– Mi padre supo de inmediato quién era -dijo Jaume Figueras-. Era una persona muy leída, había visto fotos de Sánchez Mazas en los periódicos y había leído sus artículos. O por lo menos eso era lo que él decía siempre. No sé si será verdad.

– Puede serlo -concedí-. ¿Y qué pasó luego?

– Estuvieron unos días refugiados en el bosque -prosiguió Figueras, después de beberse de un trago el resto del café-. Los cuatro. Hasta que llegaron los nacionales.

– ¿No le contó su padre de qué habló con Sánchez Mazas durante los días que pasaron en el bosque?

– Supongo que sí -contestó Figueras-. Pero no lo recuerdo. Ya le he dicho que yo no prestaba mucha atención a esas cosas. Lo único que recuerdo es que Sánchez Mazas les contó lo de su fusilamiento en el Collell. Conoce la historia, ¿verdad?

Asentí.

– También les contó muchas otras cosas, eso es seguro -prosiguió Figueras-. Mi padre siempre decía que durante esos días Sánchez Mazas y él se hicieron muy amigos.

Figueras sabía que, al terminar la guerra, su padre había estado preso en la cárcel, y que su familia le rogó muchas veces en vano que escribiera a Sánchez Mazas, que por entonces era ministro, para que intercediera por él. Y sabía también que, una vez que su padre hubo salido de la cárcel, llegó a sus oídos que alguien de su mismo pueblo o de algún pueblo vecino, sabedor de la amistad que los unía, había escrito a Sánchez Mazas una carta en la que, haciéndose pasar por uno de los amigos del bosque, solicitaba un favor de dinero en pago de la deuda de guerra que había contraído con ellos, y que su padre había escrito a Sánchez Mazas denunciando la suplantación.

– ¿Le contestó Sánchez Mazas?

– Me suena que sí, pero no estoy seguro. De momento entre los papeles de mi padre no he encontrado ninguna carta suya, y me extrañaría que las hubiera tirado, era un hombre muy cuidadoso, lo conservaba todo. No sé, a lo mejor se traspapeló, o a lo mejor aparece un día de estos. -Figueras metió la mano en el bolsillo de su camisa: parsimoniosamente-. Lo que sí encontré fue esto.

Me alargó una libretita vieja, de tapas de hule ennegrecido, que alguna vez fue verde. La hojeé. La mayor parte estaba en blanco, pero varias hojas del principio y el final estaban garabateadas a lápiz, con una letra rápida, no del todo ilegible, que apenas resaltaba contra el crema sucio y cuadriculado del papel; el primer vistazo delataba también que varias de sus hojas habían sido arrancadas.

– ¿Qué es esto? -pregunté.

– El diario que llevó Sánchez Mazas mientras anduvo huido por el bosque -contestó Figueras-. O eso es lo que parece. Quédese con él; pero no me lo pierda, es como un recuerdo de la familia, mi padre le tenía mucho aprecio. -Consultó su reloj de pulsera, hizo chasquear la lengua, dijo-: Bueno, ahora tengo que marcharme. Pero llámeme otro día.

Mientras se levantaba apoyando en la mesa sus dedos gruesos y encallecidos, añadió:

– Si quiere puedo enseñarle el lugar del bosque donde estuvieron escondidos, el Mas de la Casa Nova; ya no es más que una masía medio en ruinas, pero si va a contar esta historia seguro que le gustará verla. Claro que si no piensa contarla…

– Todavía no sé lo que haré -volví a mentir, acariciando las tapas de hule de la libreta, que me ardía en las manos como un tesoro. Con el fin de espolear el recuerdo de Figueras, sinceramente añadí-: Pero, la verdad, creí que usted me contaría más cosas.

– Le he contado todo lo que sé -se disculpó por enésima vez, pero ahora me pareció que un matiz de astucia o recelo asomaba a la superficie lacustre de sus ojos azules-. De todas maneras, si de verdad se propone escribir sobre mi padre y Sánchez Mazas, con quien tiene que hablar es con mi tío. Él sí que conoce todos los detalles.

– ¿Qué tío?

– Mi tío Joaquim. -Aclaró-: El hermano de mi padre. Otro de los amigos del bosque.

Incrédulo, como si acabaran de anunciarme la resurrección de un soldado de Salamina, pregunté:

– ¿Está vivo?

– ¡Ya lo creo! -se rió con desgana Figueras, y un ademán artificial de sus manos me hizo pensar que sólo fingía sorprenderse de mi sorpresa-. ¿No se lo había dicho? Vive en Medinyá, pero pasa mucho tiempo en la playa de Montgó, y también en Oslo, porque su hijo trabaja allí, en la OMS. Ahora no creo que le encuentre, pero en septiembre seguro que estará encantado de hablar con usted. ¿Quiere que se lo proponga?

