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Mi discurso del cade debería haber sido precedido y continuado por una campaña publicitaria, en periódicos, radio y televisión, para divulgar las reformas. Esta campaña, que comenzó muy bien, en los primeros meses de 1989, se interrumpió luego por varias razones, una de ellas las rencillas y tensiones dentro del Frente, y, otra, por un malhadado spot televisivo en que aparecía un monito orinando.

Jorge Salmón era responsable de la campaña de medios, y colaboraba muy bien con Lucho Llosa, mi cuñado, a quien, por su experiencia de cineasta y productor de televisión, yo había pedido que me asesorara en este campo. Durante la campaña contra la estatización y en los primeros tiempos de Libertad, ellos se ocuparon de toda la publicidad. Luego, al constituirse el Frente Democrático, el jefe de campaña, Freddy Cooper, que no se llevaba bien con Salmón ni con Lucho, comenzó a dar cada vez más participación en la publicidad a la empresa de los hermanos Ricardo y Daniel Vinitsky, quienes prepararon, también, spots televisivos por su propia cuenta. (Precisaré que, al igual que Jorge Salmón, los Vinitsky lo hacían con el ánimo de apoyar y sin cobrarnos honorarios.) Desde entonces hubo, en el campo neurálgico de la publicidad, una bifurcación o paralelismo que en un momento dado se tradujo en anarquía y perjudicó seriamente la campaña de ideas que deberíamos haber llevado a cabo.

A comienzos de 1989 Daniel Vinitsky planeó una serie de anuncios televisivos, utilizando animales, para promover las ideas de Libertad. El primero, con una tortuga, resultó divertido y gustó a todo el mundo. El segundo, con un pez, en el que debíamos participar Patricia, mis hijos y yo, nunca se pudo filmar: los peces se asfixiaban, las nubes ocultaban el sol, ventarrones de arena frustraban las tomas en la desierta playa de Villa donde intentamos filmarlo, un amanecer. Con el tercero sobrevino la catástrofe, de la mano de un monito. Se trataba de un brevísimo spot, concebido por Daniel, mostrando los estragos de la inflación burocrática. En él aparecía, transformado en simio, un empleado público que, en su escritorio, en vez de trabajar, leía el periódico, bostezaba, holgazaneaba y hasta se hacía la pila en el escritorio. Freddy me mostró el spot una tarde agitada, entre entrevistas y reuniones, y yo no vi en él nada terrible, salvo cierta vulgaridad que, acaso, no enojaría al público al que iba dirigido, así que le di mi visto bueno. Esta ligereza se hubiera visto corregida, sin duda, si el spot en cuestión hubiera sido analizado por el responsable de medios, Jorge Salmón, o Lucho Llosa, pero, debido a las antipatías personales que, a veces, interferían en su trabajo, Freddy se saltaba a ambos buscando sólo mi aprobación para los spots. En este caso, lo pagamos.

El monito meón provocó un escándalo mayúsculo, disgustando a partidarios y adversarios, y los apristas sacaron buen provecho de ello. Señoras ofendidas mandaban cartas a diarios y revistas o aparecían en televisión protestando contra la «grosería» del anuncio y dirigentes del gobierno salían en la pequeña pantalla, contritos porque se vejara de esa manera a los sacrificados empleados públicos, comparándolos con animales. Así los iba a tratar Vargas Llosa cuando fuera presidente, como monos o perros o ratas o algo peor. Hubo editoriales, actos de desagravio a la burocracia y mi casa y Libertad recibieron muchas llamadas de partidarios exhortándonos a sacar el spot de marras de los canales. Ya lo habíamos hecho, por supuesto, apenas advertimos lo contraproducente que resultó, pero el gobierno se encargó de que siguiera en la televisión varios días más. Y, hasta la víspera de las elecciones, el canal estatal siguió resucitándolo.

