Pero Sophy tenía derecho a estar enojada, pensó Julián. Si bien él le había puesto a su disposición una gran fortuna, jamás había tenido la generosidad de hacerle la clase de regalos que una mujer siempre espera de su esposo. Si una cortesana se merecía perlas, ¿qué se merecía una esposa dulce, apasionada y de corazón tierno?
Pero él casi no había pensado en comprar joyas para Sophy. Sabía que, en parte, eso se debía a su obsesión por recuperar las esmeraldas. Por raro que pareciera, a Julián le resultaba un tanto difícil contemplar a una condesa de Ravenwood con otras gemas que no fueran esmeraldas.
De todas maneras, no había razón por la que él no pudiera comprarle alguna chuchería, cara, por supuesto, que satisficiera el orgullo femenino de Sophy. Anotó entonces pasar por la joyería esa misma tarde para comprarle algo.
Julián abandonó la biblioteca y subió lentamente las escaleras, rumbo a su cuarto. El alivio que sintió al descubrir que Sophy no estaba huyendo con otro hombre colaboró poco para borrar los escalofríos que experimentó cuando se dio cuenta de que podían haberla matado.
Julián maldijo por lo bajo y se obligó a no pensar más en el tema. Pero sólo se volvió más loco. Obviamente, Sophy había dicho la verdad cuando le confesó que lo amaba, la noche anterior, mientras se estremecía en sus brazos. Realmente se creía enamorada de él.
Julián concluyó que era comprensible que Sophy no entendiera bien sus sentimientos. La diferencia entre pasión y amor no siempre era tan clara. Y él mismo podía ser testigo de ello.
Claro que no había nada de malo en que Sophy se creyera enamorada de Julián y a él tampoco le molestaba permitirle tal fantasía.
De pronto, sintió una imperiosa necesidad de escuchar a Sophy decirle otra vez exactamente por qué había retado a duelo a Charlotte Featherstone. Entonces, abrió la puerta que comunicaba ambas alcobas. Pero la pregunta se murió en sus labios al verla en la cama.
Estaba profundamente dormida, hecha un bollito. Él se le acercó para contemplarla. «Realmente es muy dulce e inocente», pensó. Al verla así, a cualquiera le habría resultado difícil imaginársela presa de la ira y la violencia, como lo había estado Sophy horas atrás.
Pero también, viéndola así en esos momentos, a cualquier hombre le habría resultado difícil imaginársela apasionada. Sophy resultaba ser una mujer con muchas facetas interesantes.
De reojo, Julián advirtió una pila de pañuelitos bordados, empapados, sobre el escritorio. No le resultó muy difícil imaginar cómo habían llegado los pañuelos a ese lamentable estado. Julián reflexionó que Elizabeth siempre había llorado frente a él. Había sido capaz de convertirse en un mar de lágrimas en cuestión de minutos. En cambio, Sophy había subido a su cuarto para llorar a solas. Julián hizo una mueca al experimentar cierta sensación de culpa. Trató de olvidarla, pues tenia todo el derecho del mundo de estar furioso con Sophy. ¡Podrían haberla matado!
«¿Y entonces, qué habría hecho yo?»
Julián pensó que Sophy estaría exhausta y como no quería despertarla, dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Luego vio el colorido traje de gitana colgado en el guardarropa abierto de su esposa. Entonces recordó los planes de Sophy de concurrir al baile de disfraces de Musgrove esa noche.
Por lo general, Julián tenía menos interés en los bailes de máscaras que en la ópera. Su idea original fue la de permitir que su tía acompañara a Sophy en esa oportunidad. Pero luego, pensándolo nuevamente, decidió que lo mejor sería aparecer allí, un poco más tarde.
De pronto le resultó esencial demostrar a Sophy que pensaba mucho más en ella que en su ex amante, en su época. Si se daba prisa, podría ir a la joyería y volver antes de que Sophy despertara.
– Sophy, he estado tan preocupada. ¿Te encuentras bien? ¿Te golpeó? Estaba segura de que no te dejaría salir de casa por un mes -murmuró Anne a su amiga. La muchacha llevaba un traje de arlequín, rojo y blanco, y una máscara plateada que le ocultaba la parte superior del rostro.
El enorme salón estaba lleno de coloridos disfraces. La iluminación, también de colores, se había dispuesto en los cielos rasos de aquél. Unas enormes plantas estratégicamente ubicadas, creaban el efecto de un jardín de invierno.
Sophy hizo una mueca, al reconocer la voz de Anne.
– No, por supuesto que no me golpeó y, como verás, tampoco me encerró. Pero no entendió nada de todo esto.
– ¿Ni tus motivos?
– Menos que nada.
Anne asintió.
– Me lo temía. Creo que Harriette tiene razón cuando dice que los hombres ni siquiera permiten a las mujeres asegurar que tenemos el mismo sentido del honor que ellos.
– ¿Dónde está Jane?
– Aquí. -Anne echó un vistazo entre la multitud-. Tiene un dominó de satén azul. Está aterrada porque piensa que le volverás la espalda de por vida por lo que hizo esta mañana.
– Por supuesto que no. Sé que sólo hizo lo que creyó que era lo mejor. Todo fue un completo desastre desde el principio.
Una silueta en un dominó azul se hizo presente junto a Sophy.