Un poco aturdido por la noticia, dije que por supuesto que sí.

– De paso intentaré averiguar el paradero de Angelats -dijo Figueras sin ocultar su satisfacción-. Antes vivía en Banyoles, y a lo mejor todavía está vivo. Quien seguro que lo está es María Ferré.

– ¿Quién es María Ferré?

Figueras reprimió visiblemente el impulso de desbrozar una explicación.

– Ya se lo contaré otro rato -dijo después de consultar de nuevo el reloj; me estrechó la mano-. Ahora tengo que irme. Le llamaré en cuanto le consiga una cita con mi tío; él se lo contará todo con pelos y señales, ya verá, tiene muy buena memoria. Mientras tanto, eche un vistazo a la libreta, creo que le interesará.

Le vi pagar, salir del Núria, meterse en un todoterreno polvoriento y mal aparcado frente a la entrada del bar y marcharse. Acaricié la libreta, pero no la abrí. Acabé de beberme el gin-tonic y, mientras me levantaba para irme, vi cruzar un Talgo por el paso elevado, más allá de la terraza llena de gente, y me acordé de los gitanos que dos semanas atrás tocaban pasodobles en la luz fatigada de un atardecer como ése y, al llegar a casa y ponerme a examinar con calma la libreta que me había confiado Figueras, aún no se me había desenredado de la memoria la melodía tristísima de Suspiros de España.

Pasé la noche dándole vueltas a la libreta. Ésta contenía en su parte delantera, después de unas hojas arrancadas, un pequeño diario escrito a lápiz. Esforzándome por descifrar la letra, leí:

«… instalado casa bosque – Comida – Dormir pajar – Paso soldados.

3- Casa bosque – Conversación viejo – No se atreve a tenerme en casa – Bosque – Fabricación refugio.

4- Caída de Gerona – Conversación junto al fuego con los fugitivos – El viejo me trata mejor que la señora.

5- Día de espera – Continúo refugio – Cañones.

6- Encuentro en el bosque con los tres muchachos – Noche – Vigilancia [palabra ilegible] al refugio – Voladura de puentes – Los rojos se van.

7- Encuentro de mañana con los tres muchachos – Almuerzo medianamente de la cocina de los amigos.»

El diario se detiene ahí. Al final de la libreta, después de otras hojas arrancadas, escritos con una letra distinta, pero también a lápiz, figuran los nombres de los tres muchachos, de los amigos del bosque:

Pedro Figueras Bahí

Joaquín Figueras Bahí

Daniel Angelats Dilmé

Y más abajo:

Casa Pigem de Cornellá

(enfrente de la estación)

Más abajo aún viene la firma, a tinta -no a lápiz, como lo escrito en el resto de la libreta- de los dos hermanos Figueras, y en la página siguiente se lee:

Palol de Rebardit

Casa Borrell

Familia Ferré

En otra página, también a lápiz y con la misma letra del diario, sólo que mucho más clara, figura el texto más extenso de la libreta. Dice así:

«El que suscribe, Rafael Sánchez Mazas, fundador de la Falange Española, consejero nacional, ex presidente de la Junta Política y a la sazón el falangista más antiguo de España y el de mayor jerarquía de la zona roja, declaro:

»1° que el día 30 de enero de 1939 fui fusilado en la prisión del Collell con otros 48 infelices prisioneros y escapé milagrosamente después de las dos primeras descargas, internándome en el bosque

»2° que después de una marcha de tres días por el bosque, caminando de noche y pidiendo limosna en las masías, llegué a las proximidades de Palol de Rebardit, donde caí en una acequia perdiendo mis gafas, con lo cual me quedaba medio ciego…»

Aquí falta una hoja, que ha sido arrancada. Pero el texto sigue:

«… proximidad de la línea de fuego me tuvieron oculto en su casa hasta que llegaron las tropas nacionales -

»4° que a pesar de la generosa oposición de los habitantes del Mas Borrell quiero por medio de este documento ratificarles mi promesa de corresponderles con una fuerte recompensa metálica, proponer al propietario [aquí hay un espacio en blanco] para una distinción honorífica si así lo acepta el mando militar y testimoniarle mi gratitud inmensa a él y a los suyos durante toda mi vida, que todo ello será bien poco en comparación con lo que por mí ha hecho.