Las críticas al monito vinieron, también, de nuestros aliados, y hasta Lourdes Flores nos amonestó en un discurso público por nuestra falta de tacto. El absurdo llegó al colmo cuando, en Caretas, se criticó a Jorge Salmón por un aviso sobre el que ni siquiera había sido consultado. Pero Jorge, en éste y en otros incidentes desagradables de que fue víctima durante la campaña, mostró una caballerosidad tan grande como su lealtad para conmigo.

Algún tiempo después, cuando se trató de iniciar la campaña de ideas, para preparar a la opinión pública al lanzamiento del programa, Jorge Salmón y los Vinitsky -ya recuperado Daniel del revés del monito meón- me presentaron, cada uno por su lado, un proyecto. El de Jorge era político y prudente, evitaba la confrontación y la polémica, y también las precisiones respecto a las reformas, insistiendo, sobre todo, en aspectos positivos: la necesidad de la paz, el trabajo, la modernización. Yo aparecía como el restaurador de la colaboración y la fraternidad entre los peruanos. El de los Vinitsky, en cambio, era una secuencia en la que, en cada spot, de manera muy ágil pero también muy cruda, se mostraba los males que queríamos enfrentar -la inflación, el estatismo, la burocracia, el aislamiento internacional, el terrorismo, la discriminación contra los pobres, la educación ineficiente- y sus remedios: disciplina fiscal, reestructuración del Estado, privatización, reforma educativa, movilización campesina. Me gustó mucho el proyecto y lo aprobé, algo que Salmón aceptó, con buen sentido del fair play. Y Lucho Llosa dirigió la filmación de los dos primeros spots pedagógicos.

Ambos fueron excelentes y las encuestas que hicimos para verificar su impacto en los sectores C y D resultaron alentadoras. El primero mostraba los estragos de la inflación en quienes vivían de un salario y la única manera de ponerle fin -reduciendo drásticamente la emisión de moneda sin respaldo- y, el segundo, los efectos paralizantes que el intervencionismo tenía en la vida productiva, sofocando a las empresas privadas e impidiendo el surgimiento de nuevas, y cómo con el mercado libre habría incentivos para que se crearan puestos de trabajo.

¿Por qué se interrumpió esta secuencia, luego de mi discurso del cade, cuando era tan necesario divulgar las reformas? Sólo puedo dar una explicación aproximada de algo que, a todas luces, fue un grave error.

Creo que, en un primer momento, suspendimos la filmación de los nuevos spots planeados por Vinitsky por la cercanía de las fiestas de fin de año. Hicimos avisos especiales con motivo de la Navidad y Patricia y yo grabamos por separado unos mensajes de saludo. Luego, en enero del 90, cuando debimos reanudar la campaña de ideas nos vimos enfrentados a la formidable movilización publicitaria de descrédito, en la que se aderezaba la desnaturalización de nuestra propuesta con ataques a mi persona, presentándome como ateo, pornógrafo, incestuoso, cómplice de los asesinos de Uchuraccay, evasor de impuestos y varios horrores más.

Fue una equivocación tratar de contestar a esta campaña con avisos televisivos, en vez de ceñirnos a la divulgación de las reformas. Dejándonos arrastrar a una polémica en la que teníamos todas las de perder, sólo conseguimos que mi imagen se viera empobrecida por la politiquería menuda. Mark Mallow Brown estuvo acertado, pues insistió en que no diésemos importancia a la guerra sucia. Yo lo creía también así, pero, a partir de los primeros días de enero, mi trajín y ocupaciones fueron tales que ya no tuve cabeza para enmendar la equivocación. A esas alturas, además, era tarde para hacerlo, pues había comenzado algo que infligió otro grave mazazo al Frente: la caótica y derrochadora campaña televisiva de nuestros candidatos parlamentarios.

