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»No tengo ganas de contarte la despedida de Lucy. Es demasiado doloroso para recordarlo. Ya la había dejado una vez cuando entré en la clínica de desintoxicación. Pero esto era diferente, como si se acabara el mundo. Y no hacía más que abrazarla y recordarle que dijera a todo el mundo que estaba perfectamente, mientras luchaba por no venirme abajo. Siento que perdiera la carta que escribí a Tom. En ella le explicaba muchas cosas, y debió de parecerle muy raro el que se presentara así, con las manos vacías. Intenté llamarlo en la estación, pero como todo era tan precipitado y no tenía monedas suficientes, tuve que llamar a cobro revertido. No estaba en casa, pero al menos comprobé que seguía en la misma dirección. Puede que aquel día actuara alocadamente, pero no lo bastante para mandar a Lucy a Nueva York sin estar completamente segura de dónde vivía mi hermano…

»No entiendo ese asunto de Carolina Carolina. Yo no le dije que guardara el secreto de dónde estábamos. ¿Por qué iba a hacer una cosa así? La enviaba con Tom, y ni por un momento se me ocurrió que no le hablaría de Winston-Salem. Pobrecita. Lo que le encomendé fue lo siguiente: Sólo dile que estoy bien, que me encuentro estupendamente. Debí haberlo previsto. Lucy se toma las cosas tan al pie de la letra, que probablemente pensó que la palabra sólo significaba que eso era lo único que yo quería que dijera. Esta niña siempre ha sido así. Cuando tenía tres años, todos los días la llevaba un par de horas a la guardería por la mañana. Al cabo de unas semanas, me llamó la maestra y me dijo que estaba preocupada por Lucy. A la hora de repartir la leche a los niños, Lucy siempre se quedaba atrás hasta que todos los demás niños tuvieran su cartón, sólo entonces cogía ella el suyo. La maestra no lo entendía. Ve a coger tu leche, decía a Lucy, pero ella siempre esperaba hasta que sólo quedaba un envase. Tardé tiempo en averiguar por qué. Lucy no sabía cuál de los envases era el de su leche. Creía que los demás niños sabían cuál era el que les correspondía, y si ella esperaba hasta que sólo quedaba uno en la caja, aquél tenía que ser el suyo. ¿Entiendes lo que estoy diciendo, tío Nat? Es un poco rara, pero a la vez inteligente, ya me entiendes. No es como los demás niños. Si yo no hubiera utilizado la palabra sólo, habrías sabido dónde estaba desde el principio…

»¿Que por qué no volví a llamar? Porque no podía. No, no porque no tuviera teléfono en casa; porque estaba encerrada. Prometí a David que no lo abandonaría, pero ya no se fiaba de mí. En cuanto volvimos de la estación de autobuses, me llevó arriba y me encerró en el cuarto de Lucy. Sí, tío Nat, me metió en la habitación, echó la llave y me tuvo allí el resto del día y toda la noche. A la mañana siguiente, cuando empezó a hablar otra vez, me dijo que tenía que sufrir un castigo por mentir acerca del reverendo Bob. ¿Mentir?, le dije. ¿Qué coño quieres decir con eso? No me había violado, aseguró. La única razón por la que insistí en ir sola a su casa era porque tenía pensado seducirlo, y el pobre hombre había sido incapaz de resistirse a mis encantos. Gracias, David, concluí. Gracias por creer en mí y ver lo buena esposa que he sido para ti…

»Unas horas más tarde, cerró con tablas las ventanas de la habitación. Y es que, ¿para qué sirve una cárcel si el preso puede escaparse por la ventana, no te parece? Entonces, muy amablemente, mi querido marido me subió todas las cosas que habíamos bajado al sótano a raíz de los Edictos Dominicales del reverendo Bob. La televisión, la radio, el lector de discos compactos, los libros. ¿No va eso contra las normas?, le pregunté. Sí, contestó David, pero esta mañana he hablado con el reverendo después del oficio, y me ha dado una dispensa especial. Quiero que estés lo más cómoda posible, Aurora. Vaya, exclamé, ¿por qué te portas tan bien conmigo? Porque te quiero, contestó David. Ayer hiciste una maldad, pero eso no significa que no te quiera. Para demostrar la pureza de su amor, un momento después volvió con una cacerola grande para que no tuviera que mear y cagar en el suelo. A propósito, anunció, te alegrará saber que te han excomulgado. Ya no perteneces al Templo, pero yo sí. Estoy destrozada, repuse. Creo que éste es el día más triste de mi vida…

»No sé lo que me pasaba, pero tenía la impresión de que todo era como una broma, no me lo podía tomar en serio. Me figuraba que aquello sólo duraría unos cuantos días, y después cogería el portante y me largaría. Promesas o no, no iba a quedarme allí un momento más de lo necesario…

»Pero los días se hicieron semanas, y las semanas se convirtieron en meses. David adivinó mis pensamientos, y no estaba dispuesto a dejarme marchar. Me permitía salir de la habitación cuando él volvía de trabajar, pero ¿qué posibilidades tenía de escapar entonces? Me tenía continuamente vigilada. Si trataba de salir corriendo por la puerta, ¿acaso habría podido ir muy lejos? Unos pasos, quizá. Es más alto y más fuerte que yo, y lo único que hubiera tenido que hacer habría sido correr detrás de mí y volver a traerme. Siempre llevaba las llaves del coche en el bolsillo, junto con todo el dinero; yo sólo tenía un montón de monedas que había encontrado en un cajón de la cómoda de Lucy. Seguí esperando y confiando en escaparme, pero sólo conseguí salir una vez de la casa. Fue cuando llamé a Tom. Te acuerdas de eso, ¿verdad? Por milagro, David se quedó dormido en el salón después de comer. A unos dos kilómetros de la casa hay una cabina, y eché a correr por la carretera tan deprisa como pude. Con que sólo hubiera tenido los cojones de meter la mano en el bolsillo de David y robarle las llaves del coche… Pero no podía correr el riesgo de despertarlo, así que fui a pie. David debió abrir los ojos unos diez minutos después de que me marchara, y ni que decir tiene que subió al coche y fue detrás de mí. Vaya fracaso. Ni siquiera tuve tiempo de terminar el puñetero mensaje…

»Ahora sabes por qué estoy tan pálida, tan cansada. He pasado seis meses encerrada en esa habitación, tío Nat. Encerrada como un animal en mi propia casa durante medio año. Veía la tele, leía libros, escuchaba música, pero lo que hacía sobre todo era pensar en cómo suicidarme. Si no lo he hecho, ha sido porque prometí a Lucy que iría por ella algún día, que alguna vez volveríamos a estar juntas. Pero, joder, no ha sido fácil, no ha sido nada fácil. Si no hubieras venido por mí esta tarde, no sé cuánto tiempo más habría aguantado. Probablemente me habría muerto en esa casa, y luego mi marido y el bueno del reverendo

Bob me habrían sacado de allí en plena noche para arrojar mi cadáver a una tumba sin nombre.