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– El 25 de agosto de 1947 escribe en su Diario: «Algunos me dicen que es preciso solidarizarse con el momento histórico. Hoy estamos dominados por el problema social, más exactamente por el problema social tal como lo plantean los marxistas. Hay que responder, por consiguiente, a través de la propia obra, de una

o de otra manera, al momento histórico en que vivimos. Cierto, pero yo trataría de responder como lo hicieron Buda y Sócrates: superando su momento histórico y creando otros o preparándolos». Estas palabras están escritas en 1947.

– Sí, porque, en definitiva, no podemos considerar a Buda o a Sócrates como hombres que «se evaden». Ellos partieron de su momento histórico y respondieron a aquel momento histórico, sólo que en un plano distinto y con otro lenguaje. Y fueron ellos los que pusieron en marcha las revoluciones espirituales, lo mismo en la India que en Grecia.

– En su Diario se advierte que llevaba muy a mal la exigencia tantas veces planteada al intelectual de que consuma sus energías en la agitación política.

– Sí, cuando conozco anticipadamente que esa agitación no puede dar ningún resultado. Si alguien me dijera: va a manifestarse en la calle todos los días, publicará artículos durante tres meses, firmará todos los manifiestos, y después de eso no digo que Rumanía será libre, sino que, al menos, los escritores rumanos serán libres para publicar sus poemas y sus novelas, lo haría, haría todo eso. Pero sé que, de momento, semejante actividad no puede tener consecuencias inmediatas. Hay que administrar prudentemente las propias energías y atacar allí donde cabe la esperanza de obtener alguna repercusión, un eco al menos. Eso es lo que algunos exiliados rumanos han hecho esta primavera, a propósito del movimiento lanzado en Rumania por Paúl Goma. Han organizado una campaña de prensa que ha obtenido resultados positivos.

– En su caso imaginaba que se trataría de una cierta indiferencia hacia la cosa política. Pero ahora caigo en la cuenta de que se trata más bien de lucidez y de una negativa a la acción ilusoria y a la distracción. No puede hablarse de indiferencia.

– No, no se trata de indiferencia. Por otra parte, creo que en determinados momentos históricos hay una cierta actividad cultural, especialmente la literatura y el arte, capaz de constituir un arma, un instrumento político. Cuando pienso en la acción de los poemas de Puchkin… ¡Por no hablar de Dostoievski! Y pienso también en algunos cuentos de Tolstoi. Creo que hay momentos en que cuanto hacemos en el terreno del arte, de las ciencias, de la filosofía no dejará de tener repercusiones políticas: cambiar la conciencia del hombre, infundirle una cierta esperanza. Pienso, por tanto, que seguir trabajando y creando no significa alejarse del momento histórico.

– Es inevitable pensar aquí en un hombre como Soljenitsin.

– Le admiro enormemente. Sí, admiro al escritor. Pero admiro sobre todo su coraje de testigo, el hecho de que haya aceptado el papel de testigo, con todos sus riesgos, como un mártir. (Entre paréntesis, la palabra latina martyr ha dado en rumano martor, que quiere decir «testigo».) Afortunadamente, poseía también algunos medios, su nombre que tiene un cierto peso, y no sólo el premio Nobel, sino además el gran éxito popular de sus novelas. Y por añadidura su inmensa experiencia…

– Sobre las relaciones del intelectual con la política, en su Diario escribe esta nota el 16 de febrero de 1946: «Reunión en mi habitación del hotel con una quincena de intelectuales y estudiantes rumanos. Los he invitado a discutir el problema siguiente: ¿Estamos o no de acuerdo en que hoy, y sobre todo mañana, el 'intelectual', por el hecho de que tiene acceso a los conceptos, será considerado cada vez más como el enemigo número uno, y que la historia le confía (como tantas veces en el pasado) una misión política? En esta guerra de religiones en que nos hallamos comprometidos, al adversario sólo le p reocupan las "minorías", que, por otra parte, son muy fáciles de suprimir con a yuda de una policía bien organizada. En consecuencia, "hacer cultura" es por el momento l a ú nica política eftcaz que tienen a su alcance los exi-liados. Se han invertido las posiciones tradicionales; ya no son los políticos los que están en el centro concreto de la historia, sino los sabios, las 'minorías intelectuales'. (Prolongada discusión que será preciso resumir algún día)».

