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– Muy bien, creo que ya está -dijo-. Me parece que podremos lograrlo sin tener que virar por avante.

Avanzaron hacia la caleta. Theresa sabía que él estaba concentrado en lo que hacía, por lo que guardó silencio y miró a su alrededor. Como la mayoría de los veleros, aquel tenía dos niveles: la cubierta exterior en la que se encontraba, y la cubierta delantera, aproximadamente un metro más arriba y que se extendía hasta el frente de la nave. Ahí estaba situada la cabina.

Las velas retumbaban con fuerza mientras se movían contra el viento. El agua rozaba los costados del bote y algunas golondrinas de mar volaban en círculos directamente sobre ellos, deslizándose por las corrientes que ascendían. Todo parecía estar en movimiento.

Theresa se colocó la camiseta de manga larga que había llevado. El aire era mucho más fresco que cuando había partido. El sol comenzaba a ponerse y una luz pálida se reflejaba en las velas, arrojando sombras sobre la mayor parte de la cubierta.

Unas olas, provocadas por una nave más grande que pasaba a lo lejos, hicieron que el velero se bamboleara y Theresa se levantó para acercarse a Garrett. Él volvió a hacer girar el timón, esta vez con más rapidez. Theresa lo miró hasta que el velero estuvo seguro fuera de la caleta.

Una vez que hubo distancia suficiente entre el Happenstance y los demás botes, Garrett ató un pequeño lazo en la cuerda de la vela de foque y lo enredó en el timón.

– Muy bien, con eso será suficiente -dijo- Podemos sentarnos si quieres.

– ¿No tienes que guiarlo?

– Para eso es el lazo. A veces, cuando el viento cambia constantemente de dirección, hay que sostener el timón todo el tiempo, pero hoy tuvimos suerte con el clima. Podríamos navegar con este rumbo durante horas.

El Sol poniente descendía en el cielo vespertino a sus espaldas y Garrett guió a Theresa de vuelta a donde había estado sentada. Se acomodaron en un rincón, ella en el costado y él contra la parte posterior del barco. Al sentir el viento en la cara, Theresa echó su cabello hacia atrás y miró el agua.

– Es muy hermoso -comentó al tiempo que se volvía hacia él-. Gracias por invitarme.

– De nada. Es agradable tener compañía de vez en cuando.

Ella sonrió al escuchar la respuesta.

– ¿Por lo general navegas solo?

Garrett se retrepó en el asiento antes de contestar y estiró las piernas al frente.

– Casi siempre. Es una buena forma de relajarse después del trabajo. Sin importar lo intenso que haya sido el día, una vez que llego aquí, el viento parece llevarse todo.

– Pero te gusta tu trabajo, ¿o no?

– Sí, me gusta. No cambiaría lo que hago por nada del mundo -se detuvo y ajustó su reloj de pulsera-. Así que… Theresa, ¿a qué te dedicas?

Ella guardó silencio apenas por un instante.

– Soy articulista del Times de Boston. Escribo sobre temas de interés para padres.

Ella le notó la expresión de sorpresa en los ojos, era la misma que observaba cada vez que salía con alguien nuevo. “Lo mejor será decírselo de una vez”, pensó.

– Tengo un solo hijo -continuó-. Se llama Kevin y tiene doce años. Ahora está con su padre, en California. Hace tiempo que nos divorciamos.

Garrett asintió sin hacer ningún comentario y luego preguntó:

– ¿Te gustaría conocer el resto de la nave?

Ella asintió.

– ¡Me encantaría!

Garrett se levantó y revisó las velas de nuevo antes de guiarla al interior de la cabina. A la izquierda se encontraba un asiento que corría a todo lo largo de un costado del bote. Frente a éste se hallaba una mesa pequeña apenas con espacio suficiente para dos personas. Cerca de la puerta había un lavabo y una cocina portátil con un diminuto refrigerador abajo, y más adelante podía ver una puerta que llevaba al camarote donde estaba la cama.

Garrett se colocó a un lado de ella con las manos en la cadera mientras Theresa exploraba el interior. Después de un momento, ella comentó:

– Desde afuera no parece tan amplio.

– Lo sé -él se aclaró la garganta un tanto incómodo-. Es sorprendente ¿no es cierto?

La rodeó y se inclinó para tomar una lata de Coca-Cola del pequeño refrigerador.

– ¿Quieres beber algo?

– Claro -respondió ella. Tocó con suavidad las paredes para sentir la textura de la madera.

Él se enderezó y le entregó una lata. Los dedos de ambos se tocaron por un instante cuando ella la tomó.

Theresa la abrió y le dio un trago antes de colocarla en la mesa.

Mientras él tomaba su propia bebida, ella dirigió su atención a una foto enmarcada que colgaba de la pared. En ella Garrett se veía mucho más joven; estaba de pie en el muelle al lado de un pez vela.

– Veo que te gusta pescar -dijo. El se aproximó y Theresa pudo sentir el calor de la cercanía. Garrett olía a viento, a sal.

– Sí, así es -respondió en voz baja-. Mi padre fue pescador de camarones y yo crecí casi en el agua.

– ¿Cuándo tomaron esta fotografía?

– Hace diez años aproximadamente. La tomaron antes de que regresara yo a la universidad para mi último año de estudios.

Ella volvió a mirar la fotografía.

– ¿El que está a tu lado es tu padre?

– Sí.

– Te pareces a él -le aseguró.