– Gracias, Sophy -dijo Jane humildemente-. Es cierto que hice lo que juzgué mejor.
– No necesitas entrar en sutilezas. Jane -dijo Anne bruscamente.
Jane la ignoró.
– Sophy, lo lamento, pero simplemente, no podía permitir que corrieras el riesgo de morir por semejante cuestión. ¿Alguna vez me perdonarás por mi interferencia de esta mañana?
– Lo pasado, pasado. Jane. Olvídalo. De hecho, Ravenwood habría interrumpido el duelo sin tu interferencia. Me vio irme de casa esta mañana.
– ¿Que te vio? ¡Por Dios! ¡Lo que debe de haber pensado cuando te vio subir a ese carruaje! -exclamó Anne, horrorizada.
Sophy se encogió de hombros.
– Pensó que estaba huyendo con otro hombre.
– Eso explica la expresión de sus ojos cuando me abrió la puerta -murmuró Jane-. Entonces supe por qué lo llaman el demonio.
– Oh, Dios Santo -dijo Anne-. Debe de haber pensado que tu comportamiento era igual al de su primera esposa. Algunos dicen que la mató por sus infidelidades.
– Tonterías -dijo Sophy. Nunca había creído completamente esa historia, pero sólo por un momento, se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar Julián si lo presionaban demasiado. Ciertamente, esa mañana había estado furioso con ella.
Anne tenía razón, pensó Sophy con un escalofrío. Mientras estuvieron en la biblioteca, Julián había tenido la expresión del diablo en esos ojos de esmeralda.
– Si quieres saber mi opinión -dijo Jane- hoy tuviste dos desafíos. Por un lado, estuviste a punto de morir en manos de Charlotte y, por otro, arriesgaste el pellejo cuando Julián te vio subir al carruaje.
– Puedes quedarte bien tranquila de que aprendí la lección. De ahora en adelante, seré la clase de esposa que mi marido espera. No interferiré en su vida y, a cambio, espero que él no interfiera en la mía.
Anne se mordió el labio, pensativa.
– No estoy tan segura de que funcione así, Sophy.
– Yo me aseguraré de que así sea -juró Sophy-. Pero tengo que pedirte un favor más, Anne. ¿Puedes encargarte de enviarle una carta más a Charlotte Featherstone?
– Sophy, por favor -dijo Jane, incómoda-, basta ya con eso. Ya has hecho demasiado al respecto.
– No te preocupes. Jane. Esto será el fin. ¿Podrías hacerlo, Anne?
Anne asintió.
– Sí. ¿Qué vas a decirle en esa carta? Espera, déjame adivinar. Vas a enviarle las doscientas libras, ¿no?
– Es exactamente lo que pienso hacer. Julián se lo debe.
– Esto no puede creerse -dijo Jane, indignada.
– Puedes dejar de preocuparte. Jane. Como ya dije, todo terminó. Tengo cuestiones más importantes que me preocupan. Es más, esas cuestiones debieron requerir toda mi atención desde un principio. No sé por qué me distraje con todo esto del matrimonio.
Los ojos de Jane se encendieron detrás de su máscara.
– Estoy segura de que el matrimonio es algo que nos distrae a todas desde el principio. No te juzgues por ello, Sophy.
– Bueno, ella ha aprendido que es inútil tratar de modificar el esquema de comportamiento de un hombre -observó Anne-. Si una comete el error de casarse, lo menos que puede hacer es ignorar al esposo lo más que pueda y dedicarse a asuntos que revistan mayor importancia.
– ¿Eres experta en matrimonio? -preguntó Jane-
– He aprendido mucho observando a Sophy. Ahora cuéntanos cuáles son esos asuntos más importantes, Sophy.
Sophy vaciló, pues no estaba muy segura de cuánto debía revelar a sus amigas sobre la sortija negra que llevaba puesta. Antes de que pudiera contestar, un hombre vestido completamente de negro, con una capa con capucha y máscara también negra, se le acercó y le hizo una profunda reverencia, desde la cintura. Era imposible descifrar el color de sus ojos, por las luces coloridas que pendían del techo.
– Me agradaría tener el honor de bailar esta pieza con usted, Señora Gitana.
Sophy miró esos ojos sombríos y de pronto sintió escalofríos. Instintivamente, quiso rehusar, pero luego recordó lo del anillo. Tenía que empezar a investigar por alguna parte y no tenía ni la más remota idea de quién sería el que le diera las primeras pistas. Hizo una reverencia.
– Gracias, amable caballero. Será un placer bailar con usted.
El hombre de negro la condujo a la pista de baile sin agregar ni una sola palabra- Sophy notó que llevaba guantes negros y no le agradó la idea de estar tan cerca de él. Bailó con mucha gracia y decoro, pero Sophy se sintió amenazada.
– ¿Lee usted la suerte, Señora Gitana? -preguntó el hombre con una voz baja y sensual.
– Ocasionalmente.
– Yo también, ocasionalmente.
Eso la confundió.
– ¿De verdad, señor? ¿Y qué suerte me predice para mi futuro?
Sus dedos enguantados se aproximaron a la sortija negra de Sophy.
– Un destino muy interesante, milady. De lo más interesante, por cierto. Pero claro que es de esperar de una joven muy valiente que tiene la osadía de lucir este anillo en público.