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La última vez que navegaron juntos, Catherine sorprendió a Garrett con una cena acompañada con vino y a la luz de las velas en la que charlaron tranquilamente por horas. El mar estaba en calma y el suave subir y bajar de las olas los reconfortaba como si tratara de un viejo amigo.

Esa noche, después de hacer el amor, Catherine estaba acostada al lado de Garrett y le acariciaba el pecho suavemente con los dedos sin decir nada.

– ¿En qué piensas? -preguntó él por fin.

– Sólo en que no creí posible amar a alguien tanto como te amo a ti -susurró ella.

– Tampoco yo lo creía -respondió él con suavidad-. No sé lo que haría si me faltaras.

– ¿Puedes prometerme algo?

– Lo que quieras.

– Si algo me llegara a pasar, prométeme que buscarás a alguien para que esté a tu lado.

– No creo que pueda amar a nadie más que a ti.

– Sólo prométemelo, ¿sí?

Él tardó un momento en responder.

– Muy bien. Si eso te hace sentir mejor, te lo prometo. Catherine se apretó contra él.

– Soy muy feliz, Garrett.

Cuando el recuerdo se desvaneció por fin, Garrett se aclaré la garganta

– Bien, me parece que ya es hora de emprender el viaje de regreso -dijo.

Minutos después el velero se encontraba de nuevo en camino. Garrett permaneció en el timón, manteniendo al Happenstance en rumbo. Theresa estaba de pie cerca de él, con la mano en la barandilla. Ninguno de los dos habló durante un largo rato y Garrett Blake comenzó a preguntarse por qué se sentía tan confundido.

Las luces de los edificios situados al borde de la costa parpadeaban en la niebla que poco a poco se hacía más espesa. Conforme el Happenstance se aproximaba a la orilla, Theresa se dio cuenta de pronto que era poco probable que se vieran de nuevo. En unos cuantos minutos estarían de regreso en los muelles y se despedirían.

Llegaron hasta la caleta y dieron vuelta hacia el puerto. Garrett mantuvo izadas las velas casi hasta el mismo lugar en que las había desplegado cuando partieron; luego las arrió con el mismo ahínco con el que guió la nave durante toda la velada. El motor cobró vida de nuevo y en unos cuantos minutos pasaron entre los botes que habían estado atracados toda la tarde. Al llegar al muelle, mientras Garrett descendía de un salto para asegurar al Happenstance con una soga, Theresa permaneció de pie en la cubierta.

Theresa se dirigió hacia la popa del bote para recoger la canasta y su chaqueta, pero se detuvo. Lo pensó un instante y tomó canasta, pero en lugar de recoger su chaqueta, la empujó para que quedara oculta a medias bajo el cojín del asiento. Se dirigió hasta el costado del bote y Garrett le tendió una mano. De nuevo sintió la fuerza de aquella mano cuando la sujetó al dar el paso para bajar al muelle.

Se miraron por un momento, como si se preguntaran qué pasaría después; luego Garrett se acercó al velero.

– Como tengo que dejarlo cerrado y voy a tardar algunos minutos. ¿Puedo acompañarte a tu auto primero?

– Claro -respondió ella y comenzaron a caminar juntos por el muelle. Cuando llegaron al auto, Garrett la miró mientras ella quitaba el seguro de la puerta y la abría.

– Pasé una velada maravillosa -comentó ella.

– También yo.

Por un momento las miradas de ambos se encontraron.

– Es mejor que me vaya -dijo él a toda prisa-. Mañana tengo que levantarme temprano -ella asintió y, sin saber qué otra cosa hacer, Garrett le tendió la mano-. Theresa, me dio gusto conocerte. Espero que disfrutes el resto de tus vacaciones.

– Gracias por todo, Garrett. Fue un placer conocerte.

Tomó asiento tras el volante y encendió el motor. Garrett cerró la puerta y esperó a que ella arrancara. Theresa le sonrió por última vez, echó un vistazo al espejo retrovisor y lentamente movió el auto marcha atrás. Una vez que se alejó, Garrett regresó a los muelles, preguntándose por qué se sentía tan intranquilo.

Veinte minutos más tarde, Theresa estaba de vuelta en su habitación del hotel. Después, tendida en la cama, pensó en Garrett. Apagó la lámpara de la mesa de noche y cuando se acostumbró a la oscuridad, miró hacia el espacio entre las dos cortinas que no estaban totalmente cerradas. La Luna, en cuarto creciente, brillaba en el cielo y un poco de su luz se filtraba e iluminaba la cama. Al contemplarla se sintió incapaz de quitarle la vista de encima, hasta que por fin se relajó y cerró los ojos para dormir.