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Como Diógenes a Alejandro, sólo he pedido a la vida que no me quitase el sol. He tenido deseos, pero se me ha negado la razón de tenerlos. Lo que he hallado, más valiera haberlo hallado realmente. El sueño (…)
Vacilo en todo, muchas veces sin saber por qué. Qué de veces busco, como línea recta que me resulta propia, concibiéndola mentalmente como la línea recta ideal, la distancia menos corta entre dos puntos. Nunca he tenido el arte de estar vivo activamente. He equivocado siempre los gestos en los que nadie se equivoca; lo que los demás nacieron para hacer, me he esforzado siempre en no dejar de hacerlo. Deseo siempre conseguir lo que los demás han conseguido casi sin desearlo. Entre mí y la vida ha habido siempre cristales oscuros: no he sabido de ellos por la vista, ni por el tacto; no he vivido esa vida o ese plan, he sido el devaneo de lo que he querido ser, mi sueño empezó en mi voluntad, mi propósito ha sido siempre la primera ficción del que nunca he sido.
Nunca he sabido si era excesiva mi sensibilidad para mi inteligencia o mi inteligencia para mi sensibilidad. He retraído siempre, no sé a cuál, tal vez a ambas, o una u otra, o fue la tercera [221] la que se retrajo.