– Cuente con ello, milord.
Julián la acompañó hasta la puerta y la esperó allí hasta que se montó en el vehículo. Luego subió las escalinatas de la casa y entró nuevamente a la biblioteca, cerrando suavemente la puerta detrás de sí. Se quedó mirando a Sophy durante un largo rato.
Sophy contuvo la respiración, esperando el golpe de gracia.
– Sube y cámbiate la ropa. Por hoy, ya has jugado bastante a ser hombre. Hablaremos de todo esto a las diez, en la biblioteca.
– No hay nada de qué hablar, milord -le dijo ella-. Ya sabes todo.
Los ojos color de esmeralda de Julián estaban visiblemente encendidos por la ira y otra emoción, a la que Sophy catalogó de alivio.
– Estás equivocada. Señora Esposa. Hay mucho de qué hablar. Si no estás aquí a las diez en punto, puedes estar segura de que iré a buscarte.