»Firmo el presente documento en el mas Casanova de un Pla cerca de Cornellá de Terri a 1…»

Hasta aquí, el texto de la libreta. Lo releí varias veces, tratando de dotar de un sentido coherente a aquellas anotaciones dispersas, y de ensamblarlas con los hechos que yo conocía. Para empezar, descarté la sospecha, que insidiosamente me asaltó mientras leía, de que la libreta fuera un fraude, una falsificación urdida por los Figueras para engañarme, o para engañar a alguien: en aquel momento me pareció que carecía de sentido imaginar a una modesta familia campesina tramando una estafa tan sofisticada. Tan sofisticada y, sobre todo, tan absurda. Porque, en vida de Sánchez Mazas, cuando podía ser un escudo de derrotados contra las represalias de los vencedores, el documento era fácilmente autentificable y, una vez muerto, carecía de valor. Sin embargo, pensé que de todas formas era conveniente cerciorarse de que la letra de la libreta (o una de las letras de la libreta, porque había varias) y la de Sánchez Mazas eran la misma. De ser así (y nada autorizaba a suponer que no lo fuera), Sánchez Mazas era el autor del pequeño diario, sin duda escrito durante los días en que anduvo errante por el bosque, o a lo sumo muy poco después. A juzgar por el último texto de la libreta, Sánchez Mazas sabía que la fecha de su fusilamiento había sido el 30 de enero del 39; por otra parte, la numeración que precedía a cada entradilla del diario correspondía al número de día del mes de febrero del mismo año (los nacionales habían entrado en efecto en Gerona el 4 de febrero). Del texto del diario deduje que, antes de acogerse a la protección del grupo de los hermanos Figueras, Sánchez Mazas había hallado un refugio más o menos seguro en una casa de la zona, y que esa casa no podía ser otra que la casa o Mas Borrell, a cuyos habitantes daba las gracias y prometía «una fuerte recompensa metálica» y «una distinción honorífica» en la extensa declaración final, y deduje también que esa casa o mas sólo podía estar en Palol de Rebardit -un municipio limítrofe del de Cornellá de Terri- y que sus habitantes sólo podían ser miembros de la familia Ferré, a la que por lo demás pertenecería con seguridad la María Ferré que, según me había anunciado Jaume Figueras en el final precipitado de nuestra entrevista en el Núria, todavía estaba viva. Todo lo anterior parecía evidente, igual que, una vez se ha dado con ella, parece evidente la correcta ubicación de las piezas de un puzzle. En cuanto a la declaración final, redactada en el Mas de la Casa Nova, el lugar del bosque donde los cuatro fugitivos habían permanecido ocultos -y sin duda cuando ya se sabían a salvo-, también parecía evidente que se trataba de un modo de formalizar la deuda que Sánchez Mazas tenía con quienes le habían salvado la vida, así como de un salvoconducto que podía permitirles cruzar las incertidumbres de la inmediata posguerra sin necesidad de padecer todos y cada uno de los ultrajes que ella reservaba a la mayoría de quienes, como los hermanos Figueras y Angelats, habían engrosado las filas del ejército republicano. Me extrañó, no obstante, que uno de los fragmentos arrancados de la libreta fuera precisamente el fragmento de la declaración en el que, según todo parecía indicar, Sánchez Mazas agradecía la ayuda de los hermanos Figueras y de Angelats. Me pregunté quién había arrancado esa hoja. Y para qué. Me pregunté quién y para qué había arrancado las primeras hojas del diario. Como una pregunta lleva a otra pregunta, me pregunté también -pero esto en realidad ya llevaba mucho tiempo preguntándomelo- qué ocurrió en realidad durante aquellos días en que Sánchez Mazas anduvo vagando sin rumbo por tierra de nadie. Qué pensó, qué sintió, qué les contó a los Ferré, a los Figueras, a Angelats. Qué recordaban éstos que les había contado. Y qué habían pensado y sentido ellos. Ardía en deseos de hablar con el tío de Jaume Figueras, con María Ferré y con Angelats, si es que aún estaba vivo. Me decía que, si bien el relato de Jaume Figueras no podía ser fiable (o no podía serlo más que el de Ferlosio), pues su veracidad ni siquiera pendía de un recuerdo (el suyo), sino del recuerdo de un recuerdo (el de su padre), los relatos de su tío, de María Ferré y de Angelats, si es que todavía estaba vivo, eran, en cambio, relatos de primera mano y por tanto, al menos en principio, mucho menos aleatorios que aquél. Me pregunté si esos relatos se ajustarían a la realidad de los hechos o si, de forma acaso inevitable, estarían barnizados por esa pátina de medias verdades y embustes que prestigia siempre un episodio remoto y para sus protagonistas quizá legendario, de manera que lo que acaso me contarían que ocurrió no sería lo que de verdad ocurrió y ni siquiera lo que recordaban que ocurrió, sino sólo lo que recordaran haber contado otras veces.