Garrett le sonrió preguntándose si el comentario sería un cumplido o no. El le indicó la mesa y Theresa se sentó frente a él.

Una vez que estuvo cómoda, le preguntó:

– ¿Dices que fuiste a la universidad?

Él la miró a los ojos.

– Sí. Fui a North Carolina University y estudié biología marina. Después de graduarme trabajé para el Instituto Marítimo Duke, como especialista en buceo, pero no se gana mucho dinero. Así que obtuve un certificado para enseñar y comencé a tener alumnos los fines de semana. La tienda vino después -enarcó una ceja-. ¿Y qué me dices de ti?

– Crecí en Omaha, Nebraska, y fui a la universidad en Brown. Llevo nueve años en el Times .

– ¿Te gusta ser articulista?

Ella lo meditó un momento.

– Es un buen empleo -respondió por fin-. Puedo recoger a Kevin después de la escuela y tengo la libertad de escribir lo que yo quiera. Además me pagan bastante bien, pero… -se detuvo-. Supongo que en este momento soy la típica madre soltera con demasiado trabajo, si sabes a lo que me refiero.

Él asintió y comentó con suavidad.

– La vida no siempre resulta como esperamos, ¿verdad?

– No, supongo que no -concordó ella y de nuevo las miradas se encontraron. La expresión de Garrett hizo que ella se preguntara si él acababa de decirle algo que casi nunca mencionaba a nadie más. Le sonrió y se inclinó hacia él.

– ¿Ya quieres comer? Traje algunas viandas en la canasta.

– Cuando quieras. ¿Prefieres comer aquí o afuera?

– Afuera, definitivamente.

Tomaron sus latas de gaseosas y salieron de la cabina. Garrett le indicó que se adelantara.

– Dame un minuto para echar el ancla -le dijo- así podremos comer sin tener que revisar el bote a cada minuto.

Theresa se sentó y abrió la canasta que había llevado. En el horizonte, el Sol se hundía tras un banco de cúmulos. Sacó un par de sándwiches envueltos en papel celofán y un par de recipientes desechables que contenían ensalada de papa y col recién hecha.

Miró a Garrett mientras bajaba las velas de espaldas a ella y volvió a notar lo fuerte que era. Los músculos de los hombros se veían más grandes, ensanchados por lo breve de la cintura. Theresa no podía creer que en realidad estuviera navegando con él, cuando sólo dos días antes se encontraba en Boston. Toda aquella situación le parecía irreal.

Una vez que el bote se detuvo por completo, Garrett arrojó el ancla. Luego se sentó al lado de Theresa.

– Está todo bien? -preguntó ella. Él asintió

– Sólo pensaba que si el viento sigue aumentando tendremos que virar por avante más a menudo en nuestro camino de regreso.

Theresa puso en un plato un poco de ensalada de papa y col al lado de un sándwich y se lo entregó, consciente del hecho de que él estaba sentado más cerca que antes.

– ¿Entonces tardaremos más en regresar?

– Un poco, pero no habrá problema a menos que el viento se detenga por completo. En el mar por lo general eso no sucede.

– ¿Por qué?

Él sonrió divertido.

– Bueno, porque las diferencias de temperatura provocan el viento: esto ocurre si el aire caliente deja su sitio al aire frío. Para que el viento deje de soplar se necesita que la temperatura sea exactamente igual a la temperatura del agua por varios kilómetros. Aquí el aire por lo general es cálido durante el día, pero tan pronto como el Sol comienza a ocultarse, la temperatura baja con rapidez. Es por eso que el atardecer es el mejor momento para salir a navegar, cuando la temperatura está cambiando constantemente.

– Y, ¿qué sucede si no hay viento?

– Las velas ya no se hinchan y la nave se detiene. Se queda uno, sin fuerza para moverse.

– Y, ¿qué se hace entonces?

– Nada, en realidad. Sólo puede uno sentarse a esperar.

– Suena placentero.

– Lo es -repentinamente incómodo, alejó la vista de la penetrante mirada de Theresa-. Bueno, pero háblame de ti. ¿Dices que estuviste casada?

Ella asintió.

– Durante ocho años. Pero David, así se llama, pareció perder el interés en la relación. Acabó teniendo una aventura. Simplemente no pude soportarlo.

– Yo tampoco podría -aseguró Garrett con suavidad-, pero eso no lo hace más fácil.

– No -guardó silencio y tomó un sorbo de su bebida-, pero es un buen padre para Kevin. Es lo único que me interesa de él ahora.

Una enorme ola pasó por debajo del casco y Garrett volvió la cabeza para asegurarse de que el ancla se mantenía firme. Cuando volvió a mirarla, Theresa le dijo:

– Bueno, es tu turno. Háblame de ti.

Garrett le habló sobre su infancia en Wilmington como hijo único. Le dijo que su madre había muerto cuando él contaba con sólo doce años. Le narró sus experiencias cuando abrió la tienda y cómo eran sus días habituales. Curiosamente no le contó nada acerca de Catherine.

Mientras charlaban, el cielo se oscureció y la niebla comenzó a rodearlos. Mientras el velero se mecía ligeramente sobre las olas, una especie de intimidad descendió sobre ellos.

Al llegar a una pausa en la conversación, Garrett se retrepó en el asiento y se pasó las manos por el cabello. Cerró los ojos y pareció estar saboreando un momento de silencio sólo suyo.