– Sí, creo que ese pasaje resume perfectamente lo que yo quería decir. Pienso, en efecto, que la presencia del intelectual, en el verdadero sentido de la palabra -los grandes poetas, los grandes novelistas, los grandes filósofos- creo que esa presencia turba enormemente a cualquier régimen policiaco o dictatorial de derechas o de izquierdas. Sé muy bien, porque he leído muy atentamente cuanto pueda leerse acerca de él. lo que Thomas Mann representaba para la Gestapo, la policía alemana. Sé lo que un escritor como Soljenitsin representa o lo que representa un poeta rumano; su misma presencia física saca de quicio a los dictadores, y por ello digo que es preciso proseguir la creación cultural. Un gran matemático afirmaba que si un día los cinco matemáticos más importantes tomaran el mismo avión para acudir a un congreso y ese avión se estrellase, al día siguiente nadie sería capaz de entender la teoría de Einstein… Quizá sea un poco exagerado, pero esos «cinco» o «seis» son muy importantes.

ENCUENTROS

– Durante aquellos años conoció a hombres eminentes, Ortega y Gasset y Eugenio d'Ors, por ejemplo.

– Conocí a Ortega en Lisboa. No se consideraba exactamente exiliado, pero de todos modos no quería regresar a Madrid. Venía muchas veces a almorzar con nosotros y manteníamos largas discusiones. Yo le admiraba mucho. Admiraba su capacidad para seguir trabajando a pesar de todos sus problemas personales y políticos. Por entonces preparaba su libro sobre Leibniz. Era un hombre de una ironía mordaz, al que todos temían un poco cuando hablaba. Un aristócrata. Hablaba un francés excelente y prefería hablar en francés, incluso con los alemanes, sobre todo con un cierto periodista alemán, que también lo hablaba muy bien, pues había pasado seis años en París como corresponsal de un gran diario. He de advertir que aquel alemán no era nazi; había participado en un complot contra Hitler y sus familiares habían sido ejecutados… Ortega lamentaba indudablemente ser menos conocido en Francia que en Alemania, donde habían sido traducidos casi todos sus libros. En Francia, según creo, únicamente se conocían los Ensayos españoles, publicados por Stock, que comprendían La rebelión de las masas . Es un ensayo que aún se puede leer, es absolutamente actual, pues las masas están cada vez más movidas por las ideologías. Por otra parte, cuanto decía a propósito de la historia conserva todo su interés, y lo mismo cuanto escribió acerca de las culturas «marginales», por ejemplo, la cultura española, integrada en la cultura europea, pero no como él hubiera querido. Encuentro muy importante su esfuerzo por despertar la conciencia española a una cierta forma de hispanismo al mismo tiempo que de «europeísmo». Fue además un hombre que ya se planteó el problema de la máquina: hay que llegar a un diálogo con el maquinismo. Sí, le admiraba mucho. No era tan sólo un profesor de filosofía, un excelente ensayista y el magnífico escritor que ya conoce, sino además un gran periodista. También él creía, como mi profesor Naë Ionesco, que el periódico es hoy el verdadero ruedo, en vez de las revistas o los libros; que es precisamente a través del periódico como se establece contacto con el público, al que es posible influir y «cultivar» por este medio. En España se sigue leyendo, reeditando, comentando a Ortega. No me explico que sea tan mal conocido en Francia, que haya sido tan escasamente traducido.

– ¿Y d'Ors?

– Iba yo frecuentemente a Madrid a comprar libros y allí tuve la ocasión de entrevistarme, largamente, dos o tres veces con Eugenio d'Ors. Era hombre de trato más amable que Ortega. Siempre sonreía. Creo que su mayor ambición era ser bien conocido en Francia. Yo admiraba en él al periodista genial, al dilettante genial. Admiraba su elegancia literaria, su erudición. Ortega y d'Ors se parecen mucho desde este punto de vista. Ambos descendían de Unamuno, a pesar de que en muchos puntos se apartaban de él… Me admiraba su diario, el Nuevo Glosario, el diario de sus hallazgos intelectuales: cada día escribía una página en la que decía exactamente lo que había descubierto o pensado aquel mismo día o, digamos, la víspera, y lo iba publicando al mismo tiempo. Se había comprometido a no repetirse nunca. Yo admiraba este esfuerzo por mantenerse alerta, esta decisión de plantearse cada día nuevas preguntas y tratar de darles respuesta. Es una obra interesante, pero desconocida. Los cinco o seis volúmenes del Nuevo Glosario están agotados en España y nunca han sido traducidos. Por lo demás, tenía puntos de vista curiosos sobre el estilo manuelino; es célebre su libro sobre el barroco. En este mismo orden de ideas, escribió una especie de filosofía del estilo, Cúpula y monarquía. Es una filosofía de las formas, una filosofía de la cultura elaborada por un tradicionalista. Hay traducción francesa de esta obra. Si encuentra este libro en una librería de viejo, no deje de leerlo. Es apasionante.

– Lo que no me dice es que Eugenio d'Ors admiraba a Mircea Eliade.

– Es cierto. Conocía «Zalmoxis» y le había gustado mucho El mito del eterno retorno. Esta admiración se gestó mediante un intercambio epistolar y algunas largas conversaciones.