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– Una última pregunta -dijo Rojas.

– Si es sólo una, adelante.

– Su cuñada, ¿tenía enemigos?

– ¿Y quién nos los tiene, usted acaso? Claro que tenía enemigos, tantos como amantes o quizá más. Pero si usted quiere saber si había recibido amenazas de algún tipo o si alguien la perseguía, lamento decirle que lo desconozco. Puedo decirles solemnemente que yo no soy el asesino, pero desgraciadamente no se me ocurre ningún candidato alternativo.

Cuando salieron de la oficina había anochecido así que Rojas se ofreció a transportar en coche a su compañero hasta el colegio en el que residía. No habían llegado aún a su destino cuando el sacerdote pidió al policía que parara y le conminó a salir del vehículo. Justo enfrente podía verse una sucursal del banco que había abonado los cien millones.

– ¿No querías saber el motivo de que se eligiera ese banco? Quizá ahí tengas la respuesta.

El inspector Rojas dirigió su mirada a un cartel en el que con un vistoso fondo multicolor el banco anunciaba que por cada imposición de medio millón de pesetas la entidad regalaría un juego de maletas de primera calidad.

– Quizá ahí esté la respuesta. Cien millones no se pueden meter en un simple sobre -dijo el padre Vázquez-, pero en cambio a nadie le extrañaría ver salir de aquí a una pareja con un hermoso juego de maletas.

– Pero eso significaría que la asesinada y tus dos pájaros estaban conchabados en ese asunto -exclamó Rojas.

– No necesariamente, a ella pudiera haberle dado igual utilizar un banco u otro, pero es una posibilidad -contestó el padre Vázquez-, por eso se hace cada vez más necesario encontrarles. No me gusta nada decírtelo pero creo que tendréis que dictar orden de busca y captura contra los dos. El asunto, lamentablemente, se ha escapado de mis manos.

Había sido un día muy duro; por eso cuando llegó al colegio su primera intención fue meterse en la cama y dormir, pero antes de hacerlo se presentó en su celda el padre Cuesta. El provincial de la orden le agradeció lo que estaba haciendo, sin embargo, añadió, tenía que rogarle que se olvidara del caso. Habían llegado a sus oídos ciertos rumores que implicaban una muerte violenta y creía más prudente quedarse al margen.

Vázquez miró a su superior. Aunque no le conocía mucho sabía que era un hombre recto y honesto, y que por encima de su propia persona valoraba, sobre todo, la misión que en su opinión tenía la orden. No era hombre pusilánime que sacrificara a uno de sus hermanos por miedo al escándalo, por eso pensó que si le estaba pidiendo que abandonara eso significaba que estaba convencido de que su continuidad en el caso iba a traer más perjuicios que beneficios. Sin embargo, no podía acceder a su petición y cuando habló sus palabras estaban impregnadas de tristeza.

– Lo siento, padre, pero lamentándolo mucho no me es posible acceder a su ruego. Yo no quería incubar ese huevo pero la serpiente ha salido de su interior y no hay fuerza humana ni, me temo, divina capaz de devolverla al redil.