Qué puedo decirte? Es la chica más bonita que puedas imaginarte, inteligentísima y, además, tremendamente sensual. Es maravillosa. Es la mujer a la que he estado buscando toda mi vida.

– Bueno, comprendo que tengas ganas de celebrar esto con ella y no conmigo. ¿Y qué piensas hacer?

Ellis sonrió.

– Voy a descorchar una botella de vino, a freír un par de filetes, a contarle que me gano la vida atrapando terroristas, y a pedirle que se case conmigo.