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Es una oleografía sin remedio. La miro sin saber si veo. En el escaparate están otras y aquélla. Está en el centro del escaparate en el punto que me impide la visión de la escalera [167] .
Ella estrecha a la primavera contra el seno y los ojos con que me mira son tristes. Sonríe con brillo del papel y los colores de su faz son encarnado. El cielo por detrás de ella es azul de tela clara. Tiene una boca perfilada y casi pequeña sobre cuya expresión postal los ojos me miran siempre con una gran pena. El brazo que sostiene las flores me recuerda al de alguien. El vestido o blusa está abierto en un escote ladeado. Los ojos son realmente tristes: me miran desde el fondo de la realidad litográfica con una verdad cualquiera. Ha llegado con la primavera. Sus ojos tristes son grandes, pero no es por eso. Me separo de enfrente del escaparate con una gran violencia encima de los pies. Atravieso la calle y me vuelvo con una rebelión impotente. Ella sostiene aún la primavera que le han dado y sus ojos son tristes como lo que yo no tengo en la vida. Vista a distancia, la oleografía acaba por tener más colores. La figura tiene una cinta de color de más rosa rodeándole lo alto del cabello; no me había fijado. Hay en unos ojos humanos, aunque litográficos, algo terrible: el aviso inevitable de la conciencia, el grito clandestino de haber alma. Con un gran esfuerzo, me levanto del sueño en que me mojo y sacudo, como un perro, las humedades de la tiniebla de bruma. Y por cima de mi despertar, en una despedida de otra cosa cualquiera, los ojos tristes de la vida toda, desde esta oleografía que contemplamos a distancia, me miran como si yo supiese de Dios. El grabado tiene un calendario en la base. Está enmarcado, por arriba y por abajo, por dos listones negros de una convexidad pintada malamente. Entre lo alto y lo bajo de lo suyo definitivo, por sobre 1929 con viñeta obsoletamente caligráfica que cubre el inevitable primero de Enero, los ojos tristes me sonríen irónicamente.
Es curioso de dónde, al final, conocía yo la figura. En la oficina hay, en el rincón del fondo, un calendario idéntico que he visto muchas veces. Pero debido a un misterio, oleográfico o mío, la idéntica de la oficina no tiene ojos de pena. Es sólo una oleografía. (Es de un papel que brilla y que duerme por cima de la cabeza del Alves zurdo su vivir de esbatimento.)
Quiero sonreírme de todo esto, pero siento un gran malestar. Siento un frío de enfermedad súbita en el alma. No tengo fuerzas para rebelarme contra este absurdo. ¿A qué ventana hacia qué secreto de Dios me arrimaría yo sin querer? ¿Para dónde da el escaparate del vano de la escalera? ¿Qué ojos me miraban en la oleografía? Estoy casi temblando. Alzo involuntariamente los ojos hacia el rincón distante de la oficina donde está la verdadera oleografía. Estoy elevando los ojos hacia ella constantemente.
¿1929?