Los organismos directivos del Movimiento me habían dado la facultad de decidir el orden de colocación de nuestros candidatos y, también, de designar un pequeño número de diputados y de senadores. Respecto a la colocación, puse a la cabeza de los candidatos a senadores a Miguel Cruchaga, secretario general y peón de Libertad desde el primer instante, y, entre los diputados, a Rafael Rey, que había sido secretario departamental de Lima. Todos aceptaron aquel orden en el que, con pocas excepciones, seguí el porcentaje de votación alcanzado por cada cual en las elecciones internas. El único que reaccionó, dolido, por el cuarto lugar que ocupó -luego de Cruchaga, Lucho Bustamante y Beatriz Merino-, fue Raúl Ferrero, quien, luego de dar yo lectura a las candidaturas, anunció ante la Comisión Política que renunciaba a ser candidato. Pero unos días después reconsideró su decisión.

Entre las personas que invité a ser candidatos nuestros estaban, en diputados, Francisco Belaunde Terry y, en senadores, el empresario Ricardo Vega Liona, quien, desde los días de la campaña contra la estatización, nos apoyaba. Vega Liona representa ese espíritu moderno y liberal en el hombre de empresa que nosotros queríamos ver propagarse entre los empresarios del Perú, harto del mercantilismo, resuelto partidario de la economía de mercado y sin los prejuicios sociales ni las ínfulas aristocratizantes y esnobs de muchos hombres de negocios peruanos. Invité también, como candidatos a senadores, a Jorge Torres Vallejo, separado del apra por sus críticas a Alan García y que, como ex alcalde de Trujillo, pensábamos, podría atraer votos para el Frente en esa ciudadela aprista, y a un periodista que defendía nuestras ideas desde su columna del diario Expreso: Patricio Ricketts Rey de Castro. Y, entre nuestros propios militantes, cedí a los ruegos de mi amigo Mario Roggero, quien quería ser candidato a diputado pese a no haber participado en las elecciones internas. Lo incluí en nuestra lista por el buen trabajo que había hecho como secretario nacional de gremios del Movimiento, organizando distintos sectores de profesionales, técnicos y artesanos, sin imaginar que, apenas elegido, actuaría con deslealtad para con quienes lo habían llevado a esa curul, ayudando primero a Alan García con un viaje al extranjero que le evitó votar en el Congreso cuando se discutía la posibilidad de juzgar a éste por corrupción, y pasando luego a coquetear con el régimen al que su partido y sus colegas hacían oposición. [47]

Pero nos hallamos todavía en las últimas semanas de 1989 y uno de esos días -el 15- tuve un breve paréntesis literario en el incesante ajetreo político: la presentación, en la Alianza Francesa, de una traducción de Un coeur sous une soutane, de Rimbaud, que había hecho treinta años atrás y que había permanecido inédita hasta que Guillermo Niño de Guzmán y el entusiasta agregado cultural de Francia, Daniel Lefort, se animaron a editar. Me pareció mentira, por un par de horas, oír hablar y hablar yo mismo de poesía y de literatura, y de un poeta que había sido una de mis lecturas de cabecera cuando joven.

[47] Su caso no fue el único. De los quince senadores y diputados de Libertad, cuatro desertaron el Movimiento, alegando diferentes pretextos, en el primer año y medio del nuevo gobierno: los senadores Raúl Ferrero y Beatriz Merino y los diputados Luis Delgado Aparicio y Mario Roggero. Pero, a diferencia de los tres primeros, que mantuvieron luego de su alejamiento una actitud discreta y hasta amistosa con Libertad, Roggero se dedicó a atacarlo en comunicados y declaraciones públicas. Respondía así a la generosa decisión de la Comisión Política que, en vez de separarlo del Movimiento Libertad, por su ausencia en aquella votación en el Congreso, se contentó con una suave amonestación. Meses después, renunciaría también el diputado Rafael Rey, luego de ser criticado por los dirigentes libertarios a raíz de sus gestos y declaraciones a favor de la dictadura instalada por Fujimori el 5 de abril de 1992, a la que sirve desde entonces.