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– Ciertamente. En el subsuelo de la ciudad se esconden unas extensas catacumbas que datan de tiempos paganos. En el centro del laberinto que forman, existen tres salas conectadas entre sí. Mantienen proporciones áureas, el número 1,6238, entre la mayor y las dos menores, y en sus dimensiones de largo, ancho y altura. Pero, además, también usa el número de oro en la métrica, en cómo se declaman las palabras secretas, y de esa forma logra la resonancia que maximiza el poder del verbo, conecta con la fuerza de la creación, y pretende dirigirla…

– Eso es acercarse demasiado a Dios…

– Así es; demasiado -le cortó Sara-. Lo que hoy he visto sobrepasa todos los límites. Hasta el momento nadie podía crear un golem que se asemejara al hombre simplemente porque ningún hombre puede imitar a Adonai, el Creador. Pero hoy, Berenguer lo consiguió.

– ¿Qué? -Hugo se sorprendió aún más-. ¿Gracias al verbo en proporciones áureas?

– Una combinación de cábala, sonido y alquimia, pero sobre todo de sangre. La sangre de Cristo; la más poderosa de las reliquias.

– ¡La sangre de Bruna!

– Sí, la sangre de Bruna.

– ¡Entonces, es verdad! ¡Ella es la verdadera Dama Grial, la descendiente directa de Cristo!

Sara quedó pensativa y movió la cabeza negativamente.

– No necesariamente -dijo al fin-. Eso equivaldría a afirmar la naturaleza divina de Cristo y que esa naturaleza divina pudiera pasar de un cuerpo físico a otro, procreando Dios con los humanos. Eso reduciría a Adonai a condición humana.

Hugo calló y trató de asimilar todo aquello. Estaba confundido.

– Entonces, ¿qué otra explicación hay?

– La fe -repuso ella-. La convicción del nigromante. Si Berenguer cree estar usando algo verdaderamente divino, su hechizo adquiere una fuerza sin parangón.

– ¿Y ha conseguido seres casi humanos?

– Ha logrado un ser terrible al que ha llamado Adán, por ser el primero creado de la nueva especie. Es más alto, más fuerte que un hombre normal y casi invulnerable. Nace sabiendo luchar como un guerrero consumado; es invencible. Y esta noche el arzobispo dará vida a todo un ejército de sus iguales que tiene en espera. Muchos humanos, por convicción, temor o codicia de botines y tierras, están deseando unirse a ese ejército inexpugnable y resucitar el reino judío de Septimania. Berenguer espera que los nobles occitanos se unan a él y también que lo haga su sobrino, el rey de Aragón; juntos arrasarán a los cruzados.

– No entiendo -repuso Hugo anonadado-. ¿Cómo puede hacer eso? Dios puso un alma en el hombre y ésa es su realidad última. ¿Cómo pueden esos monstruos ser sólo de materia, no tener espíritu?

– Sí tienen alma.

– ¿Qué?

– Es la parte más terrible del ritual -Sara miró intensamente a Hugo-. Su cuerpo es barro que se transforma en una especie de materia semejante a la carne y al hueso, pero en el proceso se encarcela un alma dentro de ese organismo.

– ¿Y de dónde sale el alma?

– Son almas de difuntos que aún están en la Tierra, que no se han elevado. Para un católico serían algo así como entidades del purgatorio. Berenguer atrae a las de soldados que han muerto recientemente y llevan consigo el saber de armas. Ese saber se multiplica por su sortilegio.

– Pero ¿y si ellos no quieren regresar?

– No importa lo que ellos quieran, el poder del verbo, de la alquimia y de la sangre les supera. Pierden toda conciencia anterior y obedecen ciegamente a su creador. Y éste es Berenguer.

Hugo cerró los ojos; le costaba un gran esfuerzo asimilar el relato de la bruja, aquella historia de magia negra, y oscilaba entre la incredulidad y el temor. Poco miedo acostumbraba a tenerles a los vivos, pero los difuntos le causaban un pavor supersticioso. Al poco, venciéndole su aprensión hacia aquella nigromancia que resucitaba muertos, un visible temblor sacudió su cuerpo.

– Tomad -le dijo Sara pasándole un vaso de vino-. Dejad de temblar, recuperad el ánimo. Bruna os necesita con todo vuestro coraje y yo también. Vos queréis salvarla. Yo y la mayoría de los míos queremos impedir ese insulto a Adonai y que su ira caiga de nuevo sobre el pueblo de Israel.

El de Mataplana bebió el vino de un trago y lamentó no tener con él a Guillermo.

– Así; tomad valor -le dijo la mujer-, que esta noche deberéis enfrentaros a vuestros mayores miedos.