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CARTA XVIII. LA LUNA.

Un llano desolado se desplegaba ante mí. Una Luna Llena miraba abajo como en una vacilación contemplativa. Bajo su luz de duda las sombras vivían su propia vida peculiar. En el horizonte vi colinas azules, y sobre ellas serpenteaba un camino que se prolongaba entre dos torres grises muy lejos en la distancia. De ambos lados del camino del camino un lobo y un perro sentados, aullaban a la luna. Recuerdo que los perros creían en latrocinios y fantasmas. Un cangrejo negro grande se arrastraba fuera del riachuelo en las arenas. Un pesado y frío rocío caía.

El pavor se apoderó de mí. Sentí la presencia de un misterioso mundo, un mundo de espíritus hostiles, de cadáveres levantándose de los sepulcros, de fantasmas que se lamentan. En este claro de luna pálido me parecía sentir la presencia de apariciones; alguien me miró desde detrás de las torres, – y sabía que era peligroso mirar atrás.